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El talibán desconocido

El régimen ha desaparecido, pero sus costumbres perduran en Afganistán

Francisco Peregil

En la Edad Media nadie era consciente de que vivía en la Edad Media. A los habitantes de Kandahar, el feudo de los talibanes, no les cabe en la cabeza que una mujer pueda ir con la cara al aire sin ser una prostituta. Para ellos es el resto del mundo el que ha perdido la brújula y el reloj. Una semana después de marcharse, los dirigentes talibanes de Kandahar, apenas se veían media docena de mujeres por las calles. Y, por supuesto, con burka.

Estados Unidos podrá calzar a los pastunes que han derrotado a los talibanes. Podrá vestirlos, darles de comer y enseñarles que levantar el dedo pulgar significa que sí, que vale, OK. Pero ¿cuánto tiempo se necesitará para cambiar una forma de vida tan arraigada? ¿Cuánto para borrar esas miradas de violadores medievales con que los pastunes desnudan a las periodistas extranjeras? ¿Y cuánto tiempo para cambiar esa propensión al enfrentamiento tribal, a las conquistas y reconquistas? Desde hace cientos de años, mucho antes de que los americanos le dieran el valor de OK, en la cultura pastún, levantar el pulgar significa que no, denegado.

Queda mucho por aprender del pueblo donde nacieron los talibanes. Empezando por su mentalidad.

Un profesor de 50 años le propuso a un periodista de TV-3 en la ciudad pastún de Peshawar: '¿Quieres ver cómo es la mentalidad afgana? ¿Cómo tenemos organizado el cerebro?'. Y entonces le pidió a sus alumnos de siete años que se colocaran en fila india, uno detrás de otro.

Entre insultos, peleas y empujones, los niños tardaban más de quince minutos en colocarse. Y al final fue una niña la que se puso al frente de los demás y logró ponerlos en fila. 'Ahora que están en fila, llamaremos a una persona de la calle, le diremos que les entregue estos caramelos, a los niños les pediremos que mantengan el orden de la fila y nosotros nos iremos. En cuanto desaparezcamos se destruirá la fila y todo el concepto de organización'. Y así fue, la furgoneta de los periodistas desapareció y una nube de niños engulló a quien repartía los caramelos.

'En el campo de refugiados de Rogani, en la frontera afgano-pakistaní', recuerda el cooperante español de Intermón Héctor Oliva, 'llegaba el camión cisterna con el agua y los afganos no querían esperar cinco minutos o diez a que le enchufaran la manguera y el agua fuera desde el camión al depósito del campo y de allí a los grifos'. Diez minutos como mucho. 'Y como no querían esperar se iban con sus cubos al camión. Entonces el conductor les decía que no podían coger el agua todavía. Y terminaban apedreándolo. Hemos tenido a un conductor varios días en el hospital'.

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Todo ese desorden, ese caos, esa imposibilidad para organizarse se tradujo allá por los años noventa en bandidaje, extorsiones, secuestros, violaciones y señores de la guerra. Los comerciantes no podían circular libremente por la carretera. Y en esto llegaron los talibanes. Con el Corán en una mano y el Kalásnikov en la otra. Disciplina y orden. Siete años después, al entrar en Kandahar, hemos visto que, cuando soltaban el Corán y el Kaláshnikov, los dirigentes talibanes solían coger el volante de un todoterreno como el que conducía el mulá Omar. Buenos coches, buena ropa, comida y casas.

Y ahora, después de tanta muerte, después de que no se hayan borrado de la memoria las personas que saltaron a la desesperada de las Torres Gemelas huyendo del calor, miles de refugiados siguen tiritando cada noche bajo el frío, sin más techo que la tela de una tienda de campaña prestada. En los hospitales hay madres que han perdido a sus hijos, hijos sin padres y hermanas sin hermanos.

Son las verdaderas víctimas de la guerra. Gente que no vio el paseo de Ariel Sharon por la Explanada de las Mezquitas, ni ha visto nunca un edificio más alto de tres plantas, ni la inmensa pradera que se extendía a los pies de la casa del mulá Omar.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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