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Columna
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Amputados

Eduardo Madina ha perdido una pierna por opinar. (Recuerdo aún cuando nos llevaban a la cárcel por eso.) Es de las Juventudes Socialistas, como pudo serlo entonces. Otros han perdido la vida por lo mismo. Nadie quisiera estar en su piel, aunque a todos nos hayan amputado la pierna al amputársela a él. ¿Somos conscientes de ello? Pero, por muy duras que sean estas horas, más duras han de ser las de su vuelta a la normalidad. Andar con una pierna o una ortopédica (ojalá todo termine en eso), cambia la vida de las personas. Aprender de nuevo a caminar. Ponérsela y quitársela cada día. Se acabaron los partidillos de fin de semana. Para qué seguir, todos lo sabemos. Pero ya no estaremos con él en ese momento. Ya no sentirá el calor que podamos transmitirle ahora.

Podrá entonces hacer dos cosas. Sobreponerse y hacer frente a su nueva condición, o dejarse arrastrar por la desesperación. Puede ocurrirnos a cualquiera. Porque, también como sociedad, hemos sido amputados de manera irreversible. Algunos de los mejores han muerto o han debido exiliarse. Otros son perseguidos con saña. A nuestra sociedad le han amputado un miembro. El verdugo está vivo, y seguirá haciéndolo. Caben dos respuestas: sobreponerse y hacer frente al mal, o bien, dejarse arrastrar por la desesperanza.

Uno quisiera (y lo procura) que nos fuéramos sobreponiendo. Que hiciéramos frente al hecho irreversible de nuestra amputación: un grupo de gente dispuesta a matar por un capirote con ikurriña. Esto es así. ¿Somos conscientes de ello? Hay quien sufre eso en propia carne, y lo paga con su muerte. ¿Lo sabemos? Debemos afrontarlo y hacerle cara: ninguna tregua al huevo de serpiente depositado entre nosotros.

Pero también podemos dejarnos arrastrar por la desesperación (en forma de sentido común y normalidad). Y me temo, lo señalo (¿para qué escribir, si no?), que nos estamos dejando emponzoñar por el huevo de serpiente. Veo demasiadas amistades rotas, demasiados reproches entre colegas, mal ambiente en las reuniones familiares. Es un síntoma claro. Lo percibo y lo digo (si no, ¿para qué escribir?).

El desestimiento motal empezó con el PNV (Asamblea de Euskalduna) y el Gobierno Ibarretxe desde el principio (aunque, de modo explícito en la actual legislatura). La culpa la tiene el PP, dicen (y no les falta razón). Hizo mal su trabajo, y ahora -dicen-, queremos más soberanía ('que los vascos decidan'). ¡Irresponsables!, digo yo. Luego, cuando, los pobres, empezaban a reaccionar tras su derrota electoral del 2001, le tocó el turno al PSE-EE. Redondo fue un irresponsable que interfería el debate del partido (que podría resumirse: ¿se premia al PNV por Lizarra o se le castiga?). Parecía que la cosa terminaba ahí.

Pero, no. No, la serpiente lo envenena todo. No lo olvidemos, por favor. En febrero de 2001, la UPV-EHU aparecía unida frente a la infamia. Al fin, sí, al fin, se reunía a una representación universitaria cualificada (rectores de todas las universidades, más lo más capaz y sano de la vasca) para decir que con la libertad no se juega. Estuvo el lehendakari y estuvo el PP, el PSE e IU (a Batasuna no se le esperaba). Pero, sobre todo, la UPV-EHU aparecía firme contra la ultraje autoritario. Ahí estaba: al fin orgullosa y clara.

Pero la serpiente espera e inocula su veneno en vena. Cátedra. Ah, eso es otra cosa. Miserias, rencillas, corporativismo. Y, desgraciadamente, ha tenido éxito. Hoy el equipo rectoral de la UPV-EHU (enemigo de la serpiente, no me cabe la menor duda) es el equipo más cuestionado de nuestra universidad. El caso es que lo es con razón, se dejó tentar. Pero es volver a caer en la desesperación, y toca sobreponerse. Saberse mutilado y hacer frente a la tragedia. Sólo cabe recomponer el tejido social o rendirse. Así de drástico, pero cierto. Cada uno -ciudadadano de a pie o autoridad-, usted verá qué hacer.

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