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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vértigo en Pakistán

A medida que se extiende la guerra contra los talibanes, Pakistán va convirtiéndose en escenario principal de un conflicto que comienza a plantear a Islamabad desafíos más acuciantes de los previstos cuando el general Musharraf tomó la decisión de abrazar la causa de Washington. Por sus calles desfilan manifestaciones cada vez más violentas y la radicalización del país ha adquirido este fin de semana un tinte siniestro con el asesinato de creyentes cristianos a manos de un grupo de pistoleros. Pakistán no sólo sufre una insoportable presión de refugiados afganos, sino que en las lindes con Afganistán se agolpan miles de fanáticos armados esperando el permiso de los mulás para unirse a ellos en la lucha sagrada contra EE UU.

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El golpista Musharraf insistió, antes de aliarse con Bush, en que la campaña contra los talibanes y las bases de Al Qaeda debía ser breve y quirúrgica. Y reitera que la seguridad y estabilidad de su país no peligran. Pero la validez de sus afirmaciones a estas alturas parece inversamente proporcional al mantenimiento de la actual estrategia del Pentágono. Los bombardeos están siendo menos devastadores de lo que Washington calculaba y mucho más mortíferos de lo previsto para afganos inocentes. En algunos países musulmanes se va abriendo camino la bravuconada de Bin Laden según la cual EE UU es un superpoder ficticio desde el momento en que no está dispuesto a arriesgar la vida de sus soldados.

Los fundamentalistas afganos resisten mejor de lo esperado, se permiten la ejecución de sus enemigos y mantienen a raya a la Alianza del Norte, que parece haber abandonado sus pretensiones de llegar hasta Kabul en un futuro inmediato. Musharraf contempla cómo sigue sin dislocarse un régimen en cuya contra se ha puesto abiertamente, desafiando el sentimiento mayoritario de 140 millones de paquistaníes y no pocas simpatías de su propio Ejército. Pakistán paga el precio de haber utilizado el islam para alentar la formación de Gobiernos amigos en Afganistán, pero también el haber utilizado su territorio como nido de fanáticos para nutrir su objetivo número uno: disputar a India el control sobre Cachemira.

Bush va a encontrarse con Musharraf en Nueva York el 10 de noviembre, después de que el general Franks, responsable de la campaña afgana, se entrevistara ayer en Islamabad con el líder paquistaní en el curso de una visita relámpago. Washington debe hacer buenas sus promesas, sobre todo las económicas, a su más crucial aliado asiático. Sobre el régimen de Islamabad converge una multiplicidad de factores incontrolables que pueden acabar en su desestabilización.

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