En el invierno
No es difícil descubrir los signos de la confusión en la noche en que tu padre agoniza allá, en la ciudad lejana: el viento de hielo que llega desde las tierras cubiertas de nieve, la lluvia lechosa que se convierte poco a poco en niebla densa. Los augurios están ahí aunque no quieras verlos mientras esperas que la madrugada rompa y te traiga la noticia imposible, la buena nueva que no habrá de llegar. Camilo José Cela -el CJC de La colmena- hubiera contado su muerte prestando atención a esas mil historias que rondan la que de veras importa y no se menciona jamás de otra forma que por medio de la elipsis. Nadie puede escribir su propio abandono pero, en este caso, disponemos ya de las claves suficientes a través de toda una obra para entender que la única emoción que CJC hubiese rechazado en sus últimos momentos sería la de la piedad.
Quien se muere no es sólo un escritor de culto, premio de todos los premios. Es tu padre y, ahí, naufragan los tópicos al uso. Sabes que los médicos lo han desahuciado, lo presientes débil, preso de unos órganos que le fallan. Hace años, más años de los que tiene mi hija, que es su nieta, mi padre sufrió una operación a vida o muerte, tan seria como para que su gran amigo José Luis Barros, el cirujano que debía operarle, quisiese tenerme en su casa, junto a la biblioteca, para advertirme acerca de las minúsculas probabilidades que existían de que sus pulmones aguantasen. Aguantaron eso y muchas otras cosas que habrían de llegar luego hasta que, en este invierno oscuro y húmedo, han dicho basta.
Quedan atrás los recuerdos de una vida diferente, hermosa, cruel, desmedida. Queda la sensación de lejanía, la voluntad de hurtarte al recado que te habrá de llegar cuando estás en las aulas. Queda la certeza aguardada que querrías alejar mientras la puerta se abre, y te llaman, y, de pronto, lo que ya sabías se convierte en testimonio por medio de lo que han oído en una crónica de la radio. Tu padre ha muerto y, ya ves, tú te quedas de golpe mudo y sordo. Siempre hace mucho frío cuando el calor se te escapa del alma.
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