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Columna
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Fotografía urbana

Las ciudades son pozos sin fondo para la recreación de imágenes. Sus gentes, calles y rincones son capaces de participar con donaire en las más insólitas experiencias fotográficas. La diversidad de puntos de vista que ofrecen ha sido motivo de que, desde los años veinte e impulsados por un cierto compromiso social, encontremos autores que trabajan estos territorios con mayor o menor intensidad. Con inevitables excepciones, el denominador común que encontramos en todos ellos es que el sujeto de la toma adquiere mayor relevancia que los aspectos estéticos y formales. En gran medida, los temas son matices de la vida cotidiana llenos de una subyugante energía vital, que los fotógrafos desvelan con alto grado de naturalidad y sin demasiadas alharacas compositivas.

La exposición que nos brinda generosamente la Fundación BBK, en la sala que gestiona en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, es un magnífico ejemplo de las posibilidades que ofrece esa faceta fotográfica donde prima el urbanita y su geografía de asfalto y hormigón. Bajo el título Ciudad Abierta. Fotografía urbana 1950-2000, vemos desfilar las tomas realizadas por diecinueve autores con distintos proyectos sobre un tema similar. Entre los que podemos considerar clásicos del siglo XX están Robert Frank (Zurich,1924) o William Klein (Nueva York, 1928). Otros más jóvenes, con trayectoria impecable y no pocas innovaciones, son Beat Streuli (Suiza, 1957) o Wolfgang Tillmans (Alemania, 1968). Tanto o más interesante que los propios participantes resulta su lugar de origen. No hay españoles, franceses ni italianos, pero sí coreanos, japoneses, hindúes, alemanes, suizos, ingleses y, por supuesto, americanos del Norte. Esto nos da una visión de lo que se esté haciendo fuera de nuestra área cultural, aunque, con todo este lío de la globalización, todos terminan vendiendo y acoplándose al influjo de los mercados del imperio.

La muestra del museo, si bien está marcada por una homogeneidad de contenidos, establece diferencias con la forma en que se enfrenta cada uno de los autores al universo ciudadano. Mientras unos se decantan claramente por la aparente neutralidad de la instantánea, otros, como es el caso de Philip-Lorca Dicorcia (Connecticut, 1953), recurren a modelos contratados y a efectos de iluminación artificial para resaltar y orientar al espectador hacia un motivo determinado. Lo mismo podríamos decir de Jeff Wal (Canadá, 1946), que trabaja con cámara de gran formato y crea sus escenas al igual que un director de cine. En la mayor parte de los casos la figura humana juega un papel principal, pero los realizadores Thomas Struth (Alemania, 1954) o Catherine Opie (Ohio, 1961) se decantan por calles vacías, casas y estructuras viarias. En definitiva, escenarios sin actores que no por ello son menos explícitos cuando se trata de comprender el factor humano y el tipo de sociedad a la que se refieren.

Se trata de una selección de documentos fotográficos de apariencia anodina que en su lectura reposada implican un juicio profundo sobre unos hechos captados en su forma icónica. Así, la fotografía, de la misma forma que puede hacerlo la literatura, se convierte en una herramienta para percibir la realidad de una manera determinada y tomar posición frente a los problemas sociales del entorno. Si se quiere llevar más lejos, podríamos añadir que, además de una toma de conciencia, se trataría de una necesidad moral para artistas e intelectuales que, a través de una plástica compleja, enraizan su obra en los territorios de su origen u otros diferentes con los que se han identificado emocionalmente en un momento determinado de su existencia.

En definitiva, una magnifica exposición fotográfica donde poco importa que los formatos sean grandes o pequeños y las imágenes se presenten en color o blanco y negro. Cada uno de los autores pide una observación muy precisa para mejor captar la esencia de su trabajo. No obstante, los emocionantes contenidos, envueltos en una engañosa sencillez compositiva, son el gran motor del evento.

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