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Columna
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De Berlín a Dresde

Las bicicletas se alinean en los accesos a la Universidad Libre, en las inmediaciones de la Humboldt, en las puertas de teatros o exposiciones. Los estudiantes mantienen en Berlín este medio de transporte tan familiar y tan vinculado al fluir de los días en Centroeuropa. En verano y, aunque algo menos, en invierno. La modernidad, la fascinación de Berlín no está reñida con una mirada pedaleante. Ello incluso contribuye a otorgar un toque de humildad a unas señas de identidad en continua ebullición. En ebullición, sí, pues la arquitectura manda en el proceso de invención de la nueva ciudad, con lo que las discusiones están al rojo vivo, y no es para menos. Requiere largas colas la subida a la cúpula de Norman Foster en el Reichstag y mantiene la categoría de símbolo la Postdamer Platz, pero la atención arquitectónica se ha desplazado al DG Bank diseñado por Frank Gehry, con su espectacular patio interior, y se ha revalidado con el atormentado, visionario e inquietante Museo Judío de Daniel Libeskind, inaugurado el pasado 8 de septiembre con 850 invitados , cuyos nombres y ocupaciones fueron publicados en una doble página del Frankfurter Allgemeine Zeitung. La arquitectura y la música se dieron la mano una vez más, con Barenboim dirigiendo a la Sinfónica de Chicago la Séptima, de Gustav Mahler, la de final más optimista según los organizadores. Curiosa paradoja: tres días después, en el Festival de Lucerna, unas horas más tarde de los atentados de Nueva York y Washington, los mismos músicos volvían a enfrentarse a la misma obra con el desasosiego encima. La fuerza del destino.

Decía Libeskind que su deconstructivo museo estaba inspirado, en cierto modo, en Moisés y Aaron, de Schoenberg, y fueron precisamente unas piezas de este gran compositor de la segunda Escuela de Viena las que sirvieron de pórtico a la actuación de nuestro Orfeón Donostiarra en la Philharmonie con la Misa en fa menor, de Bruckner, la semana pasada, con la Filarmónica de Berlín y Daniel Barenboim. La arquitectura es, evidentemente, la estrella en Berlín, pero la música y el teatro son los clavos a que agarrarse en momentos de desconcierto. Y es que en este mes se puede escuchar en Berlín Parsifal, dirigido por Claudio Abbado o por Barenboim, o un Réquiem de Verdi escenificado, o la recuperación de la ópera prohibida por el nazismo, Der ferne Klang, de Franz Schreker, con Michael Gielen y Peter Mussbach. En fin.

Doscientos kilómetros separan Berlín de Dresde. Pocas ciudades tan cercanas son tan complementarias para acercarse al espíritu de un país. Si Berlín trata por todos los medios, al levantar su nueva fisonomía, de hacer tabla rasa con los restos de la historia reciente y menos reciente, Dresde se siente enormemente orgullosa de su admirable y tenaz plan de reconstrucción contra los estragos de los bombardeos sufridos en la II Guerra Mundial. Después del Zwinger, la Ópera y la Hofkirche (catedral católica), ahora todos los esfuerzos están concentrados en la emblemática Frauenkirche, que, al ritmo que llevan las obras, puede estar terminada antes de la prometida fecha de 2006, en que se cumple el 800º aniversario de la ciudad. Un tercio de las piedras originales se ha podido recuperar en este esfuerzo titánico de reafirmación. Y es que si Berlín lucha denodadamente en busca del tiempo perdido inventando la metrópolis del futuro, Dresde se sumerge en las raíces de la historia para establecer su identidad a través del tiempo recuperado. En Berlín se vive con la ilusión de unos nuevos modos de convivencia y valores estéticos, en Dresde apostando por la memoria constructiva como elemento clave de intensificación de la intimidad y el progreso. (Construir, destruir. Admirando el trabajo de la Frauenkirche, deleitándome todavía con el éxito del Orfeón en Berlín, me contaron que los terroristas han vuelto a atentar contra el bosque pintado de Ibarrola en Oma. ¿Para qué tanta violencia inútil y arbitraria?). Berlín y Dresde forman en estos momentos una pareja fértil. Son uno de los ejes de la innovación cultural alemana y europea. Son, además, un espejo de creatividad frente a la desolación, de superación frente a las ruinas, de clara afirmación de la vida ante el apocalipsis y el triunfo de la muerte, que diría (o pintaría) Brueghel. Bien merecen Berlín y Dresde uno o varios viajes de ida y vuelta.

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