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El último día del uno por uno

Los argentinos se lanzan a las tiendas ante el fin de la paridad entre dólar y peso

Alejandro Rebossio

'Déme dos' o 'no me dé nada'. La primera frase se oía ayer en locales de electrodomésticos y electrónica de los barrios ricos de Buenos Aires, en los que la inminente devaluación aún no había aumentado los precios. La segunda, en los pequeños almacenes de zonas de clase media y baja, en los que el aceite, el champú, el papel higiénico o el vino ya se han encarecido el 20%.

Este contraste frente a la incipiente inflación evidencia la brecha social, que se ha ampliado a niveles tan desiguales como hace 25 años, antes de la última dictadura militar (1976-1983). En los primeros años de ese Gobierno de facto y del de Carlos Menem (1989-1999) se produjo una explosión fugaz del consumo. Los argentinos de clase alta y media se acostumbraron al 'déme dos'. La recesión de los últimos tres años y medio impuso una inédita austeridad, pero en los últimos días, el temor y la certeza de que la depreciación del peso dispara los precios de los artículos importados empujó a los que tienen a comprar antes del aumento.

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Los comercios de electrónica y electrodomésticos optaron por cerrar ante la incertidumbre monetaria, aumentar el 30% los valores en pesos o cobrar sólo en dólares. En cambio, los hipermercados, bajo la presión del Gobierno, han mantenido intacta la mayoría de los precios. Por eso en los últimos días se veían carritos cargados con ventiladores o televisores.

'Estoy gastando todos los pesos que tengo antes de que pierdan valor', decía Ricardo Lature, ingeniero de 39 años, en una cola para comprar artículos electrónicos del hipermercado Carrefour, en el distinguido barrio de Palermo Chico. Dos días antes había comprado un aire acondicionado con un 20% de aumento. 'Tuve que comprarlo por el calor que hace', explicó. Ayer ya se ofrecían menos aparatos, muchos sin el rótulo del precio.

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En un centro comercial vecino pocas personas compraban juguetes por el día de Reyes, una festividad poco celebrada en Argentina. Las jugueterías, a pesar de la devaluación, ofrecían rebajas del 50% en productos importados. Al igual que en Navidad, los consumidores se limitaban a pasear sin bolsas. Algunas tiendas anunciaban en sus escaparates: 'Aproveche los últimos días del uno a uno', en referencia a la paridad del peso con el dólar que rigió desde 1991. A dos calles de allí, un sacerdote agustino recogía comida después de recibir una llamada de un párroco de Rosario, la tercera ciudad de Argentina: 'Mandános algo porque no sabemos cómo frenar a la gente de la villa [chabolas], que quiere volvear a saquear'.

Alfredo, de 38 años, dueño de un pequeño almacén del barrio de Congreso, reconocía que ha incrementado el 20% los precios de algunos pocos productos con insumos importados o con cotización internacional. 'Cuando la gente se entera de que aumentó, no compra', admitía Alfredo, que participó del cacerolazo que derrocó al Gobierno de Fernando de la Rúa (1999-2001).

'No hay plata. Unos aún no cobraron el sueldo, y los que sí, se lo guardan. A mí me parece que los precios a la larga se mantendrán sin cambios, porque los salarios no aumentan y la gente no consume. Los pobres siempre terminan pagando la devaluación', concluyó Alfredo, que, al igual que muchos argentinos de a pie, aprendió conocimientos básicos de economía a partir de la experiencia de tantas crisis. Este almacenero de crucifijo en el pecho y tez morena sufrió un saqueo el 26 de diciembre y anhela asentarse algún día en Estados Unidos: 'Acá no podés tener proyectos. Allá también trabajás 16 horas por día, pero tenés futuro'.

Algunas tiendas subieron entre el 10% y el 30% los precios del pan, la leche o la ternera. Otros no. 'Mantenemos los precios', se enorgullecía Ana Domínguez, empleada de una panadería del barrio Norte. Sus distribuidores encarecen el queso, la harina o el papel. 'No les vamos a comprar hasta que bajen los precios de vuelta', continuaba Ana, mientras recibía felicitaciones de sus clientes por renegar de la especulación inflacionaria.

Un supermercado cercano permanecía ayer semivacío, a pesar de que sus vecinos disponen de un buen poder adquisitivo. En la entrada del local, un cartel indicaba que durante el fin de semana no se aceptarían las tarjetas de créditos Visa y American Express. 'Los precios están igual, incluso el pan. Me pareció que la carne subió un poco', admitía Alcides Tauré, portero de 60 años.

El desabastecimiento y el aumento de precios golpeó a muchas farmacias. No en la de Carolina, de 53 de años. '¿Aceptan patacones?', le preguntó un cliente, en alusión a los bonos que emitió la provincia de Buenos Aires para pagar los salarios de sus funcionarios. 'No, pero pronto vamos a tener que aceptarlos', le respondió Carolina, consciente de la recesión.

Una familia argentina que vive en la entrada de una tienda.
Una familia argentina que vive en la entrada de una tienda.REUTERS

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