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El Premio Turner atiza la polémica del arte

Críticos y público debaten en el Reino Unido sobre la habitación vacía de Martin Creed

El Premio Turner ha cumplido su principal objetivo: crear polémica. Otorgar el galardón de mejor artista joven del año en el Reino Unido a Martin Creed por una habitación vacía con luces que se encienden y apagan cada cinco segundos enfrenta a críticos, indigna a ciudadanos y ha obligado al director de la Tate, sir Nicholas Serota, a salir en defensa de la decisión del jurado que él presidía. Unos creen que el vacío de Creed es arte minimalista en estado puro; otros recuerdan que no es nada nuevo, y el público parece haber concluido ya que le están tomando el pelo.

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En una carta al director publicada ayer por el conservador Daily Telegraph, seguramente el más ácido al informar sobre la obra ganadora, Serota compara a Martin Creed con los impresionistas, 'ahora universalmente amados, que recibieron la mofa del público y el escarnio de la crítica porque sus trabajos fueron mucho más allá de lo que se admitía dentro de la definición de arte en la época'.

Adrian Searle criticaba ayer desde The Guardian a quienes reprochan a Creed que sus obras las puede hacer cualquiera. 'La única respuesta a eso es: 'Pero tú no lo hiciste'. ¿Quién ha tenido la osadía, la inteligencia, la desfachatez?', escribe. Aunque el público se pregunta quién ha sido más osado, si Martin Creed o el jurado que ha premiado su obra.

Tom Lubbock intentaba el lunes en The Independent explicar al gran público que el de Creed es 'el arte de las diferencias más pequeñas'. 'Su fuerza encierra al pasajero en una cápsula, haciéndole sentir el minúsculo pero revelador cambio. Introduce minúsculas adiciones, sustracciones, ajustes al ambiente. Y a través de ese agudo casi nada, incita percepciones o nuevas concepciones de los hechos existentes', afirma.

Charlotte Mullins, antigua directora de Art Review, era ayer algo más clara en un artículo en ese mismo diario. 'Mi problema con el trabajo de Creed es que Boetti lo hizo mejor y Klein lo hizo antes'. Sintoniza así con algunas de las cartas publicadas por la prensa londinense. Un lector recuerda, por ejemplo, que ya Gino Valle expuso en la Bienal de Venecia de 1976 una habitación vacía con luces que se apagaban y encendían a intervalos.

'Si hay un corte de luz, ¿deja de haber arte?', se pregunta otro lector en una escuetísima carta a The Times. Un tercero subraya en ese mismo diario que el Premio Turner tiene el gran mérito artístico de que el ganador de cada año cumple el objetivo de convertir en arte la obra que ganó el año anterior. Un lector del Daily Telegraph se pregunta cuántos jueces del Turner son necesarios para cambiar una bombilla. Y en The Guardian otro puntualiza que la idea de encender y apagar luces ni siquiera es original: el entonces primer ministro Edward Heath 'desplegó una versión sustancialmente más amplia a lo largo y ancho del país en 1973', aludiendo a los constantes apagones eléctricos que se vivían entonces. También en The Guardian, un padre da las gracias al Turner por el 'gran servicio' que le ha hecho: su hija ha renunciado a sus planes de convertirse en artista 'para explorar una carrera con un compromiso mucho más profundo con la honestidad y la sinceridad: relaciones públicas'.

El Turner premia cada año al mejor artista británico -o que trabaja en el Reino Unido- menor de 50 años. Este año competían cuatro finalistas. El fotógrafo Richard Billingham retrataba en vídeo a una desestructurada familia: padre alcohólico, madre desproporcionadamente obesa con enormes brazos tatuados, hijo permanentemente enganchado al speed y los videojuegos. El barroco Isaac Julien se recreaba con un vídeo de cawboys homosexuales. Mike Nelson era el favorito de las casas de apuestas con un montaje en que convertía su espacio en la Tate en un polvoriento almacén de carpintero con sus olores y todo.

Pero ganó Martin Creed, de 33 años, y su trabajo número 227: Luces encendiéndose y apagándose. Otros trabajos suyos son una pelotita realizada con una cuartilla A4, una habitación vacía con su huella estampada en plastilina, o un despacho con una puerta que se abre y cierra a intervalos.

Martin Creed, en la habitación vacía que ha instalado en la Tate y que ha ganado el Premio Turner 2001.
Martin Creed, en la habitación vacía que ha instalado en la Tate y que ha ganado el Premio Turner 2001.ASSOCIATED PRESS
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