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Columna
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Mirando al pasado

Antonio Elorza

La semana del PP estuvo dominada por las gotas de totalitarismo que destiló la ministra de Educación en los medios de comunicación públicos al comentar la manifestación de universitarios del sábado día 1. Y no por la argumentación exhibida, que se basaba en el tópico habitual de que los opositores a la LOU eran inconsciente o conscientemente reaccionarios al no aceptar las soluciones progresivas y modernizadoras de su ley, sino porque el procedimiento utilizado en la televisión estatal fue el mismo que utilizara el régimen de Franco: sustituir la expresión de los manifestantes por el monólogo del titular del poder. Por fortuna, ya no hay grises, pero la lógica es la misma: hacer invisible toda oposición.

El pasado gravita sobre el PP, incluso en las formas de corrupción, horizontal, de gente bien conectada con el poder (Gescartera) en vez de la capilar, de pelaos y roldanes que amparó el PSOE. Pero es de nuevo en la LOU donde aparece con más claridad la vocación de contrarreforma, incluso en la terminología: las Juntas de Gobierno son sustituidas por Consejos de Gobierno. De la revolución liberal hemos retrocedido al Antiguo Régimen. Y no sólo en la etiqueta, pues el principio de representación vigente en aquéllas se altera con el 30 por ciento de consejeros nombrados por el rector. Y en Departamentos y Juntas de Facultad, también adiós a la democracia; de ser órganos de decisión pasan a serlo 'de consulta y asesoramiento', de directores y decanos. Hasta en la habilitación se introduce una instancia de revisión designada desde arriba y sin cualificación científica especializada. Nos hemos rejuvenecido 20 años.

No escapó a esa regla la triunfalista presentación por José María Aznar de la Fundación de fundaciones que ha de reunir a toda la masa encefálica del partido conservador. Ya la imagen de la mesa presidencial, con personajes recuperados del túnel del tiempo, más Esperanza Aguirre, ofrecía cualquier cosa menos expectativas de innovación, y otro tanto puede decirse de las palabras del presidente que se centraron en pronunciar una serie de anatemas. Allí no había modernidad, sino contraideología.

Entre las excomuniones formuladas por Aznar en su discurso hubo una particularmente preocupante, por lo que tiene de indicio de la política a seguir sobre el tema de la inmigración: la del 'multiculturalismo'. Con toda probabilidad, esta actitud tiene mucho que ver con la condena del multiculturalismo que figura en el epílogo de uno de los libros más inquietantes publicados en el último año: las Estampas de El Ejido, del antropólogo vasco Mikel Azurmendi. Azurmendi acaba de ser nombrado responsable del Foro de la Inmigración y en el libro ya su posición progubernamental es inequívoca: aquellos que critican la Ley de Extranjería, cuyo análisis por lo demás omite, 'vociferan', y van a parar al mismo infierno que los cronistas anteriores de los sucesos de El Ejido. La imagen que transmite Azurmendi resulta inquietante, si nos atenemos a la descripción que hace de la mayoría de los inmigrantes marroquíes en El Ejido. Son sucios, violentos, ladrones, vengativos, mean en las cerraduras de los coches, etc., etc., por lo cual no hubo en El Ejido violencia racista en una población cargada de virtudes laboriosas y de generosidad, sino sólo reacción explicable frente a la brutalidad de ese colectivo. Ejidenses y subsaharianos, perfectos; moros, horrendos. Demasiado fácil.

Plantear sobre esas bases el rechazo de la multiculturalidad, es decir, de la orientación democrática a reconocer la cultura musulmana de un amplio colectivo de inmigrantes, proponiendo en cambio su integración en una 'única cultura democrática', hasta el punto de dejar los magrebíes sin celebrar la Fiesta del Cordero o pasando del Ramadán, no deja de ser algo preocupante, poco compatible con el 'patriotismo constitucional'. Reconocimiento de la multiculturalidad no significa guetto, ni millet otomano, ni renuncia a la integración, sino respeto hacia los rasgos culturales de los inmigrantes que pueden medirse en cientos de miles, en todo lo que no contradiga a una convivencia fundada sobre la libertad y el derecho.

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