Para evaluar el conflicto bélico
POR MÁS QUE EN ESPAÑA esté arraigando un americanismo de adhesión incondicional tan estéril intelectualmente como el tradicional antiamericanismo de oficio, sigue siendo saludable la recomendación racionalista de pasar cualquier idea o acontecimiento por el cedazo de la crítica. Gracias a querencias como ésta se ha hecho grande lo que hoy llamamos Occidente. La operación militar contra Bin Laden y contra el régimen talibán, por más que esté dirigida por los americanos, es, como toda obra humana, susceptible de análisis. La esmerada construcción de la figura de Bin Laden como enemigo número uno pone ante la opinión americana un primer objetivo de la operación: detener (vivo o muerto) al líder de Al Qaeda y acabar con el Gobierno talibán que le protege. Esta enorme simplificación de los datos del problema es tan ingenua -o cínica, si se prefiere- como la de los que piensan que acabando con la miseria del mundo se solucionaría el problema terrorista. La principal diferencia es que Bush tendrá que pasar la prueba empírica de la realidad y, en cambio, quienes relacionan estrictamente terrorismo y desigualdad desgraciadamente no parece probable que tengan oportunidad de verificar su hipótesis.
Bin Laden y los talibán: éstos son los dos objetivos -más fácil el segundo que el primero- por los que la opinión americana juzgará probablemente el éxito de la Operación Libertad Duradera. Bush así lo ha querido y en función de ello declina y modifica su discurso, en un momento en que la batalla de la propaganda está lanzada. Y Al Yazira cuestiona el monopolio informativo de la CNN. La violencia conduce siempre a razonamientos simples. Y el Gobierno norteamericano no ha sabido escapar a esta dinámica: ¿Qué pasará cuando, detenido Bin Laden, haya nuevos ataques terroristas? ¿Se producirá la misma sorpresa y desconcierto que el 11 de septiembre?
Si atendemos a la complejidad de las cosas, la evaluación de la operación militar sobre Afganistán depende de otros muchos factores. Confiemos en que la Administración de Bush los haya tenido en cuenta, porque de lo contrario corremos el riesgo de que en vez de resolver un problema se agrave la situación de conjunto. Y en estos tiempos, nada de lo que ocurre en el mundo nos es ajeno. Aparte del desmantelamiento del régimen talibán -que antes del ataque terrorista de septiembre estaba ya más que justificado por el genocidio sistemático practicado contra las mujeres- y de la detención de Bin Laden, cinco serán los elementos que determinarán el éxito o fracaso de la operación.
En primer lugar, el número de muertes civiles ocasionadas por las operaciones militares. Todo el mundo sabe que la guerra limpia no existe y que habrá víctimas inocentes. Pero las opiniones públicas -las orientales primero, pero las occidentales también- serán muy sensibles al número de víctimas colaterales.
La suerte de los refugiados será otra piedra de toque. Si el invierno llega con las operaciones todavía en marcha y empieza a morir gente por millares, será difícil defender la operación.
De ahí la tercera prueba: la capacidad de organizar un régimen postalibán estable que reconstruya Afganistán. Sería muy irresponsable desentenderse de la situación una vez conseguidos los objetivos militares.
Siguiendo por círculos concéntricos, los efectos desestabilizadores en la región serán determinantes. De Pakistán a Uzbekistán pasando por Tayikistán, los equilibrios son muy precarios en países en manos de regímenes autoritarios poco respetuosos con los derechos de los ciudadanos. Si los islamistas lograran desestabilizar la región, la situación podría complicarse altamente. Naturalmente, el otro test geopolítico será la evolución de los acontecimientos en Palestina: el enfrentamiento entre Arafat y los extremistas palestinos y la radicalización de Sharon.
En fin, la prueba definitiva vendrá más tarde: los progresos en la lucha antiterrorista. Porque esta operación se justifica como paso para la destrucción de las redes terroristas que el islamismo tiene esparcidas por el mundo. Y sólo si se llega hasta aquí se podrá hablar de éxito. Liquidar a los talibán y a Bin Laden puede ser una premisa necesaria, pero de ningún modo suficiente. Por sí sola, es la falsa solución fácil que pone al alcance del Gobierno estadounidense un trofeo para ocultar la realidad profunda del problema. Con todo lo cual, la estrategia americana plantea, por lo menos, dudas razonables.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.