'El caso Pinochet'
A continuación ustedes leerán la frase que debería encabezar la crónica de hoy si la crónica de hoy estuviese escrita por una profesional, y no por una no iniciada. Allá va: 'Hace unas tres semanas crucé el charco y fui a Santiago de Chile. Al volver, para matar la nostalgia me instalé en el Ideal, el bar del buen amigo Gotarda, para que me preparara un pisco sour'. Noten que lo de 'cruzar el charco' queda poético y noten que en ningún momento se dice que es la primera vez y a lo mejor la última que la autora cruza el charco. Tampoco se especifica que el viaje era gratis (un chollo relacionado con el periodismo) y noten sobre todo que la autora tiene un amigo (buen amigo, dice) que es barman. Si hubiese empezado con esta frase, podría enlazar elegantemente con lo que les quiero contar, que justamente es que vi el documental El caso Pinochet, del chileno Patricio Guzmán. Las ganas están, pero me falta perfeccionar el punto Antonio Gala (el punto ahora hablaré de mí). El otro día me escribieron los Bustillo, un matrimonio que lee la prensa, y me decían: 'Todos los periodistas buenos, cuentan sus viajes ¿Es que tú no viajas ni a nivel de viaje interior? Y si viajas, ¿eres tan simple que tus viajes no te sugieren cosas literarias?'.
Estreno de 'El caso Pinochet'. Cuesta creer que los testimonios sobre la tortura son ciertos
Tienen razón los Bustillo, pero si ahora me pongo a pensar en algo de Santiago de Chile, no me sale nada ingenioso para enlazarlo con el tema de la crónica. Me acuerdo de una valla publicitaria de L'Oréal, donde no ponía 'porque yo lo valgo', sino 'porque usted lo vale'. Cosas en las que te fijas.
Pero allí, en Santiago, me compré una publicación satírica que se llama The Clinic, y la compré por el nombre, porque hace referencia al London Clinic, el hospital donde se operó Pinochet de dolores de espalda en 1998 y donde fue detenido cuando despertó. Todo este proceso, el de su detención, cómo fue posible y a quién se le ocurrió, se recoge en el documental de Patricio Guzmán. Se exhibe en catalán en los Méliès y en castellano en los Icaria, y hay que agradecer al autor algo muy raro: que no le ponga música a la película para realzar. Este martes se hacía un pase en el Instituto Francés y después había fórum con el director y con el periodista de EL PAÍS Ernesto Ekaizer, que siguió el caso desde el principio y es uno de los protagonistas de la cinta.
Por mucho que hayas visto documentales sobre personas que han sobrevivido a la tortura, no te acostumbras a oír sus testimonios. Siempre te explican lo que les hacían con esa expresión brechtiana, a veces sonriente. Te parece que no son de carne y hueso. Que no puede ser que un señor, un señor de verdad, con sus gafas y su bigote, con su pantalón de pana, te cuente que cada noche, cuando estuvo detenido, un instructor de kárate y su alumno, practicaban con su columna vertebral, de manera que el alumno repetía el golpe hasta que lo hacía bien.
También hay otra cosa que parece mentira viendo un documental como El caso Pinochet. Que en todos los momentos del mundo, los humanos nos inventamos un argot, hasta para designar más cómodamente las máquinas de tortura. Crees erróneamente que el argot sólo te lo inventas en los contextos felices; pero no, es al revés: resulta que todos los prisioneros que hablan en este documental denominan 'la parrilla' a la cama con electrodos donde todos sufrieron descargas eléctricas.
Ahora me acuerdo de otra cosa de Santiago. Me enseñaron unos bares únicos en el mundo. Se llaman los 'cafés con piernas'. Son cafés normales y corrientes, donde no se sirve alcohol, sólo infusiones o refrescos, pero la gracia es que las camareras van en bragas y sujetador, o sea que enseñan las piernas. Lo que tomes vale el precio normal, no es como una barra americana. Los chilenos decían que en algún momento del día allí dentro se produce el 'minuto feliz' y eso quiere decir que las chicas se quitan los sujetadores. Pero suena a leyenda urbana.
Durante el fórum que siguió al pase de El caso Pinochet, una señora preguntó por qué el juez Garzón, que sale en la cinta, no dice ni una palabra en las dos horas. Garzón en esta película se parece a Clark Kent. El autor contestó que si bien el juez se moría de ganas de hablar, no podía, ya que el proceso sigue abierto y él es parte implicada. Otra espectadora le dijo que no podía ser que en ese documental los partidarios de Pinochet fuesen tan ridículos y diesen esos argumentos tan zoquetes, no por nada, sino porque subestimar al enemigo le daba miedo. Es cierto que en la película sale Margaret Tatcher y un empresario amigo de Pinochet y ambos parecen burros. Ekaizer le juró que, aunque pareciese mentira, sus razones eran ésas. Otra le preguntó por qué no salen los militares, por qué sólo salen las víctimas, y Guzmán contestó que, aunque hubiese tenido la oportunidad de entrevistar a Pinochet, no lo habría hecho. Y ahora también me acuerdo de otra cosa. Un amigo chileno me llevó a un bar llamado La Piojera. Allí, un señor con una guitarra cantó Libre, la canción de Nino Bravo, y yo, para hacerme la simpática, también hice como que cantaba. Luego el amigo me explicó que, durante la dictadura, cada vez que salía Pinochet en la tele ponían Libre. Ahora, cada vez que veo el anuncio de los teléfonos móviles me acuerdo del señor de las gafas, el bigote y el pantalón de pana.
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