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Columna
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Mundo deportivo

La actualidad suele ser caprichosa. Si ayer estaba a música por mor de no sé qué concierto, hoy está a deportes por causas parecidas. En efecto, el Gobierno vasco se ve confrontado a dos prórrogas. La primera podría suceder durante el encuentro de los Presupuestos, donde su hambre de gol le ha llevado a diseñar una táctica diabólica. Bastará con que el presidente de la Cámara haya decidido que las enmiendas a la totalidad se tramiten una a una para que los partidos de la oposición se vean confrontados a diversas alianzas antinatura sobre las que el Gobierno y su partido -sus partidos- podrán arrojarse en caso de que se den, porque ideó su táctica para que no se dieran, menos para anular el resultado que para encender a la afición clamando por la ruptura de coherencia ideológica que supone votar con el adversario, máxime cuando se dijo que no se haría (excepto por coincidencia). Ya lo ha avisado ese gran fotógrafo u ojo clínico que es Egibar: que se retraten, que no quieran escaquearse de la foto. Lo que se ha cuidado muy bien de decir es si el Reglamento de la Cámara permite la votación enmienda por enmienda o bien autoriza únicamente a que se voten juntas. ¿Será para que la ciudadanía se quede a -cámaras- oscuras?

La primera prórroga llevaría, pues, los Presupuestos de 1999 hasta 2002, a menos que se imponga el juego marrullero consentido por el árbitro. La segunda ocurriría con el Concierto, de mantenerse el Gobierno vasco en sus soberanistas trece. Pero igual no se mantiene, porque podrían haber hecho mella en él las observaciones de quienes conciben que, al ser el Concierto un pacto, resultaría monstruoso que no se renovara por acuerdo sino por aplicación del reglamento. Aunque el eventual cambio de postura podría deberse a otros factores. Pongamos por caso que el Gobierno vasco y los suyos vean no sólo como insalvable el escollo de la participación directa en la Unión Europea sino como perjudicial para sus intereses inmediatos porque, verbigracia, se acepta mal entre sus bases. ¿Cómo se apearían del burro sin desmontarse? Esta contradicción de carácter hípico -no épico- la resolverían fácilmente esgrimiendo el robo económico, si les da tiempo. Bastaría con atraer la atención hacia un asunto muy grave y tangible como el dinero -nos quieren arruinar y así domeñarnos, Arzalluz dixit- para que pasase a segundo término la participación en Europa, de la que nadie habla ya, por cierto. Y en ese terreno cabría un tira y afloja a la alta. Bien, aparcamos Europa pero, en vez de tasar la diferencia en 7.000 a vuestro favor, Madrid, podríamos dejarla en 20.000, al nuestro. Hablamos de millones, claro, pero no de euros -¿lo pilláis?-, sino de pesetas. ¡Ah!

Lo que también tiene su qué de juego al límite del reglamento es el anuncio que el también Gobierno vasco ha realizado sobre la violencia de aquí. El spot desgrana, sobre un fondo de horribles atentados, varios artículos de la Declaración de Derechos Humanos. Sólo que ha deslizado entre ellos, como si de uno más se tratara -y por eso merece tarjeta roja directa-, el derecho de autodeterminación camuflado como el de que todo pueblo tiene derecho a que se le escuche, no siendo, por cierto, un derecho recogido en la Declaración de Derechos Humanos ni la reivindicación de un pueblo, sino la de un sector del nacionalismo.

Pero hay más. En el anuncio se presenta la violencia como algo accidental, cosa que no ocurre en los de prevención de accidentes de tráfico -sobre cuyo patrón está cortado-, pues en ellos, tras el desfile de imágenes sangrientas, suele aparecer un mensaje muy claro invitando al destinatario a que luche contra la fatalidad conduciendo más prudentemente o no bebiendo antes de conducir. Aquí no hay nada de eso, sino la mera ennumeración de una serie de derechos carente de instrucciones sobre cómo se han de ejercer. O contra quien, pese a que los que impiden el derecho a la vida, a la libre expresión, etcétera tienen nombre y apellido. El anuncio puede que sirva para que nadie olvide que hay una cosa llamada derechos humanos, pero resulta inadecuado a la hora de movilizar contra la violencia y los violentos, dicho sea hablando con total deportividad.

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