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Tribuna
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Alquimia monetaria y poco más

De la Rúa y Cavallo se hartaron de repetir que Argentina no suspendería pagos de su deuda externa ni devaluaría su moneda, pero la herencia envenenada recibida de Menem, las turbulencias de la economía internacional y la terca política económica desarrollada por los dos gobernantes dimisionarios condujeron inexorablemente hacia ambas decisiones. En este sentido, el presidente Duhalde no ha hecho sino reconocer la quiebra de las cuentas públicas de la nación antes de enterrar oficialmente, si bien de manera parcial, el modelo económico que propició el caos social y lo arrasó todo en su postrer aliento. La historia económica reciente de Argentina es, obviamente, mucho más compleja, porque también el 'peronista biológico y parte de la dirigencia de mierda' que se reconoce Duhalde, es uno de los principales responsables de la ruina económica argentina, dadas la bancarrota en que dejó la provincia de Buenos Aires y la precariedad en que sumió al banco provincial durante su todavía reciente mandato como gobernador.

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Ahora toca pagar la factura por tantos desmanes y reconducir la situación para que Argentina pueda seguir jugando el partido en el campeonato oficial; de eso, de salvar los muebles y no de otra cosa, trata el paquete de medidas propuesto por el peronista ministro de Economía, Jorge Remes, finalmente aprobado dentro de la ley que concede poderes extraordinarios al Ejecutivo: un plan de alquimia monetaria y cambiaria con el doble objetivo de abordar la devaluación más anunciada de la historia (con la pérdida consiguiente de las ventajas del efecto sorpresa) y la desdolarización o pesificación de una parte sustancial de la economía. La moneda nacional, el peso, se devaluará un 30%, lo que mejorará la competitividad de algunos sectores pero no eliminará el 'corralito' financiero que impide retirar los ahorros de la banca ni evitará un nuevo e inminente ajuste fiscal (que se estima en 8.000 millones de dólares) si, como parece, sigue vigente el dogma del déficit cero. Por su parte, las medidas colaterales (conversión limitada a pesos de los créditos otorgados en dólares y de las tarifas de servicios públicos, fijación por el Gobierno de precios máximos para productos de primera necesidad, impuesto sobre las exportaciones de hidrocarburos) tratan de aliviar las consecuencias que una devaluación de esta naturaleza tendrá en los precios de una economía fuertemente dolarizada y de esconder, con una cortina de humo típica del más rancio populismo peronista, lo que todo el mundo sabe: que la factura la seguirán pagando las clases más desfavorecidas de la sociedad argentina, esta vez con la inestimable colaboración de las empresas extranjeras que, como las españolas más emblemáticas, apostaron por el país en base a unas reglas de juego que a la primera cacerolada tienen allá menos consistencia que las llaves de madera. Los demás, los capitales autóctonos que huyeron en estampida a las primeras de cambio, esperan al abrigo de cualquier contratiempo unas circunstancias favorables para el regreso oportunista, en una más de sus demostraciones patrióticas preferidas. Y los altos funcionarios del FMI que estampillaron el made in Washington en la política económica, o así, de Argentina en los últimos años seguirán ocupando sus despachos, por supuesto, con la puntilla dispuesta a la espera de otra catástrofe. El Plan Duhalde-Remes no contiene, a primera vista, ninguna de las reformas estructurales que Argentina necesita imperiosamente, como la fiscal. Si el nuevo Gobierno pretende continuar con un sistema fiscal que ni en los años de bonanza económica consigue recaudar un 15% del PIB (la media de la Unión Europea supera el 40%), que consiente un escandaloso nivel de evasión impositiva y que exhibe un esquema de gasto público arrasado por la corrupción y la ineficiencia, jamás alcanzará credibilidad alguna en una sociedad hastiada ad nauseam de los estipendios, las dádivas, las pensiones, las becas, los salarios y toda clase de pagos que muchos reciben sin derecho alguno. Tampoco el plan alude a reforma alguna que apunte a una próxima independencia del Banco Central, algo que empieza a ser imprescindible para los mercados. En definitiva, si Duhalde piensa que su principal misión es sacar a la economía argentina de la trampa monetaria en la que había caído, su tiempo en la Casa Rosada puede ser breve. El refranero español asegura que no hay quinto malo, pero nadie puede afirmar que sea aplicable al otro lado del charco y menos a presidentes de Gobierno. En cualquier caso, el acuerdo político que ha permitido a Duhalde llegar al poder no es precisamente un salvoconducto que permita caminar hasta una próxima disciplina fiscal.

En cuanto a las empresas españolas instaladas en la nación andina, diversos medios han estimado las pérdidas que las medidas anunciadas les podrían suponer, tanto por causa directa de la devaluación como por la caída de demanda y aumento de la morosidad de ella inferidos. La intención política de convertirlas en chivos expiatorios de los errores ajenos es evidente, pero los cálculos son aún provisionales e incompletos y pueden inducir a error: cuando se invierte a largo plazo con ánimo de permanecer en un país, los empresarios saben perfectamente que hay que estar a las duras y a las maduras. En Argentina tocan ahora duras, y punto. Lo realmente importante (especialmente cuando, como en el caso de las principales empresas españolas, se han amortizado aceleradamente los fondos de comercio de las firmas compradas y realizado provisiones por importes sustantivos de la inversión) es que se establezcan las bases para que el grave problema de crecimiento que tiene la economía argentina entre en vías de solución; lo importante es que se produzca una regeneración política que permita escapar del círculo vicioso urdido por la vieja guardia del populismo peronista y el más corrupto e inepto de los neoliberalismos. Lo importante es que Argentina pueda pasar del 'compre argentino' o 'vivir con lo nuestro', que predican Duhalde y sus acólitos, a una política y a una economía menos surrealista y menos espesa. Claro que para eso hace falta bastante más que alquimia monetaria y cambiaria.

Roberto Velasco es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad del País Vasco.

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