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Columna
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Un año baldío

Llegados a estas fechas y ante el curso que han tomado los acontecimientos aquí, en el País Vasco, va siendo hora de que quienes aún conserven ese grado de cordura y responsabilidad necesario en un momento crítico, asuman su papel, el que sea que les corresponda, para enderezar las cosas.

Si uno sobrevuela un poco los hechos y echa un vistazo al curso de la historia inmediata, podrá ver que, en conjunto, tras un momento de esperanza durante los años ochenta y principios de los noventa del XX (democracia, autogobierno, recomposición del tejido económico, estabilidad y perspectivas de bienestar), las cosas han ido de mal en peor en este rincón del mundo. Pérdida de su posición relativa en las grandes variables económicas, abandono de la carrera por constituir un eje atlántico en Europa (acuerdo País Vasco, Aquitania, Navarra), renuncia a una planificación para la creación de una gran ciudad vasca -esencial para contar en el mundo de hoy-, descuido del eje de comunicaciones del norte (apenas un aeropuerto de carga, con una mediocre red de autopistas y sin el TAV), caída del su prestigio allá donde lo tuvo, derroche de capital humano mal orientado, pérdida de contactos internacionales, y un largo etcétera. El País Vasco, que alcanzó una posición relevante a fines del XIX con las minas de hierro y la siderurgia, y la reafirmó en los veinte y sesenta del XX recomponiendo su industria, entró en una fase crítica en los setenta. ¿Estamos ante el final de una época de esplendor en esta tierra?

Esos vaticinios resultan siempre agoreros y torpes. Cuando Europa en 1493 creía (y se escribía) que se hallaba al final de la sexta de las siete edades de la humanidad y la decadencia era irremediable, no se contemplaba que acababa de descubrirse el Nuevo Mundo, que era el arranque de una nueva época de auge. No, esos vaticinios no sirven. Sin embargo, como vislumbró el poeta ('Se cae el Puente de Londres, se cae, se cae'), todo acaba, y no es descartable el quebranto. Depende en gran medida de una correcta toma de decisiones en momentos críticos. Esto es lo más preocupante en esta encrucijada en el arranque de siglo.

El auge del País Vasco se basó en cierta ventaja comparativa (las minas), una trama industrial y financiera pujante, y una administración y haciendas solventes (cristalizadas durante mucho tiempo en el Concierto Económico). Tras crisis diversas, esa sociedad sólo era capaz de recomponerse a través de la democracia y un autogobierno garante de una buena administración y que diera satisfacción al alma dual de sus gentes. El Estatuto y los proyectos de gobierno de Garaikoetxea (PNV) y Ardanza (PNV-PSE) representaron esa apuesta por una Euskadi insertada en el siglo XXI.

Sin embargo, los dos ejecutivos de Ibarretxe, el lehendakari que más esperanzas suscitó en origen, van dilapidando ese capital a gran velocidad. El 2001 ha sido el año en el que las pérdidas han sido más relevantes. Tras un periodo de estruendo político, unas elecciones mal enfocadas y en las que se empleó la demagogia al viejo estilo apenas resolvieron nada. Tras ellas, se abandonó todo esfuerzo por una la gestión inteligente de las cosas de este mundo (Eje Atlántico, TAV, políticas fiscales, ordenamiento del territorio, etc.) y se apostó por el Más Allá (debate sobre la violencia y el autogobierno). Eso ya estuvo francamente mal. Luego han venido una negociación infantil del Concierto hasta ponerlo en peligro (¿retiro el órdago a 31 de diciembre?; eso pudo ser en la transición y sólo entonces), y el retorcer las reglas paralamentarias y la mala fe política (saco el Presupuesto contando con que PP y PSE no se atreverán a ir con Batasuna; uso a Batasuna en mi beneficio). El Gobierno ha perdido el norte, a expensas de lo que hagan las Diputaciones.

Pero también ha perdido el norte la oposición. El PSE cae (se cae, se cae) por ignorar que hay en este país necesidad de una política de izquierda y global. Y el PP, la derecha españolista y democrática, desprecia (salvo el diputado general de Álava, demasiado solo) que la oposición hay que hacerla día a día, con el Concierto, los presupuestos y el paro de la Margen Izquierda. Carecemos de unos dirigentes políticos dignos de tal nombre. Si esto sigue y no tomamos todos cartas en el tema, se caerá el Puente Colgante. Se caerá, se caerá.

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