_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Impotencia e incompetencia

Los desmanes acaecidos a raíz de las manifestaciones fascistoides del sábado pasado en el barrio valenciano de Russafa, así como la información que propició, podrían haber nutrido la crónica anticipada de una fatalidad. Así de previsibles eran, incluso para el más desprevenido u obtuso de los responsables gubernativos. Como no es justo pensar que los tales sean tan ceporros, y mucho menos que fueran cómplices de los altercados, nos será autorizado suponer que, sencillamente, son impotentes para afrontar estos desafíos a la democracia y aflicciones a los vecindarios agredidos por los extremistas de una y otra obediencia.

Alega la delegada del Gobierno en la Comunidad, Carmen Mas, y con ella más altas instancias de su propia cuerda política, que, con la ley en la mano, nada podía hacerse para impedir que ese colectivo denominado España 2000 (A. de J.) saliese a la calle. Tienen sus derechos, y sus correspondientes limitaciones. Entre ellas, la de no insultar o provocar al vecindario mediante sus gritos y lemas xenófobos, que debieron ser atajados al primer brote, siendo así que no eran legión, ni estaban en condiciones de actuar con violencia, excepción hecha de la que por sí misma comporta su anacrónica e inquietante presencia. Puestos a ser legalmente estrictos amparando esta mascarada, habría de serlo con todas sus consecuencias.

De otro lado, no se comprende la torpeza e imprevisión gubernativa con respecto a los grupos de contramanifestantes. Por lo pronto, este episodio delata la escasa información que la policía tenía de cuanto se cocía o, lo que es asimismo lamentable, la equivocada valoración de sus noticias. Pero aún en el caso de que se esperase la comparecencia de estos demócratas belicosos, no se comprende que se les tolerase exhibirse con caretas y antifaces premonitorios de los desmanes que urdían. Otro alarde de tolerancia, que no de respeto a la legalidad. Un individuo que esconde su careto, que no sus intenciones, ha de ser neutralizado en estas circunstancias antes de que se desmelene.

A mayor abundamiento, y como se desprende de no pocos indicios, esta muchachada hirsuta, aprovechó el desfile de los xenófobos pirados para hacer sus pinitos con vistas a la cumbre mediterránea que se celebrará en esta ciudad en abril próximo. De confirmarse esta posibilidad, las conclusiones son obvias: mucho tendrán que mejorar las previsiones y recursos de los responsables del orden -empezando por familiarizarse con el campo de batalla, esto es, las calles y barrios de la ciudad, que ignoran- y, al mismo tiempo, algo y mucho habrá de hacer el legítimo frente antiglobalización para que no se le confunda con estos indeseables compañeros de viaje a fin de no enajenarse el favor de la opinión pública, cuyo arropamiento sí necesita.

Y por último, y a propósito de estos sucesos, ¿por qué se aflige de este modo a un barrio, como Russafa, dejado de la mano de Dios -que es como decir de la alcaldesa Rita Barberá- en lo que concierne a servicios y equipamiento? Además del abandono en que se le tiene y sus representantes vecinales denuncian, ha de sentir y siente el rejón de estos episodios urdidos por gentes ajenas y tronadas, agravados por la tolerancia mal entendida y la incompetencia constatada.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_