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CONTRATO CON EL DIBUJANTE
Columna
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Cuesta abajo y sin frenos

Las angustiosas tribulaciones de los inversionistas en Bolsa

Adelantándose a la caída libre de la Bolsa, un hombre se precipitó al vacío desde un cuarto piso. Ocurrió en Bilbao hace un mes. Por lo visto, tras la cena, el hombre extrajo un cuaderno del aparador y se concentró en hacer números, mientras su mujer veía la televisión. Luego cerró la libreta y dijo adiós a este perro mundo. Ese mismo día, como todos, había acudido al kiosko para comprar Expansión y retirar el Bolsín (boletín informativo gratuito local de Bolsa) saludó a la kioskera y le preguntó por su nieta . Al despedirse se le oyó en un murmullo: 'Esto no puede seguir así'.

Desde la caída de las Torres Gemelas todo ha empeorado. Un batallón de muertos vivientes, de pequeños inversionistas que hasta hace poco trataban con entusiasmo de las telecos y las constructoras, de los bancos y las petroleras, de Zeltia y Telepizza, de fondos y planes de pensiones, de fusiones y absorciones, de fundamentales y perspectivas, de resistencias y contrataciones, de opciones y futuros, de put y de call, vagan como almas en pena preguntándose qué hacer ante tanto descalabro. Los entusiastas inversionistas vascos, a la cabeza de la compra-venta de acciones en Internet, tampoco saben si escoger entre dos males: comprar, vender o, sencillamente, un combinado; optar por ambos al mismo tiempo aun sabiendo que 'galgo que corre a por dos liebres no vuelve con ninguna'. En una situación como la presente, que discurre entre lo horrible y lo desdichado, los optimistas ven una oportunidad en cada calamidad y los pesimistas perciben lo contrario: una calamidad en cada oportunidad.

El dibujante revela que hasta Miss Martiartu, a quien la Bolsa siempre le había parecido cosa de fuste, siguió el mes de abril los consejos de un gestor: 'Usted, señora, compre ahora barato y venda luego caro'. En efecto, la Martiartu, como casi todos, ha terminado vendiendo a la baja y comprando por las nubes. Había escuchado a un listo que 'lo de esa empresa va muy bien y además da buenos dividendos'. Así que le hizo caso. Luego, cuando las acciones comenzaron a desplomarse, llamó al corredor y le inquirió: '¿Qué hago?'. El consejo fue como de cualquier experto en parecida situación: 'Vender ahora sería una locura. Incluso para bajar su promedio de pérdidas debería usted comprar más'. Dicho y hecho. Pero como las cosas se fueron poniendo feas volvió a consultar con el profesional que, con ahínco, le dio consuelo aferrándose a otro axioma bursátil: 'No se preocupe. Todo esto es fruto de la situación política. No olvide que en Bolsa siempre se gana a largo plazo'. A futuro, vamos.

Nunca como hasta ahora se han proferido tantas incumplidas profecías en tan reducido espacio de tiempo. Lo del 'largo plazo', por ejemplo. Es éste un truco muy trillado para evadir responsabilidades en los fracasos a corto y medio vencimiento, cuando ya ha llovido a cántaros desde que Keynes respondió a la pregunta del millón de dólares: '¿A largo plazo?... todos muertos'. Y eso por no entrar en el embarullado debate entre lo económico y lo político, ya que si la política es el arte de 'llegar a mañana sin pensar en el pasado mañana', ¿por qué gobernantes y economistas piden tanto esfuerzo a los inversores para que se mantengan en los números rojos, mientras ellos se desvían en sus propósitos cada dos por tres? 'La ola de esta desgracia que nos asola', dice el dibujante, 'empezó con esa polifonía de voces que calentaron el oído de los ahorradores para transformarlos en pequeños inversores con un suave susurro: 'Ahorre usted un poco de dinero cada mes y al final de año se sorprenderá de lo poco que tiene'. Sí, eso debió ser. Y al principio funcionó. Se obtuvieron unos pequeños beneficios. Y todo el mundo se felicitó por su astucia. Luego, algunas acciones que estaban a 140 euros, bajaron a 120, y después a 100 y más tarde a 86, y así hasta llegar a los 60. Entonces más de uno dijo, frotándose las manos: 'Es estupendo, están a menos de la mitad. Son dos acciones por el precio de una. Barato, como dice el moro. Podemos obtener el doble'. Pero hoy valen la quinta parte. '¿Quieres ser rico?', suspira Eguillor, 'pues escucha a Epicuro: no te afanes en aumentar tus bienes sino en disminuir tu codicia'. Para cualquier ciudadano pequeñuelo entrar en Bolsa es una de las formas más difíciles de hacerse rico. Pero en los últimos años nos han hecho creer lo contrario y en ello se ha afanado un ejército de brokers, analistas, bancas privadas, gestores, especialistas y hasta ex futbolistas.

Sé de un artista del balompié que en vez de vender coches, como era habitual tras la retirada, amparado en su popularidad, ofrece fondos de inversión en la era del capitalismo popular. Este tropel de especialistas maneja un manual de seducción financiera que va desde la lógica aristotélica al lamento del analista que se encoge de hombros para explicar lo sucedido. Se manejan gráficos y curvas, tendencias y fundamentales y se habla de resistencias y recorridos. Pero si los mercados bajan siempre encontrarán una explicación que a nadie servirá de consuelo, y mucho menos al que pierde su gallina mientras paga comisiones. El negocio financiero se mueve entre el Principio de Peter -consistente en alcanzar el nivel máximo de incompetencia- y la Ley de Murphy -todo es susceptible de empeorar-, sin embargo, esta negra semana más de uno se ha empeñado en conjugar ambos, animando a la tropa a tomar posiciones 'porque la tendencia a la baja implica un recorrido al alza en ciertos valores'. ¿Y eso cómo demonios se sabe? Es decir, ¿qué hizo pensar cuando Telefónica estaba a 18 euros que no podía bajar aún más?

Era cosa de escuchar en la radio al nuevo presidente de la CNMV, Blas Calzada. Habló, como Elena Francis, directo al corazón de los dolientes inversores; 'Y no olviden ustedes que en Bolsa nunca se gana o se pierde hasta que se vende'. Última estación. Mentira piadosa. Autoengaño, porque la Bolsa, como señaló alguien, es una ruleta rusa. 'Si se continúa apretando el gatillo, se acaba encontrando la bala'. El hombre que un día bajó al kiosko de periódicos para leer su sentencia y concluir que 'esto no puede seguir así', la encontró. El resto aún la está buscando.

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