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52º FESTIVAL DE BERLÍN

El rostro del ángel

Mereció la pena asistir a la silenciosa pelea entre la actriz británica Judi Dench y la estadounidense Halle Berry para dilucidar quién de ellas tiene más posibilidades de llevarse el Oscar femenino. Judi Dench dio lecciones de oficio en Iris, pero Halle Berry tiene una tarea más difícil en Monster's ball, que no se resuelve sólo con oficio, sino que requiere llenar de alma la piel.

Ganó Halle Berry y la luminosa actriz, a la que hemos visto casi siempre embarcada en personajes por debajo de sí misma, comienza ahora, cuando algunos auguraban su curva de caída, ya pasada la esquina de los 30 años y en roce con la edad de la plenitud, a echar fuera todo el fuego del talento que lleva dentro. Su trabajo en Monster's ball no es cine olvidable. El tú a tú de Halle Berry con Billy Bob Thorton en esta notable representación de la violencia racista, por el joven cineasta suizo instalado en EE UU Marc Forster, merecía haber ocupado un lugar en la lista de premios, además del destinado a distinguir a la formidable actriz protagonista. Es la actuación de Halle Berry, junto al sublime estilo de Ioselliani en Lundi matin, el puñetazo de verdad que despide Domingo sangriento y el enfado de interpretaciones de Halbe Treppe y Minor mishaps, lo que quedará de esta Berlinale. No es poco, si se tienen en cuenta las tremendas escaseces de arte cinematográfico que hay en la masiva producción audiovisual de los últimos tiempos. Buscar una buena película se ha convertido en el viejo azar de la busca de una aguja en un pajar.

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Indicios de cambio

No ha sido ésta una gran Berlinale. Pero, aunque no del todo convincente, hay en el primer paso, lógicamente cauteloso, del nuevo equipo organizador que preside Dieter Kosslick, indicios de un cambio a mejor, buenas vibraciones alrededor de la sensación de que, bajo los titubeos, se mueve una idea reformadora de un viejo festival que llevaba demasiados años necesitado de una transfusión de sangre.

Algo drástico que le haga salir del callejón sin salida en que estaba atrapado aquel falso discurso ritual de proclamacion de independencia, que la Berlinale no cumplía, o cumplia a medias, pues era evidente que dependía, y no poco, de los telegramas de agradecimiento -a veces, de manera engorrosa, obscenamente públicos- de los portavoces de la MPAA, núcleo de la red de los circuitos gremiales y financieros de Hollywood, que obviamente sólo dan las gracias por los sevicios prestados.

Pero ahora, Dieter Kosci parece intentar que la Berlinale se embarque, siguiendo el ejemplo fundacional de su creador, Alfred Bauer, en la moral del riesgo, en el magnífico berenjenal de la busca, entre tanta morralla que se dedica a hacer películas, de cineastas inéditos que merezcan verdaderamente la pena; y, sobre todo, en la adopción de la idea de diversidad esgrimida contra la presión creciente del rasero de la uniformidad de la ideología globalizadora. Que lo logre o no, tiempo al tiempo.

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