Atunes
En mayo y junio cruzan el estrecho de Gibraltar los grandes bancos de atunes como manadas de puercos, según la gráfica expresión de Pedro de Medina. La pesca (en total unos 50.000 o 60.000 atunes por temporada) la describe el mismo Medina. A una señal del vigía desde la atalaya, seis o siete barcas, puestas en arco, tienden las redes y van ciñendo la presa, que después es rodeada de nuevo por la 'cinta gorda', una red de cáñamo grueso de la que tiran más de doscientos hombres. Cercana ya la 'cinta' a tierra, saltan al agua los pescadores que clavan garfios (los 'cloques') en la cabeza de los atunes y los van arrastrando aunando esfuerzos a la playa. 'Es cosa de ver', dice Medina, 'los golpes que estos atunes dan con la cola y la cabeza en tierra hasta que mueren, y ver el agua tinta en sangre'.
La escena, tan dramática como pintoresca, ha dejado pocas huellas literarias; sólo la segunda parte del Lazarillo narra la metamorfosis de Lázaro en atún, su captura en las redes de los almadraberos y su final recuperación de la figura humana. En cambio, la ironía popular clavó sus dardos en el duque de Medina Sidonia, al que se dio el mote irónico de 'rey de los atunes' por lo mucho que se afanaba en la 'conquista de Túnez' y por los pingües ingresos que le proporcionaban las almadrabas de Vejer y Conil.
Retrocedamos ahora veinte siglos. En el 480 a. C. la suerte de la Hélade se decidió en una batalla naval. La flota griega, más velera, logró encallejonar a la armada de Jerjes entre la isla de Salamina y la costa ateniense. La derrota de los invasores fue total. El mar se cubrió de despojos de naves enemigas, entre los cuales pugnaban por mantenerse a flote los persas que se habían salvado del abordaje. En vano. Los griegos, como dice Esquilo, los golpeaban despiadadamente, como si fueran atunes, con remos ya quebrados o trozos de tablas a falta de otras armas. La metáfora y sus implicaciones (angostura, aporreamiento, mar enrojecido de sangre) indica que el procedimiento de pesca era análogo al descrito por Medina. Un oráculo conservado por Heródoto nos habla de las redes tendidas en derredor al paso del banco de peces, de cuya llegada alertaba un vigía, apostado en una roca elevada (la atalaya de Medina); vigía que es comparado por Aristófanes al demagogo que, codicioso y sin escrúpulos, avizora desde el acantilado la llegada de los tributos... para robarlos.
Estrabón, que menciona tres atalayas atuneras, pasa por alto la de Gibraltar, aunque se extasía ante la riqueza pesquera del Bósforo: en el Cuerno se podía coger con la mano a los bonitos que afluían en 'manadas' (la misma palabra que había usado Medina) impelidos por la corriente. En los dos estrechos, mojones de Europa, la vida gira en torno a la pesca y la salazón. Tiempo habrá de señalar otras semejanzas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.