La lucha por el espíritu del siglo XXI
La cuestión crucial de este nuevo siglo es si la era de la interdependencia va a ser buena o mala para la humanidad. La respuesta dependerá de que los que vivimos en las naciones ricas extendamos las ventajas y reduzcamos las cargas del mundo moderno, de que las naciones pobres pongan en práctica los cambios necesarios para hacer posible el progreso, y de que todos podamos desarrollar un nivel de conciencia lo suficientemente alto como para comprender las obligaciones y responsabilidades que tenemos los unos con los otros.
No podremos hacerlo si los pobres de la tierra están conducidos por gente como Osama Bin Laden, que cree que pueden hallar su redención en nuestra destrucción. Y no podremos hacerlo si los ricos están conducidos por aquellos que alimentan un egoísmo corto de miras y defienden el espejismo de que podremos exigir eternamente para nosotros lo que negamos a los otros. Todos tendremos que cambiar.
Filósofos y teólogos hablan desde hace mucho tiempo de la interdependencia de la humanidad. Los políticos lo hacen seriamente al menos desde el final de la II Guerra Mundial, cuando se fundó Naciones Unidas. Y hoy ya la da por sentada la gente corriente, porque está presente en todos los aspectos de nuestras vidas. Vivimos en un mundo en el que hemos derribado muros, reducido las distancias y difundido la información.
Los ataques terroristas del 11 de septiembre fueron tanto una manifestación de esta globalización e interdependencia como de la explosión del crecimiento económico. No podemos reclamar para nosotros todas las ventajas sin afrontar también el lado oscuro de la moneda.
Por tanto, es muy importante que veamos la lucha actual contra el terrorismo en el contexto más amplio de cómo debemos manejar un mundo interdependiente.
Si el 10 de septiembre se hubiera planteado la cuestión de cuáles eran las fuerzas que tenían más posibilidades de moldear el comienzo del siglo XXI, las respuestas habrían variado en función de dónde viviera el que la diera.
Si usted vive en un país rico, y es un optimista, podría haber respondido que la economía global. Ha hecho a los países ricos más ricos aún y en los últimos treinta años ha sacado de la pobreza a más gente de todo el mundo que en ninguna otra época de la historia. Y los países pobres que han optado por desarrollarse a través de la apertura han crecido el doble de rápido que los países pobres que han mantenido cerrados sus mercados.
En segundo lugar podría haber respondido que la explosión de tecnología de la información, porque esto incrementa la productividad que impulsa el crecimiento. Aunque hoy resulte difícil de creer, cuando yo accedí a la presidencia, en enero de 1993, sólo había 50 sitios en la Web, cuando ocho años más tarde dejé la Casa Blanca había 350 millones.
En tercer lugar, que la revolución actual de las ciencias, especialmente las ciencias biológicas, que rivalizarán con los descubrimientos de Newton o de Einstein. El descubrimiento de la secuencia del genoma humano significa que las madres de los países con sistemas sanitarios bien desarrollados pronto traerán al mundo a unos niños con una expectativa de vida de 90 años. La nanotecnología y la supermicrotecnología nos hacen capaces de diagnosticar tumores que sólo constan de unas pocas células, lo que plantea la perspectiva de que todos los cánceres sean curables. Se está investigando con chips digitales para que imiten los movimientos altamente complejos de los nervios de las médulas espinales dañadas, lo que hace surgir la perspectiva de que personas paralíticas desde hace mucho tiempo puedan levantarse y andar.
En cuarto lugar, y desde un punto de vista político, usted podría haber dicho que el factor dominante del siglo XXI sería la explosión de la democracia y la diversidad. Por primera vez en la historia de la humanidad, más de la mitad de la población del mundo vivía bajo Gobiernos de su propia elección, y en países con sistemas de emigración abiertos y economías saneadas; había un impresionante aumento de la diversidad étnica, racial y religiosa, lo que demostraba que era posible que gente de distintos orígenes y con diferentes creencias pudieran vivir y trabajar juntos.
Por otra parte, si usted proviene de un país pobre o simplemente es pesimista, podría haber dicho que la economía global era el problema, no la solución. La mitad de la población del mundo vive con menos de dos euros al día y mil millones de personas viven con menos de un euro al día. Mil millones de personas se acuestan todas las noches con hambre. La cuarta parte de la población del mundo nunca ha tenido un vaso de agua potable. Cada minuto muere una mujer al dar a luz. Está previsto que la población mundial aumente un 50% en los próximos 50 años, y prácticamente la totalidad de ese crecimiento tendrá lugar en los países más pobres y con menos capacidad de afrontarlo.
Además, usted podría haber dicho que, a pesar del crecimiento económico o quizá debido a él, vamos a enfrentarnos a una crisis medioambiental. Los océanos, que nos proporcionan la mayor parte del oxígeno, se están deteriorando rápidamente. Ya hay una tremenda escasez de agua y el calentamiento global va a causar estragos. Si la Tierra se calienta durante los próximos 50 años al mismo ritmo que en los 10 últimos, perderemos naciones enteras del Pacífico que son islas y 20 metros de la isla de Manhattan en Nueva York. Crearemos decenas de millones de refugiados del hambre, lo que conducirá a más violencia y levantamientos.
Pero quizá la crisis sanitaria mundial habría encabezado la lista. Una de cada cuatro personas muere cada año de sida, malaria, tuberculosis e infecciones relacionadas con la diarrea, casi todos ellos niños que jamás beben un vaso de agua potable.
Sólo a causa del sida han muerto 22 millones de personas y hay 36 millones contagiados. Si no se emprenden acciones preventivas, se prevén cien millones de casos en los próximos cinco años. Y si esto sucede, será el mayor problema público de salud desde que la peste negra mató a la cuarta parte de la población de Europa en el siglo XIV. Aunque las dos terceras partes de los casos se dan en África, los índices de crecimiento más rápidos se registran en la antigua Unión Soviética, en la puerta trasera de Europa. Le sigue el Caribe, a la puerta de entrada de Estados Unidos. En tercer lugar está India,
la mayor democracia del mundo. Y los chinos acaban de admitir que tienen el doble de casos de los que creían y que sólo el 4% de los adultos saben cómo se contrae y se contagia el sida.
Incluso el día 10 de septiembre usted podría haber afirmado razonablemente que el siglo XXI estaría definido por la alianza de un armamento moderno y un terrorismo arraigado en antiguos odios de raza, religión, tribus y etnias.
Todas estas fuerzas, positivas y negativas, son un sorprendente reflejo del grado de interdependencia más extraordinario de la historia de la humanidad.
¿Qué se puede hacer?
Primero tenemos que ganar la guerra contra el terrorismo. No hay ninguna excusa para el asesinato deliberado de civiles inocentes por razones políticas, religiosas o económicas. El terrorismo lleva actuando mucho tiempo. Occidente no ha estado siempre limpio de culpa. Cuando durante la primera cruzada los soldados cristianos tomaron Jerusalén, incendiaron una sinagoga con 300 judíos y masacraron a toda mujer y niño musulmán en el Monte del Templo. Mi país, que ahora es la democracia continuada más antigua del mundo, nació, sin embargo, con la esclavitud institucionalizada, y tras su abolición muchos esclavos negros e indígenas americanos fueron asesinados y sometidos al terror.
Ahora Estados Unidos y otras naciones avanzadas se enfrentan a la realidad del terrorismo en casa. Aunque tenemos que ganar la batalla en Afganistán y esforzarnos más en desarrollar defensas contra el posible uso de armas biológicas, químicas o nucleares, también tenemos que hacer más para descubrir cómo identificar y detener, en un mundo de fronteras abiertas y sociedades cada vez más diversas, a aquellos que entran en nuestros países buscando a alguien a quien matar. Será difícil de hacer sin violar libertades civiles porque en Estados Unidos y en muchos otros países hay gente de todas partes. Pero lo haremos.
Desde que la primera persona salió de una caverna empuñando un garrote, en todos los conflictos siempre gana al principio el que toma la ofensiva. Pero luego, si la gente de buena voluntad se comporta con sensatez, la defensa toma la ventaja y la civilización avanza. Cuanto más letal es un arma más urgente es cerrar el desfase entre la ofensiva y la defensa eficaz.
Los terroristas pretenden aterrorizar, que tengamos miedo de levantarnos por la mañana, miedo del futuro y miedo los unos de los otros. Pero ninguna estrategia terrorista ha triunfado jamás por sí misma. Este intento fracasará también y es altamente improbable que el siglo XXI se cobre tantas víctimas inocentes como se cobró el XX.
No todos los que están furiosos quieren destruir el mundo civilizado. Hay mucha gente que está furiosa porque quiere ser parte del mañana y no encuentra ninguna puerta abierta.
Así pues, me parece fundamental comprender que no podemos tener un comercio global sin una política económica global, una política sanitaria global, una política educativa global, una política de medio ambiente global y una política de seguridad global.
De hecho, tenemos que crear más oportunidades para aquellos a los que el progreso ha dejado atrás, y reducir así la cantera de terroristas en potencia al incrementar el número de posibles socios. Para hacer nuevos socios, el mundo rico tiene que aceptar la obligación de fomentar más oportunidades económicas y contribuir a reducir la pobreza.
Para empezar, debería haber otra ronda de condonación global de la deuda. El año pasado, EE UU, la UE y otros aliviaron la deuda a los 24 países más pobres del mundo, a condición de que dedicaran el dinero a educación, sanidad y desarrollo. Ha habido algunos resultados sorprendentes. En un año, Uganda duplicó la matriculación en la escuela primaria y redujo el número de alumnos por aula con sus ahorros. En un año, Honduras pasó de seis años de escuela obligatoria a nueve.
Durante varios años, Estados Unidos ha financiado dos millones de créditos al año para microempresas en países pobres. Debemos hacer más de lo mismo. Esos dos millones deberían ascender a 50 millones. Como ha demostrado el economista peruano Hernando de Soto, el crecimiento económico puede ser enorme si los bienes de los pobres entran en el sistema legal, como, por ejemplo, dándoles escrituras de sus casas, que a su vez les permitirían avalar un crédito. Mercados enteramente nuevos se abrirían ante nosotros si esto pudiera hacerse.
El año pasado, Estados Unidos y Europa ampliaron sus mercados en África y el Caribe, así como Jordania y Vietnam. China fue admitida en la OMC. Este acceso al mercado debería ampliarse más aún.
Debemos aportar urgentemente los 10.000 millones de dólares que el secretario general de la ONU, Kofi Annan, ha pedido para combatir el sida. La participación de Estados Unidos sería de unos 2.200 millones de dólares, una milésima parte del presupuesto estadounidense, mucho más barato que tener que hacer frente luego a 30 millones de víctimas potenciales del sida, sólo en la India.
El mismo argumento sirve para contribuir a financiar la educación. Un año de educación incrementa en un 10% a un 20% los ingresos de una persona en un país pobre. Hay 100 millones de niños que nunca van al colegio, la mitad de ellos en el África subsahariana. En Pakistán, la razón principal de que todas esas madrasas no estén enseñando matemáticas, sino fomentando ideas tan absurdas como que 'Estados Unidos e Israel han vuelto a traer a los dinosaurios a la tierra para matar a los musulmanes', es que, en los años ochenta, los paquistaníes se quedaron sin dinero para mantener sus escuelas.
Si lo comparamos con lo que cuesta la lucha contra una nueva generación de terroristas, llevar a la escuela a 100 millones de niños de todo el mundo es una propuesta barata. Y puede hacerse. En Brasil, por ejemplo, el 97% de los niños van a la escuela porque el Gobierno paga a las madres más pobres para que sus hijos asistan a la escuela.
La guerra de Afganistán cuesta a EE UU unos 1.000 millones de dólares mensuales. 12.000 millones anuales es mucho más de lo que Estados Unidos pagaría a través de todos los programas que he mencionado.
Pero los países pobres tienen también obligaciones: avanzar en la democracia, los derechos civiles y el buen gobierno. Las democracias no patrocinan el terrorismo organizado y es más probable que respeten los derechos humanos.
Con esta finalidad, debemos estimular el debate que está ahora en marcha en el mundo musulmán, un debate que surge periódicamente desde hace 1.300 años sobre la naturaleza de la verdad, la naturaleza de la diferencia, el papel de la razón y la posibilidad de un cambio positivo y no violento.
Quien tuvo más éxito a la hora de reconciliar la fe con los imperativos de la vida moderna fue el rey Hussein de Jordania, recientemente desaparecido por desgracia. En 1991, galvanizó a todos los elementos de la sociedad jordana y ofreció un Parlamento real con elecciones justas, en las que todo el mundo, fundamentalistas incluidos, podría gobernar siempre que se comprometiera a no limitar los derechos de los otros.
No es casualidad que Jordania, un país pobre, un país joven, un país con mayoría palestina, un país pequeño en una posición geográfica delicada, sea, sin embargo, el país políticamente más estable de Oriente Próximo. Esto se debe a que ha avanzado hacia la democracia y ha reforzado el respeto mutuo y el papel del razonamiento y el debate humanos. Los que queremos tener una buena relación con el mundo islámico debemos apoyar este tipo de moderación y de tendencia a la democracia.
Para que la interdependencia sea un bien en vez de un mal para el siglo XXI, tenemos que reconocer que nuestra humanidad común es más importante que nuestras diferencias. Ésta es la lucha por el espíritu del siglo XXI. Pero la historia ha demostrado lo difícil que resulta entender este concepto.
Durante los años que llevo yo viviendo, Gandhi fue asesinado no por un musulmán furioso, sino por un hindú furioso, porque Gandhi quería que la India fuera para los musulmanes, los jains, los sijs y los hindúes. Anuar el Sadat fue asesinado hace 20 años no por un comando israelí, sino por un egipcio furioso que pensaba que Sadat no era un buen musulmán porque quería secularizar Egipto y hacer la paz con Israel. Y mi amigo Isaac Rabin, uno de los hombres más grandes que he conocido nunca, fue asesinado no por un terrorista palestino, sino por un israelí furioso que pensaba que Rabin no era un buen judío o un israelí fiel porque quería dejar a un lado una vida entera de matanzas a cambio de una paz segura que diera un hogar a los palestinos y reconociera sus intereses en Jerusalén.
Los más beneficiados somos los que debemos llevar la iniciativa a la hora de hacer de este mundo sin barreras un hogar para todos nosotros.
El presidente Bush ha dejado claro que Estados Unidos y Occidente no son enemigos del islam. Tenemos que recordar a los musulmanes de todo el mundo que la última vez que Estados Unidos y Reino Unido utilizaron su potencia militar fue para proteger las vidas de los musulmanes pobres de Bosnia y Kosovo; que 18 estadounidenses perdieron la vida en Somalia intentando detener a Mohamed Farra Aidid porque había asesinado a 22 miembros de las fuerzas de paz de la ONU procedentes de Pakistán. Tenemos que decir a los musulmanes airados algo que al parecer no saben: que en diciembre de 2000, Estados Unidos propuso un acuerdo que estipulaba, en términos muy claros, un Estado palestino en Cisjordania y Gaza, así como la protección de los intereses palestinos y musulmanes en Jerusalén y en el Monte del Templo. Y que mientras Israel aceptó ese plan, la OLP dijo que no.
Para demostrar que el islam no es nuestro enemigo, la Unión Europea y Estados Unidos tendrán que volver a ponerse manos a la obra de construir una paz justa y duradera en Oriente Próximo.
William Jefferson Clinton fue presidente de Estados Unidos entre 1993 y 2001. © 2002, Global Viewpoint. Distribuido por Los Angeles Times Syndicate International.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Condonación deuda
- Tercer mundo
- Opinión
- Terrorismo internacional
- Deuda externa
- Finanzas internacionales
- Pobreza
- Globalización
- Geopolítica
- Política antiterrorista
- Relaciones económicas
- VIH SIDA
- Enfermedades infecciosas
- Lucha antiterrorista
- ETS
- Islam
- Enfermedades
- Educación
- Religión
- Terrorismo
- Medicina
- Economía
- Problemas sociales
- Salud
- Relaciones exteriores