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Columna
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Europa en el bolso de Thatcher

Andrés Ortega

¿Más Europa u otra Europa? ¿Estamos asistiendo al triunfo político póstumo de Margaret Thatcher y su visión de una integración limitada? En su bolso quizás hubo alguna libreta con ideas que pueden verse ahora impulsadas por una conjunción política complicada. La visión más nacional de Europa, tan propia de Thatcher, ha ido ganando terreno en los últimos años. En ese país central en la construcción europea que es Alemania, Kohl ya la impulsó en la recta final de su último mandato. El nuevo candidato de la CDU-CSU a la cancillería, el socialcristiano bávaro Edmund Stoiber es una persona inteligente que tiene una idea de Europa clara, de una Europa delgada que devuelva parte de su poder a los Estados y las regiones. Gane o no gane, esta visión influirá. Pero ojo a lo que hay detrás: pues la Europa de la subsidiariedad sin solidaridad sería una Europa ciega.

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Esta visión nacional es la que ha puesto de relieve la renuncia de Ruggiero y la asunción por Berlusconi de la cartera de Exteriores. Choca, al venir de una Italia que nos tenía acostumbrados a otro enfoque. El actual se ve reforzado por Fini y su posfascista y anti europea Alianza Nacional -un fenómeno que está creciendo y no sólo en la Europa alpina-, y que aspira a esa cartera. No conviene equivocarse: pese a que Berlusconi constituya una anomalía democrática por su condición de magnate mediático y sus asuntos judiciales, esta visión resulta popular en Italia. Para Berlusconi, 'Italia debe hacerse sentir en el mundo'. Si Italia, Francia, Alemania, España, etc., siguen todos esta pauta, en el mundo habrá políticas de europeos pero no política europea.

En Francia, el soberanista Jean Pierre Chevènement puede tener la llave de las elecciones. Va a ser candidato en las presidenciales, y puede obtener un porcentaje significativo de votos, provenientes tanto de la izquierda como de la derecha. Si, como parece, hay segunda vuelta, y para apoyar a Jospin, puede pedir a cambio la oportunidad de ser primer ministro si la izquierda gana las posteriores legislativas. En todo caso, el factor Chevènement va a influir en la posterior política europea francesa.

Que vamos a otra Europa está muy claro si se produce el big bang, la ampliación rápida a 10 países más, sin que la UE haya decidido lo que quiere ser, y cuando los nuevos miembros, tras recuperar su libertad e identidad, no son precisamente fervientes europeistas. Incluso la coalición no ya contra la profundización, sino contra la ampliación de la UE, está ganando fuerza. En Austria, Haider está recabando firmas para en una 'consulta popular', con firmas, contra la central nuclear checa de Temelín, amenazando con vetar la entrada de esa República en la UE.

La otra Europa por la que abogan Blair y Aznar es a la vez menos y más. Insiste en la integración negativa, en la supresión de trabas a los movimientos internos de personas, capitales, servicios y bienes para crear una gran área económica, lo que quería Thatcher. Con las reformas económicas que quiere impulsar la presidencia española en el Consejo Europeo de Barcelona, los gobiernos mantengan muchas de sus prerrogativas, y poco nuevo gana la UE como tal. Tras el 11-S, la lucha contra el terrorismo, y la búsqueda de una política común de inmigración, junto con los balbuceos en materia de defensa común, constituyen elementos de integración positiva.

Cuando viaja al aislado continente, la Sra. Thatcher debe llevar en su bolso no sólo las sagradas libras esterlinas -quizás incluso siga contando en guineas- sino también euros. Probablemente los odie, mientras que Blair los acaricia, deseoso. Es un cambio fundamental en un bolso que llegó a ser tan enigmático como el de su Reina, de quien dicen que cuando se interesó por el euro, preguntó si los reyes europeos iban a figurar en las monedas. Perspicaz Isabel II.

aortega@elpais.es

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