El productor
Cuando Alejandro Amenábar subió al escenario donde se entregaron los goyas, se acordó de mucha gente de su equipo e hizo mención especial a quienes habían creído en él y en su proyecto: Fernando Bovaira y José Luis Cuerda; el primero no tiene edad todavía para serlo, pero del segundo dijo que ya era para siempre su segundo padre. En un mundo en el que se olvidan con facilidad las primeras dificultades de cualquier inicio, esta declaración de fidelidad filial no sólo muestra la solidez de su respeto por los otros -y por Los otros-, sino que subraya la presencia en su carrera de una fuerza discreta, alejada y prudente sin cuyo apoyo ese cerebrito del que habla el propio Amenábar no hubiera despertado con la potencia necesaria para vencer las resistencias que se imponen ante las primeras obras y ante los proyectos primerizos. La apuesta que hizo Cuerda cuando el chico le fue a llevar Tesis es inolvidable para él, pero también es un ejemplo de perspicacia en un director que no sólo ve a través de su cámara, sino que cree en las cámaras, y en la creatividad, ajenas.
En esta ocasión, para hacer Los otros, Amenábar contó además con el apoyo de Fernando Bovaira; Cuerda, de Producciones El Escorpión, y Bovaira, de Sogecine, fueron aclamados por el propio director como sustentos del filme que ganó mayoritariamente los principales galardones del cine español. El refrendo que luego recibió la propia producción -la más arriesgada del cine español en mucho tiempo- permitió que estos dos personajes de la trastienda del cine mostraran su rostro satisfecho en esa noche en la que el glamour no ocultó la existencia de graves problemas en la industria.
Así que ahí estaban esos dos productores españoles, uno valenciano y otro albaceteño y gallego, uno tímido y aniñado, como un adolescente sorprendido ante un juguete que siempre esperó; el otro regresando de una historia que ahora además tiene libro -la Fundación Autor de la SGAE le acaba de dedicar una espléndida y lujosa monografía- que le ha llevado a confiar con fe ciega en proyectos ajenos a los que ha prestado una fidelidad que ahora le reporta la justísima gratitud.
Los dos coincidieron ya en una película verdaderamente milagrosa, La lengua de las mariposas, en la que se produjo una conjunción múltiple, pues con ellos dos estaban, como creadores literarios, el poeta gallego Manuel Rivas, autor del cuento en que se basó el filme, y Rafael Azcona, el riojano secreto que hizo ése y tantos guiones inolvidables para un cine que vive, y ha vivido tanto, de su genio para ver películas antes incluso de que fueran nube. Ahí, además, en este filme, estaba Fernando Fernán-Gómez, poniendo en pie un símbolo de una España que sigue existiendo en el alma del pasado: el maestro laico que busca en la enseñanza la esperanza que nada puede matar.
Pero ahí estaban Los otros y sus dos productores. En España, y en el mundo, la imagen que se tiene del productor es la de un personaje que lleva un puro en una mano y una tijera en la otra; y en la cartera cerrada conserva la parte mezquina de su oficio. A lo mejor fue verdad, y seguramente será verdad en muchos sitios y en muchos casos. Pero se hace muy difícil asociar ese estereotipo al carácter y a la personalidad de Cuerda o de Bovaira. Estuvo muy bien que les dieran el premio por la película que contribuyeron a hacer, y fue doblemente grato ver que les premiaban, sobre todo después de las mezquindades que se lanzaron sobre el carácter extranjero de este filme que dirigió Amenábar. Pero fue bueno, sobre todo, que alcanzaran el galardón para que la gente les viera las caras: a Bovaira se lo imagina uno sentado en cuclillas detrás de la cámara, para ver la película antes, y a Cuerda siempre me lo imagino como una figura volando en un bosque animado. Me cuesta mucho trabajo imaginarles con el puro y la tijera, parando un rodaje o expulsando del paraíso de su producción al que no aprecia el poder del dinero. Ni siquiera me los imagino en una silla que ponga detrás, en letras mayúsculas, la palabra 'productor'. Me los imagino viendo, eso es lo que hacen.
Babelia
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