Velo e identidad
Una monja vestida de monja rechaza en su colegio concertado a una niña vestida de marroquí con un velo a la cabeza que, salvo ser blanco, es idéntico a las pañoletas negras de nuestras mujeres del campo y se anuda igual. ¿Se imaginan a un profesor de biología echando de su clase a una monja por llevar toca? Me dirán que ella es una religiosa profesa y la niña marroquí no, lo cual es cierto, pero no deja de ser una simple manifestación de creencias y, para más escarnio, se trata de un colegio católico concertado. Dos cuestiones deben quedar claras: la primera, que un país aconfesional es aconfesional para todos; segunda, que todo modo de vestirse o presentarse en público es admisible salvo aquellos que se emplean deliberadamente para sustraer a alguien su identidad de persona.
¿Hay un hurto de identidad en una niña que se echa un pañuelo a la cabeza? Evidentemente, no. Las creencias de cada cual son respetables mientras con el ejercicio de ellas no se atente contra los derechos humanos. La pequeña Fátima es Fátima con su pañuelo. Si el pañuelo exhibe una creencia o una convicción no las exhibe más que un punki con su cresta, un sacerdote con su tonsura, un judío con su kipá o un seguidor del Real Madrid con su insignia y su bufanda. Es más: esa exhibición expresa una convicción, un orgullo, una adscripción, pero en principio no implica una agresión ni un desprecio hacia los demás, y sobre todo, no anula la personalidad de su portador; más bien la manifiesta.
Del encuentro entre personas pertenecientes a culturas u orígenes culturales diversos debe desprenderse de manera sana una aportación permanente y positivamente conflictiva a la suma de diferencias y de semejanzas que nos caracteriza como conviventes en un país libre y laico. Por eso es importante diferenciar y aquilatar antes de emitir opiniones demagógicas. La sustracción de identidad es el peor crimen contra el ser humano. Todos hemos visto, a causa del conflicto afgano, a esas mujeres desaparecidas bajo la burka (prenda que, por cierto, ha servido para encubrir las actividades de hombres y mujeres contrarios al régimen talibán); pero de ahí a confundir el caso de Fátima con la lucha por la emancipación de la mujer obligando a alguien a esconder sus creencias so capa de emanciparlo hay mucho trecho; otra cosa sería negarse a aceptar las leyes del país de acogida, pero eso sólo sucede cuando ésta se infringe. ¿Es eso lo que ha ocurrido? Hacer una ablación es un delito, y un delito contra la identidad personal; ponerse un pañuelo distintivo a la cabeza, no. Este asunto de confundir las cosas con la apariencia me recuerda la sentencia de Juan de Mairena:
'La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Agamenón: -Conforme.
El porquero: -No me convence'.
La actitud que ha suscitado la expulsión de Fátima del colegio primero -resuelta gracias a la decisión admirable de Carlos Mayor Oreja de ordenar prioritariamente su escolarización en un segundo centro que también exponía razones en contra- se sustenta en la intolerancia y no en la integración. Convivir no es tragar, sino compartir, tolerar, comprender al otro y distinguir entre lo esencial y lo accesorio. No creo que a los niños de ese instituto vaya a crearles el menor problema ver la cara de Fátima adornada con un pañuelo blanco, salvo que los adultos los predispongan en contra. Es más: no deja de ser curioso que se acuse de impositiva a una musulmana que acude a un colegio católico y luego a uno laico.
¿Alguien le ha pedido al mar que se defina, como han hecho estos días tantos urgentes y fervorosos defensores de la virginidad de la democracia? Lo que nos preocupa es navegar y cómo hacerlo. Volvamos a Machado, ya que estamos por la tolerancia: 'Todo pasa y todo queda; / pero lo nuestro es pasar, / pasar haciendo caminos, / caminos sobre la mar'.
Suerte, Fátima.
Babelia
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