_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Jotas diversas

Parece ser que Anjeles Iztueta, consejera de Educación, ha decidido mejorar el destino de los 925 profesores no euskaldunes que sobran en nuestras aulas. A ninguno de ellos les tocará en suerte custodiar ancianos y podrán ser destinados a tareas de administración y de teleformación. Dignos destinos, como puede verse, en los que podrán practicar su lengua castellana, condenada al achique de espacios. En sus nuevos quehaceres el conocimiento del euskera no será tan necesario, o así lo afirma la señora consejera, aunque es posible que los afectados no consigan despejar las sombras del 'hasta cuándo' y nos recuerden que tampoco lo era cuando accedieron a los puestos de trabajo que ahora se van a ver obligados a abandonar. ¿Cuánto tiempo tendrán que esperar hasta que les llegue la nueva migración? Pues bien saben esos profesores que les llegará el momento en que sus administrados o teleformados querrán serlo en euskera, porque sí, por derecho, y que a ellos les será adjudicado un nuevo destino en su escala progresiva hacia la mudez. Suspiran ya por ese destino último, por ese puesto de trabajo en el que no sea necesario decir ni mu, no vaya a ser que en euskera se diga de otra forma y no les entiendan.

Debería preocuparle a la consejera por qué el bachillerato cursado en euskera no garantiza el dominio de esta lengua

Notable situación ésta, en la que los puestos de trabajo se pierden por hablar una lengua que es la que conoce en exclusiva la mayoría de la población vasca. Se podrá tachar mi argumento de tendencioso y objetarme que tan triste trashumancia no se debe a que sepan castellano, sino a que no saben euskera. La situación es la que es, y en la Escuela Pública Vasca la única lengua en uso en estos momentos debe de ser el euskera, de ahí que sea condición imprescindible conocer esta lengua para poder trabajar en aquella. Quien no la conoce tendrá que atenerse a las consecuencias, aunque nuestra Administración generosa no lo abandonará a su suerte y le proporcionará otro destino honroso. ¿De qué quejarse? Excelente argumento éste que convierte en generosidad el agravio y en mano bondadosa a quien fue cepo. Pues ha sido la Administración la que ha hecho de la lengua instrumento del instrumento y, a hechos cumplidos, ha mostrado luego la realidad, fabricada a conciencia, como razón definitiva. De esta forma, tiene razón la señora consejera cuando asegura que la medida es estrictamente legal e invoca para ello la ley de la Escuela Pública Vasca y la de los Cuerpos Docentes, propuestas por cierto por un consejero socialista.

Las leyes deben responder a deseos explícitos de los ciudadanos, a los que regulan. Pero algo las hace sospechosas de no ajustarse a ese equilibrio con la ciudadanía cuando generan situaciones injustas. El proceso de normalización del euskera no encontró apenas resistencias en una población que era castellanoparlante en sus tres cuartas partes. No la halló, seguramente, por mala conciencia y también por miedo. Pero los hechos son tenaces y suelen manifestar su resistencia incluso en el silencio. Y a veces son atroces. Es atroz, por ejemplo, que un sector importante de la población vasca no pueda acceder a puestos de trabajo de la Administración que lo representa y que él sustenta, y que se halle en clara desventaja respecto a otro sector que carece de trabas. La atrocidad no se hace manifiesta para quienes no opten a puestos de la Administración, quienes apenas si sienten ni padecen las secuelas de la normalización lingüística, ya que ésta casi no se deja sentir en la vida diaria. En quienes sí optan a puestos de la Administración o trabajaban ya en ella, la atrocidad se neutraliza en introyección culpable, cuando no en impotencia al ver que a su valor sagrado el euskera suma su carácter de parte del currículo exigido por el perfil del puesto de trabajo. Y es ahí donde sí se sufre.

Curiosamente, el euskera sigue siendo una lengua acotada a ámbitos específicos. Su ámbito actual ya no es el familiar, sino el de la Administración y la enseñanza, un ámbito mortal que es el del poder pero no consigue ser el de la vida. A Anjeles Iztueta quizá debiera preocuparle, por ejemplo, por qué los estudios de bachillerato cursados en euskera no garantizan el dominio de esa lengua por parte de los alumnos, quienes habrán de realizar un examen de capacitación posterior -EGA-, examen que no tiene equivalente, por innecesario, en castellano. ¿Un fracaso de la enseñanza? No, un fracaso de la lengua, pero ya hablaremos de ello otro día. Cuando las leyes sólo sirven para discriminar y penalizar, lo mejor que se puede hacer es cambiarlas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_