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Columna
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Golpes a la globalización

Andrés Ortega

La batalla de Afganistán, que finalmente se desató ayer, viene a acentuar la crisis de la globalización. Este proceso ha recibido tres duros golpes en pocas semanas: los atentados del 11 de septiembre y el nuevo capítulo que se abrió ayer, la caída de la economía y las manifestaciones antiglobalización que desembocaron, por ahora, en la violencia desatada en Génova con ocasión de la cumbre del G-8 en julio. Hay signos de que vamos a otro tipo de globalización, más limitada, más controlada y más de pago. La cuestión es si será más justa. Oportunidades hay. Tony Blair ha señalado que 'de la sombra de este mal debería emerger un bien duradero', para añadir: 'Reordenemos el mundo en torno a nosotros'. Eso empezó ayer. Pero Blair no ha dicho cómo, salvo para señalar, como ya hiciera en un famoso discurso en 1999 sobre su 'doctrina de la comunidad internacional', que 'el poder de la comunidad se está volviendo a afirmar'. Es verdad que la coalición contra el terrorismo ha unido a muchos rivales. Pero ¿por cuánto tiempo y hasta dónde?

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El 11 de septiembre, además de muertes, produjo un trauma cultural, pues fue un ataque contra una metrópoli, la metrópoli, y el concepto de lo cosmopolita, que empezó tiempo atrás, pero sufrió un parón durante la guerra fría. Cuando se recuperaba llegó este golpe, aunque un efecto paradójico puede ser impulsar ese cosmopolitismo. Sin embargo, en contra de tal tendencia está que los movimientos de personas se van a ver dificultados, con mayor control aún sobre la inmigración (aunque seguirá desbordando cualquier dique), nuevas reglas para los visados, un mayor control sobre los asilados y refugiados que propugna ahora el Consejo de Seguridad de la ONU, y otras trabas. Lo que era la primera industria mundial, el turismo y los viajes, está perdiendo posiciones rápidamente, lo que a su vez ha provocado la crisis en cadena de diversas compañías aéreas que se suponían sólidas, y tras la nueva etapa en que se entró ayer, aún más. La lucha contra las redes criminales, del terrorismo, del narcotráfico (aunque está por ver), de la prostitución y otras, también deberían verse afectadas. La UE se ha lanzado de lleno a ello, incluso yendo más allá de lo que pedía EE UU, pero los europeos no se han puesto aún de acuerdo sobre su directiva para luchar contra el blanqueo de dinero.

Otro resultado, terrible, de esta época de la imagen y del icono ha sido la banalización de las imágenes televisadas de los dos aviones estrellándose contra las Torres Gemelas de Nueva York. Se han repetido tanto, que han perdido fuerza, pese al espanto que provocaron hará mañana tan sólo cuatro semanas, a la vez que han empezado a cundir por Internet y de boca en boca chistes sobre el tema. En caliente, diversas gentes reaccionaron de diversa forma. Y no vale sólo criticar a los que en Palestina, China o Arabia Saudí se alegraron, sino que, para resolver los problemas y evitar que, como ocurrió en 1991 con la guerra del Golfo, la reacción antioccidental no se acentúe en las sociedades musulmanas, hay que entender por qué lo hicieron y por qué EE UU despierta animosidad. A la vez, en este mundo de la imagen, hemos entrado en un conflicto que puede ser de los menos mediáticos, con menos imágenes, más operaciones encubiertas y, en suma, menos controlables por los medios de comunicación.

Empiezan a resurgir ahora movimientos pacifistas: la idea de que a las bombas no se puede responder con bombas, y que, en el fondo, lo que alimenta el odio es una creciente, insoportable desigualdad. Ahí hay una oportunidad: que la denostada Organización Mundial de Comercio (OMC) no sólo abra paso a China, sino que lance el mes próximo en Qatar -pese a ser mal sitio para tal reunión, en las actuales circunstancias- una nueva ronda de liberalización comercial, en vez de tornarse a nuevas medidas proteccionistas, pues los países anclados en el subdesarrollo necesitan mercados e inversiones privadas, una condición necesaria, aunque no suficiente, para lograr entrar en la globalización de una forma más equitativa. Es decir, para lograr otra globalización. Bush va a obtener nuevos poderes, los del llamado fast track, para esta ronda. De hecho, va a obtener todo lo que pida del Congreso.

El tercer golpe: la crisis de muchas empresas ha contribuido a acelerar el frenazo general de la economía. La purga era esperable, pues pocos eran los que ganaban con Internet. Y veremos ahora lo que nace o renace, pues, tras pinchar la burbuja, llegan nuevos tiempos. Bertelsmann, con Napster, va a empezar a cobrar en unas semanas por música de la Red con diversas fórmulas. La prensa gratuita por Internet tiene sus días contados. Tras esta crisis puede venir realmente el negocio del pago, también con varias modalidades, con el peligro, de nuevo, de que aumente la separación entre los que tienen acceso (y capacidad de pago) y los que no.

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En este mal ambiente, acentuado por la crisis económica, el patriotismo de nuevo cuño, abiertamente proclamado por Bush y por otros políticos en EE UU, consiste, además de en apoyar a sus soldados ahora en acción, en consumir más y en que las familias se endeuden aún más en productos y servicios de consumo para sacar a la economía de la recesión. Pero ya ni Greespan hace milagros. Más bien lo contrario: la rebaja de tipos de interés -comprensible desde el punto de vista económico- llega a la gente como una señal de lo mal que van las cosas. Y por eso tantos reaccionan como los japoneses, poco patriotas en estos tiempos de tipos de interés bajos: ahorrando. Salvo en teléfonos móviles.

aortega@elpais.es

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