Adrenalina monetaria
La Reserva Federal estadounidense (Fed) ha vuelto a reducir en medio punto los tipos de interés, hasta dejarlos en el 2,5%, el nivel más bajo desde 1962. Es el noveno descenso en lo que va de año y el segundo desde el 11 de septiembre, en lo que ya se presenta como la más intensa ronda de estímulos monetarios en varias décadas. La decisión trata de evitar las cada vez más probables amenazas de recesión en la primera economía del mundo.
Si antes del 11 de septiembre la situación de la economía de Estados Unidos justificaba estímulos adicionales, dada la precariedad de la demanda interna y las adversas consecuencias del desplome de las bolsas, la incertidumbre originada por los atentados ha aumentado la inhibición de las familias a la hora de consumir o contraer nuevas deudas y desalentado decisiones de inversión en las empresas. La obligación de las autoridades económicas de cualquier país es tratar de evitar los riesgos de recesión y minimizar los efectos secundarios de la crisis. Es cierto que no hay garantía de que esta nueva reducción en el precio del dinero evite la temida recesión, pero no lo es menos que la disminución de los tipos de interés es la opción más inmediata y con menores contraindicaciones de las hoy disponibles, cuando sus posibles efectos inflacionistas futuros no constituyen ahora la preocupación más importante.
Las terapias monetarias son más eficaces e inmediatas que los estímulos fiscales, ya sea mediante reducción de impuestos -que pueden generar una mayor discriminación entre los agentes económicos- o a través del aumento del gasto público, que ya está decidido: 40.000 millones de dólares para hacer frente a las consecuencias del atentado y a la respuesta, otros 15.000 millones para ayudar a las compañías aéreas y hasta 60.000 millones más que están en discusión en el Congreso. Es en este punto en el que el propio Alan Greenspan ha sugerido una reflexión más profunda, en contraste con los reflejos que exhibe en la dosificación de la adrenalina monetaria.
Probablemente no estemos ante la última reducción de tipos en EE UU. Bueno sería, en todo caso, que, a tenor de la fácil propagación de los gélidos vientos estadounidenses, el Banco Central Europeo (BCE) no demorara en exceso su contribución a la salida de la crisis, haciendo un gesto similar. Ahora le toca a Europa.
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