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Columna
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El cansancio

Cuando uno tiene el privilegio de escribir una columna debe asumir también las obligaciones que eso implica. Es imposible pasar de largo ante un nuevo atentado, el enésimo atentado, de una organización endurecida e irracional como la etarra. Hace tiempo que los argumentos se agotaron, pero queda la exigencia moral de seguir aireándolos, al menos para certificar que no nos hemos acostumbrado, que la muerte no pasa ante nosotros sin conmover las conciencias.

De nada sirve repasar las circunstancias que agravan cada nuevo atentado. Bomba en Portugalete contra la teniente de alcalde del municipio, Esther Cabezudo, y contra su escolta. Otra vez la oportunidad para un asesinato político, pero también para el asesinato casual, para la muerte aleatoria de cualquier ciudadano. Otra vez los daños masivos sobre bienes privados (hay ahora otra comunidad de vecinos donde Batasuna no recabará un solo voto en próximas elecciones) y otra vez las palabras de condena hacia los asesinos y de solidaridad con las víctimas. Otra vez la rabia contenida y los llamamientos a la firmeza democrática. Otra vez el silencio metálico, oxidado, de Batasuna, la compañía de títeres dedicada a contextualizar lo incontextualizable. Y otra vez el hastío y la vergüenza. La vergüenza de saber que nuestra sociedad es capaz de generar un porcentaje de asesinos por encima de la media.

Otra constatación desde el cansancio: los objetivos de ETA van por temporadas. Ahora toca socialistas. Cada vez que los medios de comunicación alumbran alguna vaga esperanza de recomposición del espacio político, los etarras se encargan de dinamitarlo. Cada vez que alguien (personaje público o partido) amaga un movimiento saludable, ETA lo condiciona y lo entorpece mediante el asesinato y la intimidación.

Hemos llegado a una situación patética, inimaginable hace unos pocos años: ahora, dentro del amplio y casi indiscriminado abanico de personas amenazadas, aquellas que se resistan a concebir nuestro espacio político como una colmena de celdillas incomunicadas entre sí ven aumentados sus boletos para ser asesinadas. Los que consideran que predicar el diálogo es un modo que conseguir un salvavidas personal vuelven a equivocarse: aquí no sólo es peligroso criticar la violencia y su entorno, aquí incluso es peligroso realizar cualquier esfuerzo por concertar voluntades.

Lo que quiere ETA es solidificar la sociedad vasca. Como no puede ganar, sólo le queda hacer crónico el conflicto. Para ello necesita que nadie se mueva, que nadie transgreda el territorio exacto que le ha asignado en esta historia. Lo triste es constatar que, en esa lúgubre tarea, ETA lleva camino de conseguir sus objetivos. Aquí habría que aludir a la cacareada 'unidad de los demócratas', al menos para acompañar la alusión con una sonrisa amarga: la unidad de los demócratas se ha convertido hace mucho tiempo en una broma de mal gusto, en un mito que no pueden asumir ni los ingenuos mejor intencionados.

El patético espectáculo de partidos políticos incapaces de consensuar mínimos acuerdos, la mezquindad de unos y de otros cuando negocian presencias o ausencias en actos públicos de reafirmación democrática, son el reflejo de una realidad oculta: la sociedad vasca está muy por encima de sus dirigentes políticos y muy por encima de la mayor parte de sus intelectuales, en muchos casos meros autores de una vulgar literatura de combate y portavoces oficiosos de ciertos partidos políticos. La sociedad, en fin, por encima de los formadores de opinión pública. Así se demostró en los días de Ermua, la única ocasión en que la ciudadanía se desembarazó de la tutela partidista, tomó la calle con admirable madurez y mostró su absoluta repugnancia al terrorismo.

Bien se ocuparon entre todos de disolver aquel impulso, mediante diversas estrategias que no es del caso recordar. De momento, ETA sigue preparando coches bomba o mortíferos carros de la compra, mientras que los políticos se cansan (y nos cansan) hablándose a través de la prensa o haciendo reuniones surrealistas donde nadie coincide en el temario. Ningún sector profesional de este país ofrecería tantos años de actividad con saldo tan escaso. La paz sería nuestra única venganza.

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