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Reportaje:

Presas de su propio cuerpo

El hospital La Fe de Valencia aísla a las pacientes que no superan por sí mismas la anorexia y bulimia como terapia

La Fe es el único hospital de Valencia que cuenta con una Unidad de Trastornos de Conducta de la Alimentación, (UTCA). Allí están ingresadas las pacientes que sufren anorexia o bulimia y que no han podido superar la enfermedad por sí mismas. Para ayudarlas, se les aísla totalmente del exterior y siguen unas normas muy estrictas, casi carcelarias.

Por eso no resulta fácil el acceso. La puerta está cerrada con llave y hay que llamar por un interfono para entrar. La planta se compone de cinco habitaciones dobles y, aunque en principio son iguales a las de cualquier otra planta, mantienen alguna excepción.

Los ingresos duran de dos a tres meses. En ese tiempo, las habitaciones comienzan a tener un ambiente más cálido, más personal. Las internas cuelgan fotos familiares o algún póster por las paredes. También suelen tener algún peluche en la cama. Pero no hay televisión, ni libros. 'Estamos como en Gran Hermano', protesta una de las internas.

Elena se negó a usar un champú con proteínas para no engordar a través de la piel
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Todo el esfuerzo depende de las pacientes

Elena tiene 22 años y empezó a tener síntomas de anorexia a los 19. Lleva ingresada desde hace dos meses. 'Cuando llegué aquí fue terrible. En cuanto me despedí de mi familia, crucé la puerta y me sentí absolutamente sola. No me dejaban hacer nada. No podía ni leer. La única comunicación posible era con las demás enfermas', explica.

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Le costó adaptarse porque no llegó nada convencida, no tenía muy claro que estuviera enferma y, por lo tanto, no veía la necesidad del ingreso. 'Separarme de mi familia fue terrible y además, la debilidad me afectó hasta el punto que la cabeza no me regía muy bien', confiesa.

Lo pasó muy mal. Los días se le hacían eternos. Le dejaban hacer muy pocas cosas y, además, tenía que soportar que las enfermeras la observaran continuamente para hacerle el seguimiento a su enfermedad. Las anoréxicas aprenden a mentir para no comer. 'No necesité echarle mucha imaginación', reconoce Elena, 'simplemente decía que tenía que estudiar y que ya había comido, que no tenía hambre o que comería más tarde'. Así consiguió estar cinco días seguidos sin alimentarse. Incluso llegó un momento que no quería ducharse con un champú que había en su casa porque tenía proteínas. 'Pensaba que podía engordar al entrarme por la piel. La obsesión resultaba insoportable', revela.

Pero hay otras enfermas que aprenden a esconderse la comida. Desmenuzan los alimentos y los esconden en los bolsillos, en las mangas o en cualquier otro sitio. Así consiguen alimentarse con una Coca-cola al día o tomar una sola manzana en 48 horas. Una de las chicas recién ingresadas en La Fe ha empezado su dieta a través de un gotero. De momento, aunque comparte el comedor con las demás, su cuerpo está tan degradado que no admite ningún alimento sólido.

Todo es consecuencia de su empeño en no probar bocado. De esta forma, pretenden conseguir un cuerpo según marcan los estereotipos. Pero, desgraciadamente, la enfermedad no les deja verse delgadas jamás. Aunque lleguen a 35 o 40 kilos, un peso irrisorio en chicas que suelen medir, como mínimo, 1,65 o 1,70 metros, ellas se miran en el espejo y siguen viéndose 'hechas unas focas'.

De ahí la necesidad de una reeducación total de la enferma para crear unas condiciones que faciliten la búsqueda de nuevas necesidades. Las enfermeras se encargan de poner en práctica una dura vigilancia. Y la primera norma es observar todos sus movimientos para que no puedan zafarse de sus obligaciones y menos aún, de las cinco comidas diarias necesarias para volver a tener un cuerpo sano.

'Al principio me molestaba muchísimo que las ATS estuvieran todo el día pendientes de mí. Ahora ya me he acostumbrado', cuenta Elena. 'En cada comida están a tu lado para ver cómo masticas. Tienes un tiempo determinado para hacerlo. Así evitan que estés dando vueltas a la comida, mirándola pensando que si te la tragas, serás gorda y horrible'.

En la puerta de cada habitación tienen colgado un cartel con todas las obligaciones diarias, desde el tiempo de reposo, hasta la hora de la colada. Pueden fumar cinco cigarrillos diarios, pero tienen vigiladas las taquillas. Sólo se abren cuando necesitan coger ropa, algo de aseo y nada más. Y hay otro lugar en constante observación: el baño. 'Los cierran con llave', sigue contando Elena, 'para que no puedas vomitar, ni tirar los medicamentos. De la misma forma que nos registran la ropa después de comer o las papeleras de los dormitorios.Todo, por si hemos tirado algo de comida'. Porque si la anorexia se produce por la falta de alimentación, la bulimia es justo lo contrario. Comen compulsivamente para más tarde vomitar rápidamente lo ingerido, antes de que el cuerpo empiece a asimilar lo comido. Estos trastornos acaban afectando a las relaciones familiares y también a las personales.

Elena lo vivió así: 'Me cambió el carácter, no quería salir de casa, ni ver a nadie. Empecé con la enfermedad por una tontería, la gente se burlaba de mí porque estaba un poco gordita. Sentía que tenía que matizar mi personalidad, cambiar. Mi única obsesión y mi único pensamiento era adelgazar'.

A pesar de la dureza del ingreso, Elena reconoce que lo más positivo fue encontrarse con gente que estaba pasando lo mismo que ella y con algunas compañeras que ya habían superado los primeros días y que podían ayudarla. 'Ahora, después de dos meses, yo puedo hacer lo mismo', asegura.

Elena se siente orgullosa. Ya ha pasado lo peor y, aunque sigue mirando la comida con cierto temor, ya no lo encuentra tan terrible como antes. Ahora todo resulta más fácil. Pasados los primeros días, las enfermas deben aumentar su peso. Si ganan los gramos prescritos, consiguen premios o recompensas.

Lo mejor es que también empiezan a ver a la familia. 'Primero tienes tres visitas a la semana', relata Elena, 'más tarde puedes verlos todos los días, luego sales a la calle con ellos e incluso puedes irte a casa los fines de semana. Vas volviendo a la normalidad'.

A pesar de la difícil adaptación, Elena cree que ella no hubiera podido superar la anorexia de otra forma. Ya le queda poco tiempo. Aún sigue mirando la comida con respeto, pero cree que será capaz de olvidarse de ella.

Las diez camas del centro están ocupadas. Cuando dejan la unidad, dependiendo de la prescripción facultativa, siguen yendo a La Fe a la hora de comer para seguir controladas. De esta forma se intenta evitar que vuelvan a caer en la enfermedad, aunque durante el primer año resulta muy difícil conseguirlo. Si el problema se alarga durante mucho tiempo, puede llegar a producir enfermedades crónicas.

La más importante es la descalcificación de los huesos. Eso no significa que se rompan con facilidad, pero son mucho más frágiles. El abuso de laxantes puede acabar afectando al corazón y, en algunos casos, la anorexia puede producir infertilidad en las mujeres, aunque no suele ser muy frecuente.

Elena saldrá dentro de poco del hospital. Ha pasado más de dos meses en la Fe y sabe todo lo que eso supone. Aún así no puede estar segura de que haya conseguido curarse. Sabe que tanto la anorexia como la bulimia empiezan por una idiotez, pero pueden suponer muchos años de esfuerzos para conseguir superarlas.

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