Dentro del espejo
Nos gusta vivir en pequeños grupos dentro de esferas plateadas a las que pomposamente llamamos 'nuestro mundo'. En sus estrechos límites nos contemplamos a nosotros mismos, clonados hasta el infinito. A los otros no les vemos o les vemos como y cuando nos conviene. La esfera que habitamos puede estrecharse hasta asfixiarnos, pero seguiremos creyendo que es el mundo: quizás el mejor de los posibles y el más grande.
Me vienen estas imágenes, al pensar en lo sucedido estos días pasados en Azkoitia. La policía detuvo a varios vecinos acusados de formar parte de un comando terrorista; les incautaron armas, explosivos y un coche preparado para ser transformado en coche bomba. El Ayuntamiento convocó un pleno, pero no se felicitaron porque las detenciones hayan librado de la muerte a alguno de sus convecinos. La alcaldesa y la mayoría de los concejales estaban más preocupados por el sufrimiento de los detenidos y sus familias. Entre todos los concejales una mujer, Pilar, se atrevió a mostrar su desacuerdo. Les dijo que antes están los derechos de las víctimas y de quienes aquí mismo han de vivir sin libertad. Entonces le gritaron 'torturadora' y 'carcelera'.
'En Euskadi, algunas personas ya experimentaban esa transformación maligna de lo cotidiano'
Pilar no es una mujer cualquiera. Su marido fue asesinado por la misma empresa terrorista que ahora preparaba el coche bomba. Por él no lloraron las campanas municipales. Era un disidente del nacionalismo vasco que cultivaba la amistad de un político democrático odiado por los terroristas. Y se sentía orgulloso de haber salvado de una muerte segura bajo las ruedas de un camión al niño que, años después, le asesinó. Su viuda sobrevive con escolta, mientras los asesinos, tras pasar diez años en la cárcel, viven en el mismo pueblo sin necesidad de preocuparse por su seguridad.
Esto no ha sucedido en la Euskadi profunda, en alguna aldea remota dominada por fanáticos. Azkoitia es una villa importante de Guipúzcoa, donde los representantes nacionalistas moderados doblan a los radicales. ¿Qué está sucediendo? O para decirlo con más precisión: ¿qué nos está sucediendo?
Retrocedamos unos días, hasta el 11 de septiembre, cuando se rompieron los espejos. Esas esferas en que vivían aisladas millones de personas estallaron como pompas de jabón y sus miradas salieron despedidas y empezaron a descubrirse unos a otros. Lo que han visto desde entonces les ha aterrorizado. Un enemigo sin rostro reconocible estudia en sus mismas escuelas y maneja los mismos utensilios, aunque percibiéndolos de manera distinta. Por ejemplo, donde ellos veían aviones de transporte de viajeros, los otros ven armas de aniquilación. Y han empezado a utilizarlas Ahora hasta los polvos de talco se han vuelto una amenaza verosímil. Porque sobre esos objetos cotidianos se ha fijado esa otra mirada preñándolos de maldad.
En Euskadi algunas personas ya venían experimentando hace años la misma transformación maligna de lo cotidiano. Paquetes del correo, papeleras junto al portal, tiestos con flores en el rellano de la escalera, el propio coche, la puerta del restaurante vista desde la mesa del fondo, parecían cargados de electricidad. Y sobre todo, las otras miradas. Las que se posan en ti y las que te rehúyen. La del desconocido, pero también la del vecino y hasta la del cuñado. Porque el asesino está dentro de casa. Pero estas experiencias de vida no afectaban hasta ahora a mucha gente. Sólo a unos pocos miles. A esos que 'se sienten amenazados', según el precioso eufemismo puesto en boga por estos gobernantes que no nos merecemos.
A partir de ahora, sin embargo, la experiencia concierne a muchos cientos de millones de personas. Y además de los objetos, se cargan de nuevos sentidos las palabras, que ya no volverán a significar lo mismo que antes. En esto consiste el cambio cultural. Es un cambio muy desigual, como si un océano se abriese en dos mitades porque cada gota de agua se enfrentase al dilema: ¿de qué lado estoy? Y mientras muchas esferas se han desecho, otras en cambio se acorazan. Si antes dejaban pasar algo de luz, ahora se están volviendo del todo opacas. Puros y duros espejos que devuelven la imagen de sí mismos a quienes las habitan, seres cada día más empecinados. Lo estamos viendo en las manifestaciones en favor de los talibanes y en el pleno de Azkoitia. Dentro de esos mundos no nace nada nuevo. Las palabras se secan como cuando 'torturador' se aplica -y se permite que se aplique- a la viuda de una víctima. No han aprendido nada desde el 11 de septiembre; y se están convirtiendo, cada día más, en una secta. ¿Cómo terminarán? Más les valdría atreverse a considerarlo.
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