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Reportaje:

Temporeros a salto de mata

Centenares de recolectores del Alt Empordà duermen al raso o en chozas porque se les niega alojamiento

Los faros de los coches se imponen a las primeras luces del amanecer. Los chorros de luz barren maizales y manzanales de entre los que emergen vacilantes, como en una lúgubre procesión de muertos vivientes, los temporeros que han dormido al raso. Somnolientos, emprenden el camino hacia sus explotaciones. Centenares de inmigrantes sin alojamiento trabajan en las tareas agrícolas de las plantaciones próximas a Sant Pere Pescador (Alt Empordà) en agosto y septiembre.

Los más afortunados se hacinan en las viviendas de los extranjeros permanentes del pueblo, más de 300, algunos de los cuales hacen su agosto realquilándoles dos metros cuadrados de suelo. Otros ocupan barracas y establos insalubres cedidos por los productores de manzana. Los inmigrantes con permiso de trabajo y residencia no tienen reparos en ocupar los bancos de los parques públicos, pero los sin papeles, temerosos ante una posible detención, buscan a menudo la espesura de los maizales.

Las picaduras de los mosquitos, muy abundantes en estas zonas de humedales, permiten distinguir a los temporeros que duermen al raso. Un recorrido nocturno por el territorio constata la magnitud del problema y desmiente que esta situación sea exclusiva de los inmigrantes que no han encontrado trabajo o de los que han sido descartados porque no tienen los papeles en regla. Rossend Gusó, productor de manzana que ha sabido orientar su negocio hacia el turismo, admite que el alojamiento es 'el gran drama' de la zona y que está cansado de ver inmigrantes durmiendo en el bosque o bajo un puente. Gusó afirma que sus temporeros sin vivienda ocupan un espacio en los almacenes, en los que han instalado camas y una cocina de gas. Las barracas entre las plantaciones son otro de los improvisados cobijos que algunos fruticultores ofrecen a sus trabajadores. En uno de estos cobertizos, a un tiro de piedra de uno de los grandes cámpings que ocupan los terrenos costeros de Sant Pere, un grupo de cuatro marroquíes de Casablanca cocina una tagine de carne sobre un hornillo de gas. No hay aseos ni camas suficientes para los siete hombres que viven en la barraca. Duermen por turnos. Un gran bote vacío de pintura les sirve para calentar agua con la que afeitarse. Sorprende en la mugrienta choza un pequeño televisor alimentado por una batería que han extraído temporalmente del coche desvencijado que deberá llevarles a su próximo destino. El río Fluvià les proporciona agua y, cuando hay suerte, algún pescado. Mientras esperan el inicio de su primera temporada en Sant Pere, su única obsesión se concreta en una pregunta: '¿A dónde hay que ir después de la manzana?'. Sólo uno tiene papeles. No les importa si hay contrato o no. Les han dicho que pagan 700 pesetas, pero se conformarían con menos. Aprecian su reducido cuchitril porque no ignoran que muchos de sus compañeros duermen al raso.

En Sant Pere Pescador no hay viviendas suficientes para el millar de temporeros que trabajan en la manzana, pero cualquier iniciativa para solucionar el problema topa con miedos y recelos. Hasta seis municipios de la zona del bajo Fluvià, entre los que se encuentra Sant Pere Pescador, rechazaron con excusas inverosímiles y torticeras un albergue para temporeros que tenía financiación institucional y el apoyo de Unió de Pagesos. El Consejo Comarcal del Alt Empordà, después de un rosario de entrevistas y contactos, tuvo que descartar la inversión ante la imposibilidad de hallar terrenos disponibles. 'Si estuvieran muy bien vivirían allí los 12 meses y seguro que algunos tomarían posesión del albergue', opina Gusó. Incluso el jefe de la oposición socialista en Sant Pere Pescador, Salvador Comas, admite que muchos agricultores no dan alojamiento a sus trabajadores, pero rechaza el albergue en el pueblo. 'Hay muchos inmigrantes que viven aquí pero trabajan fuera', se justifica Comas. El alarmismo en torno al tráfico de drogas que realiza un reducido grupo de inmigrantes del pueblo -no más intenso que en otras zonas de Girona y perfectamente controlado según los Mossos d'Esquadra- sirve también como excusa para negar el albergue de temporeros.

Resulta casi imposible que los inmigrantes puedan hallar alojamientos de alquiler a pesar de la multitud de viviendas cerradas, algunas muy degradadas, que hay en el municipio. Tampoco los cámpings les aceptan entre su clientela. 'En este pueblo hay poco mercado de alquiler y lo cierto es que la gente acaba por irse de los pisos adonde llegan magrebíes', explica Narcís Sellés, el principal agente inmobiliario de la zona. Sellés admite que los 'morenos' -como se denomina en el pueblo a los inmigrantes subsaharianos- son más aceptados, pero que nadie ve con buenos ojos ciertas costumbres magrebíes. 'Como sacrificar corderos en las terrazas y otras cosas por el estilo', asevera.

Los pueblos frutícolas del bajo Fluvià viven entre la necesidad y el miedo a los inmigrantes. Gracias a ellos sus negocios han prosperado, pero cuando acaba la temporada desearían que desaparecieran de sus calles. Sant Pere Pescador vive estos días una enorme presión de la inmigración, que casi iguala la población autóctona. Es el resultado de haber apostado por un mercado fuera de toda regulación. 'Reventando precios y explotando a los trabajadores se potencia que el pueblo se llene de inmigrantes ilegales. Hasta que no se ponga mano dura esto no se acabará', opina Comas. El alcalde del pueblo, Florenci Bosch (CiU), asegura que esta temporada están llegando más inmigrantes que nunca. 'Si esto continúa así, no habrá trabajo para todos', advierte. Bosch encara esta afluencia masiva de inmigración como un problema policial y ha hecho un llamamiento público para que los Mossos tengan mayor presencia física en las calles de su pueblo.

Inmigrantes sin alojamiento duermen al raso en las proximidades de Sant Pere Pescador.
Inmigrantes sin alojamiento duermen al raso en las proximidades de Sant Pere Pescador.PERE DURAN

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