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Reportaje:

La calle convertida en pasaje

Begoña Muñoz transforma la sala Montcada de Barcelona en un espacio público con cartero real incorporado

Cuando uno llega a la sala Montcada de Barcelona para ver lo que ha hecho con ella Begoña Muñoz, no le queda más remedio, después de unos instantes de estupor, que soltar una carcajada, pues la intervención de esta joven artista ha consistido en hacer desaparecer la misma. En lugar de la conocida sala, financiada por La Caixa y dedicada desde hace muchos años a exponer las propuestas más innovadoras del arte contemporáneo, el visitante se encuentra con un callejón en medio del cual, como es propio de estas fechas, está instalado un 'cartero de los Reyes Magos', junto a un arbolito de Navidad decorado con bombillitas y guirnaldas de colores. El gesto de la artista, genuinamente creativo -o destructivo- denota un sentido del humor y un atrevimiento insólitos, incluso aunque sólo tuviéramos en cuenta que lo sensato y previsible es que hubiera aprovechado la excelente oportunidad que se le ofrecía para mostrar alguna obra susceptible de venta; por ejemplo, a la misma Fundación de la entidad bancaria de la que depende la sala Montcada, que posee la mejor colección de arte contemporáneo de la ciudad. El comentario de Begoña Muñoz a la nula influencia del arte contemporáneo de Barcelona, y de España por extensión, sobre la sociedad de la que brota, el sarcasmo sobre la importancia que el uno tiene para la otra, y viceversa, es tan lapidario como el rótulo de mármol colgado junto a la entrada de lo que hasta hace unos días era sala de exposición, idéntico a los que cuelga el Ayuntamiento para nombrar las calles, y donde dice: Pasaje de Montcada.

El respeto indiferente sobre la obra habla de la incomprensión entre el arte y la sociedad
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La exposición de Muñoz es la segunda del ciclo Mínimo Denominador Común, concebido por la joven comisaria Chus Martínez para la sala Montcada. La calle del mismo nombre, de tránsito peatonal, es una de las más nobles y turísticas del casco antiguo barcelonés. En ella se suceden los palacios medievales y renacentistas, sede de varios museos, entre ellos el Picasso. Para transformar la sala en vía urbana, la artista sólo ha tenido que sacar las enormes puertas de sus goznes y levantar la moqueta hasta encontrar debajo las viejas losas de piedra, de modo que la calle se emboca en el nuevo pasaje con toda naturalidad. La mayoría de los transeúntes no se percatan de que allí se ha operado una intervención artística.

También la recepción de la obra, acogida con el consabido respeto indiferente, habla elocuentemente de esa incomprensión entre el arte contemporáneo y la sociedad. Por un gesto mucho menos radical, el joven artista británico Martin Creed acaba de ganar el Turner, el más prestigioso de los premios de arte contemporáneo británico, y ha sido objeto de encendida controversia en los medios públicos ingleses. Como informó EL PAÍS, el conceptual y minimalista Creed se presentó al Turner con Lights going on and off, una espaciosa sala vacía, en la que cada cinco segundos se encienden y apagan las luces, y que el comisario de la Tate Gallery, Simon Wilson, define como ilustración del movimiento hacia la desmaterialización del arte desde los años sesenta. ¡Y qué gratificante ha debido ser para Creed seguir las reacciones, desde el Se enciende y se apaga, pero ¿es arte?, de The Guardian, o las puntualizaciones irónicas del periodista para quien 'en amplias partes del mundo una luz que se enciende y se apaga cada pocos segundos en un cuarto vacío es una efectiva forma de tortura, que la policía turca ha elevado a categoría artística', hasta el tabloide furibundo donde se le define como timador y poco menos que idiota.

Otros recientes ganadores de ese mismo premio obtuvieron la distinción de los elogios y de los insultos y rechiflas: titulares como Oh, no, not again! o It's so boring, Tracey (Oh, no, otra vez no y Es tan aburrido, Tracey) celebraron respectivamente los pedazos de animales en tanques de formol de Damien Hirsch (Madre e hijo separados, premio Turner 1995) y el repulsivo dormitorio My bed, de Tracey Emin (1999). Probablemente esas controversias públicas no sean tanto un síntoma de brutalidad o conservadurismo de la prensa inglesa, o de nulidad escandalosa de sus artistas, sino más bien signo de salud de su opinión pública y de la importancia real que allí se concede aún hoy al arte contemporáneo... lo que quizá explique que el escenario artístico contemporáneo de Gran Bretaña sea uno de los más vivos del mundo y se haya convertido en una solvente industria cultural.

En este sentido hay que entender como homenaje al mismo tres iniciativas críticas especialmente llamativas: la K Foundation, el atentado de Mark Bridger y la triste muerte de James Gore-Graham. Al artista Mark Bridger le parecía inacabada la obra de Damien Hirst Away from the Flock, consistente en un cordero muerto en un tanque de formaldehído, que se expuso en la Serpentine Gallery en 1994; Bridger echó tinta negra al tanque proclamando que estaba 'mejorando la obra'. Diez años antes James Gore-Graham, un diseñador de gustos conservadores, horrorizado por Polaris, una escultura pública de David Mach a base de neumáticos que representaba un submarino nuclear, le echó gasolina y le prendió fuego, ardiendo él mismo involuntariamente y muriendo en el hospital a consecuencia de las quemaduras. La K Foundation -Bill Drummond y Jimmy Cauty, antes conocidos en la música pop como The JAMs y The Timelords- trataron de subvertir el Turner de 1993 premiando con 40.000 libras (ocho millones de pesetas) al peor artista seleccionado por el jurado. También estos actos ilustran el movimiento hacia la desmaterialización del arte del que la obra de Begoña Muñoz es un espléndido y divertido ejemplo.

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