_
_
_
_
_

El Guggenheim de Nueva York descubre el Brasil indígena, barroco y contemporáneo

El montaje sobre el 'cuerpo y alma' de la cultura brasileña recorre su historia en cuatro etapas

Éste no es el Brasil de la samba y los carnavales. Ni tampoco el Brasil de la excentricidad cinematográfica de Terry Gilliam. Es un Brasil indígena, barroco, modernista y contemporáneo que los neoyorquinos e incluso muchos brasileños no habían visto hasta ahora: muchas de las piezas de la muestra organizada por el Guggenheim de Nueva York normalmente descansan en colecciones privadas. Es una visión global, algo caótica e intensa de una expresión artística a menudo desconocida y que estuvo a punto de suspenderse tras los atentados del 11 de septiembre.

Más información
'El Guggenheim encarna la globalización positiva'
El Guggenheim abre dos museos en Las Vegas

Brasil: cuerpo y alma no está del todo terminada. Justo al entrar, entre cajas y herramientas, el equipo artístico no ha finalizado el montaje del altar del convento benedictino de San Bento de Olinda, una pieza de más de 13 metros de altura, casi los seis pisos de la rotonda de Frank Lloyd Wright, el más dorado, florido y descomunal testimonio del barroco brasileño. Tardó más de lo previsto en viajar desde esta localidad de la provincia de Pernambuco hasta la Quinta Avenida de Manhattan.

Tras los atentados del 11 de septiembre, dos jueces brasileños decidieron retener la muestra. Temían el viaje en avión. Fue necesaria la mediación del presidente, Fernando Henrique Cardoso, para solucionar un contencioso que amenazaba con deslucir la muestra más importante sobre Brasil organizada en Nueva York. El altar, construido entre 1783 y 1786, ilustra con su esplendor la cultura de un país que ha mezclado la exuberancia de sus orígenes con las influencias, conquistas y dominaciones extranjeras, portuguesas, africanas y en menor medida asiáticas.

Es sin duda el único hilo conductor de una exposición algo dispar que muestra cuatro etapas fundamentales pero inconexas de la historia artística de Brasil: sus principios indígenas, sus manifestaciones religiosas barrocas y rococó, su expresión modernista y las tendencias contemporáneas. En principio, todo viajará el próximo mes de marzo a Bilbao, aunque el museo tomará la decisión en diciembre.

Últimamente, el Guggenheim ha optado por modificar la estructura de la rotonda de Frank Lloyd Wright en cada una de sus exposiciones. El resultado, un auténtico reto, siempre es interesante. El director teatral Robert Wilson la aisló en una cortina de gasa para los trajes de Armani y el arquitecto Frank Gehry la separó con grandes tiras de aluminio al mostrar sus proyectos.

La catedral de Nouvel

Esta vez la puesta en escena corre a cargo del arquitecto francés Jean Nouvel. Para dar solemnidad a los aspectos más devotos del arte brasileño ha convertido el museo en una oscura catedral. Nouvel ha transformado el edificio en un negativo de sí mismo, desmaterializando la arquitectura blanca de Wright. En los últimos pisos grandes unas mamparas onduladas esconden y revelan las etapas más recientes del arte en Brasil.

'Muchos norteamericanos piensan que Latinoamérica es un gran sitio al sur de la frontera', comenta Edward Sullivan, organizador de la exposición. 'Aquí reconocemos el carácter único de Brasil y la profundidad de su historia'.

El orden es cronológico. La historia asciende por la rampa del museo. Empieza con manifestaciones indígenas. La más espectacular es una capa de plumas rojas de la tribu de los tupinambá, un manto de las ceremonias de iniciación de los hombres pájaro, con la fecha incierta del siglo XVI o XVII. Máscaras de la tribu del Mato Grosso también ilustran sus complejas manifestaciones religiosas.

La mirada siguiente es la del exterior. Brasil inicia su existencia artística a través de los ojos de los colonizadores. Ilustraciones etnográficas con pretensiones didácticas muestran los 'buenos salvajes' de los que hablaba Rousseau. Durante los 25 años que duró la hegemonía de la Compañía holandesa de las Indias (1630 a 1654), Albert Eckhout y Frans Post pintaron los retratos antropológicos de los indígenas.

Con la religión, desembarcó el barroco y sus excesos, figuras exageradas y humanas destinadas a transmitir con fuerza el mensaje religioso. El Concilio de Trento, en su tercera reunión, en 1562, decidió consagrar la fuerza figurativa de sus santos y vírgenes en la imaginería católica. Se nota en todos sus aspectos, tanto públicos como privados. Escenas de cristos, madonas, ángeles, tallas de madera dorada, toda la actividad artística brasileña de la época se centraba en la iglesia.

De entre los muchos artesanos artistas destaca Antonio Francisco Lisboa, también conocido como O Aleijadinho (El tullido), el escultor más conocido del barroco brasileño. Sus piezas son las más delicadas de la época. Hacia el final de su vida, O Aleijadinho, aquejado de lepra o sífilis, casi no podía sujetar sus herramientas y sus ayudantes se las tenían que atar con cuerdas.

Como O Aleijadinho, el arte brasileño es fruto de la mezcla de razas, del sincretismo. La influencia africana está constantemente presente: en los santos negros, san Elesbao y santa Ifigenia, en las joyas de oro y plata de Bahía, en la presencia de los antiguos mitos de la creación, los espíritus yoruba, en los tótems religiosos, en los colores y en las expresiones de las esculturas.

A principios del siglo XX, la actividad económica se convirtió en el nuevo motor de la vida artística. En el centro industrial de São Paulo nació el modernismo brasileño. En febrero de 1922, los cuatro días de la Semana del Arte Moderno abrieron las puertas a las nuevas corrientes extranjeras. Tarsila do Amaral, amiga de Constantin Brancusi, Ferdinand Leger y André Lhote, fue sin duda la figura más representativa de esta etapa. Creó auténticos símbolos del nacionalismo brasileño como la Mujer negra (1923), de formas orondas, rostro apacible y labios carnosos, y centró su interés por el realismo social en sus imágenes de la vida rural.

El breve panorama artístico contemporáneo brasileño es cuanto menos ecléctico. Lygia Pape retoma el tema del manto tupinambá pero transforma sus plumas en grandes madejas rojas antropófagas de las que salen restos humanos. La exposición termina con una obra impactante realizada el año pasado por Adriana Varejao, una explosión de vísceras desde unos azulejos celestes: las tripas de Brasil al descubierto.

<b></b><i>Baiana,</i> anónimo del siglo XIX que se exhibe en el Museo Guggenheim de Nueva York.
Baiana, anónimo del siglo XIX que se exhibe en el Museo Guggenheim de Nueva York.
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_