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21ª EDICIÓN DE ARCO
Columna
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Más y mejor arte español

Como la fiebre del heno, como la Navidad o los impuestos, implacable en su cita de cada año, Arco otra vez. En esta ocasión, con un escenario algo distinto, los pabellones 7 y 9 del recinto ferial madrileño, este último concluido recientemente y de aforo colosal. Nuevo ámbito, pues, y configuración del espacio asimismo renovada que, en convocatorias siguientes, ha de aconsejar algún que otro ajuste. El resto, el perfil, querencias y vicios de la feria, como siempre; o, al menos, en la tipología asentada por las ediciones que culminaron la segunda década de vida del certamen. Y, por supuesto, una vez más el arte español ocupa el lugar dominante en la oferta de este Arco 2002, no sólo por la presencia comparativamente mayor, en términos proporcionales, de galerías nacionales, sino por la tendencia habitual entre los participantes foráneos a incluir entre sus propuestas obras de nuestros artistas, tanto asociados al legado estelar de las vanguardias como a las generaciones recientes.

Sorprende que la obra de Juan Muñoz tenga una presencia tan escueta en la feria

Resulta difícil distinguir, año a año, variaciones significativas en los rasgos dominantes de lo ofertado en cada edición. Pues si bien es cierto que existe el impulso oportunista a beneficiarse del reclamo circunstancial de los tics de temporada, el hecho concluyente es que las tendencias en verdad significativas dentro de las modas dominantes tienen ciclos de asentamiento y pervivencia más dilatados. Así ocurre, por ejemplo, con el interés exacerbado por la fotografía que ha extendido su contagio en el curso de la última década. Y, aun así, en un paisaje tan laberíntico y multitudinario como el de Arco, tales tendencias quedan a la postre diluidas en un mosaico de registros más variopintos. De hecho, en el azar de la feria nada queda de entrada asegurado. Así, frente a la maña usual de intentar sacar tajada de los incidentes circunstanciales, me ha sorprendido en la edición de este año, cuando la tan reciente y trágica desaparición de Juan Muñoz ha hecho proliferar en los medios las evocaciones elegíacas de su figura, que la obra del gran escultor madrileño tenga una presencia tan escueta en la feria, con una pieza notable en el stand de Pepe Cobo, la serie gráfica de Línea y apenas un par de testimonios más en otras galerías.

Propondré en esta ocasión un relato algo menos pormenorizado que en años anteriores -y no tan farragoso, espero, en consecuencia- de lo que ha captado preferentemente mi atención, por lo que al arte español se refiere, en el recorrido de la feria. En rigor, un censo más detallado no resulta necesariamente más fiel, ya que, por razones de espacio, siempre acaban finalmente omitidas opciones de equiparable interés. De hecho, el lector ha de tomar mis palabras por lo que son, llamadas puntuales de atención, a título de ejemplo, para una síntesis abocetada del territorio que el visitante enfrentará, señales orientativas a partir de las cuales cada uno deberá elaborar, según su inclinación, un mapa personal.

Dentro de la deriva más histórica, que la actual estructura de la feria tiende a concentrar en el Pabellón 7, ha de volverse a destacar de entrada la consolidación, definida en las últimas ediciones, de una oferta más amplia y rigurosa, con espacios de referencia habituales como el siempre deslumbrante de Gmurzynska, o los de la parisiense 1900-2000, Leandro Navarro, Claude Bernard, Elvira González, Thessa Herold y Guillermo de Osma. Con todo, la tónica sigue siendo, en razón del perfil del comprador en Arco, la de las obras de pequeño o medio calibre, y sólo ocasionalmente alguna pieza de caza mayor. Señalaré, en ese registro, las deliciosas miniaturas del Picasso erótico en Gmurzynska, firma que ofrece a la par dos mirós espectaculares fechados en el 29 y el 34, así como otras piezas del genio malagueño, el de Elvira González, el encantador collage del taller de 1900-2000, un dibujo del periodo modernista en Marwan Hoss o la tela de Guillermo de Osma donde destaca asimismo un pequeño juan gris. Junto a ellas, distinguiré el dibujo Dormeuse, cheval et lion invisible, firmado por Dalí el año 30, de Thessa Herold, y el bronce del Joven en la playa, de Gargallo, en Leandro Navarro. Y ya dentro de una memoria más cercana al presente quiero reivindicar la presencia en el stand de Juan Gris, junto a un bodegón de Xavier Valls, de una pintura del colosal Eusebio Sempere, tan injustamente relegado en nuestra escena reciente. Pero uno de los logros incontestables de la presente edición debe situarse, dentro de esta misma franja, en la sobrecogedora capilla que Antonio Machón ha dedicado a la escultura metafísica de Oteiza.

Dentro ya de las generaciones sucesivas que se asocian, en sentido amplio, a ese perfil más contemporáneo dominante en la ambición de Arco, empezaré por recordar, a vuela pluma, algunas obras que me han impactado, en el ámbito territorial de la pintura. Así, la colosal pintura de historia de La guerra de dos mundos, de Arroyo, en Metta; el stand monográfico que reivindica al malogrado Amable Arias en la Galería Dieciséis; la Biblioteca con vela, de Barceló, en Stephan Röpke; la sorpresa de las cadencias curvilíneas del último Palazuelo en Soledad Lorenzo, o los dibujos monumentales de Cardells en Leonarte. Asimismo, deben verse el Sicilia níveo de Elvira González, el Corujeira de May Moré, el friso panorámico de Curro González en Tomás March, el Urzay de Elba Benítez, un Cavada en Fernando Silió, los Amondarain de Antonio de Barnola y DV, los Charris y Sicre de My Name'Lolita o los Muniategiandikoetxea en Espacio Mínimo.

Del lado de la escultura, recomiendo ante todo los Schlosser de Elvira González, los luminosos Blanca Muñoz de María Martín y Baukunst, los Manolo Paz de Trinta, el muro serigráfico de Cristina Iglesias en Pepe Cobo, la cascada bibliográfica de Alicia Martín en Oliva Arauna, así como el polícromo Sinaga o los Florentino Díaz de Max Estrella.

Finalmente, en ese confín tan específicamente actual que disuelve las fronteras y distinciones mediáticas, recomiendo no perderse el inefable artefacto del monte Sainte Victoire con nieve real, que Fernando Sánchez Castillo presenta en Max Estrella, ese otro monte ingrávido de Pamen Pereira en Altxerri, los Orts de Pilar Parra o los espléndidos poemas objetuales y composiciones fotográficas de Carlos Pazos en Carles Taché. Y abierto ya el frente de la incorporación de recursos fotográficos, destacan en la feria Félix Curto -un nombre emergente clave en este momento- por las piezas de O. M. R. y La Caja Negra, el perverso Carmen Calvo de Fernando Santos, los Susy Gómez de Toni Tàpies y Soledad Lorenzo, los Mayte Vieta de Dels Angels y Silió o el Amador tunecino de Maior. Y cierro, en la fotografía más pura, con ese ciclo cumbre de los rituales haitianos que la magistral Cristina García Rodero presenta en Juana de Aizpuru.

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