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Política y melancolía

Francesc de Carreras

El señor Ruiz Gallardón, presidente de la comunidad autónoma de Madrid, pronunció una conferencia en Barcelona sobre La fuerza económica de Madrid, de la que ayer se hacía amplio eco este periódico. Se mostró optimista ante el futuro, orgulloso de los avances conseguidos, entre otros de su Feria de Muestras y de los 56 kilómetros de metro construidos desde 1995. Explicó también Gallardón algunos aspectos de la estrategia económica de su Gobierno y propuso superar la rivalidad con Cataluña mediante la cooperación económica en diversos campos. En definitiva, habló de las tareas que realizaba como gobernante dentro de las atribuciones que le otorgaba su estatuto. Parece que los asistentes salieron bien impresionados: un hombre competente, inteligente, sensato, un buen profesional de la política.

En Cataluña las cosas discurren de un modo muy distinto: la política suele moverse entre la épica y el surrealismo, llegando en ocasiones a extremos que si no fueran penosos resultarían casi cómicos. Ello se traduce en estancamiento, pérdida de oportunidades, déficit público y malos servicios. Hablemos, por ejemplo, de esta extraña exposición religiosa denominada Germinabit, financiada por la Generalitat, que se realiza nada menos que en el Vaticano y que inauguró el presidente Pujol la semana pasada en Roma.

En su discurso de presentación, Pujol dijo cosas realmente curiosas. Dijo, por ejemplo, algo tan obvio como que 'no existiría Cataluña como pueblo sin la aportación capital del cristianismo y de la Iglesia'. ¿Hay algún pueblo europeo en cuyas raíces históricas no encontremos -para bien y para mal- la aportación del cristianismo y de la Iglesia? Me parece que, por lo menos en esto, no nos distinguimos del resto, aquí no encontramos hecho diferencial alguno y, por tanto, las palabras de Pujol no son más que frases vacías, hablar por hablar, simplemente humo.

También dijo, por lo visto, que los valores 'que defiende la Iglesia' han contribuido a defender la 'identidad de Cataluña', aunque también 'la Iglesia debe mucho a Cataluña'. Vamos a ver: ¿a qué Cataluña y a qué Iglesia se está refiriendo? ¿No fueron catalanes quienes quemaron iglesias y conventos en la Semana Trágica o en la guerra civil? ¿No entraron curas y obispos junto a las tropas franquistas a finales de enero de 1939? ¿No se puso la Iglesia, con el papa Pío XII a la cabeza, a defender a Franco ante el mundo, mientras aquí se prohibía el catalán como lengua oficial y se menospreciaba, para ser suaves, la cultura expresada en catalán? ¿De qué estamos hablando entonces, señor presidente?

También me sorprendió que hace unas semanas la Generalitat tuviera tan relevante papel en la reunión que celebró en Barcelona una cofradía romana que lleva por nombre San Egidio, cuyo líder espiritual es un tal Andrea Riccardi, al que la Generalitat ha concedido el último Premio Internacional Catalunya y que parece tiene mucha mano en las altas esferas de la Santa Sede. Yo andaba hace unos días, con éstos de San Egidio, más extrañado que Enrique Vila-Matas cuando le pasa una cosa normal.

Sin embargo parece que todo ello tiene una explicación, una explicación plausible, que liga la exposición Germinabit con los de San Egidio. Nos la suministraba Francesc Valls, enviado especial de EL PAÍS a Roma, en el periódico del pasado sábado 15 de septiembre. Parece que se avecinan cambios en varias diócesis catalanas por jubilación de sus obispos respectivos. El Gobierno de la Generalitat quiere, por una parte, que el Vaticano nombre obispos que sean de su agrado y, por otra, aumentar su influencia en la Santa Sede. Es por ello que ha dado un trato preferente a los de San Egidio y ha montado la exposición Germinabit en el Vaticano.

No sé si ustedes, lectores, ya se estarán preguntando lo mismo que yo: ¿Qué interés tenemos los catalanes, como conjunto, tanto por una cosa como por la otra? ¿No estamos en un Estado laico y los poderes públicos deben respetar la autonomía de la sociedad civil, de la cual forma parte la Iglesia? ¿En esto se gasta el dinero y las energías el Gobierno y la Administración de la Generalitat? Influir en el nombramiento de obispos y querer ser tenidos en cuenta en el Vaticano, ¿entra dentro de las competencias autonómicas, responde al interés general, que es a lo que debe dedicar su actuación nuestro Gobierno autónomo? Son preguntas que creo se responden por sí mismas. Y si no fueran ciertas estas intenciones del Gobierno catalán, ¿por qué se ha dado tanta ayuda a esta organización católica y se ha organizado esta exposición en el Vaticano?

Ruiz Gallardón recomendó en su conferencia que los catalanes debíamos 'olvidar los recuerdos melancólicos'. Tiene toda la razón: desde hace 20 años la política de la Generalitat va, en buena parte, dirigida a paliar la melancolía que a nuestros nacionalistas les produce no tener Estado propio y ser, simplemente, una comunidad autónoma más. 'Como Extremadura', suelen añadir. Por ello necesitan aparentar, por lo menos en las formas, que somos un Estado. Ello ocasiona un despilfarro enorme de recursos, comporta el abandono de las competencias que nos otorga nuestro estatuto y, en definitiva, se hace un flaco servicio al ciudadano. Desde esta mentalidad, lo de menos son las infraestructuras de transporte, la educación, la sanidad, la cultura, los servicios de todo tipo: lo importante es que 'Cataluña sea conocida y respetada en el mundo'. Pura estética, ridícula estética.

Lo peor, además, es que esta ideología profunda, esta incomprensión de lo que es y debe hacer una comunidad autónoma, no está presente sólo en el partido que nos gobierna sino también en el principal partido de la oposición. ¿A qué viene si no que uno de los proyectos prioritarios de Maragall sea reformar nuestro estatuto de autonomía sin saber ni siquiera en qué debe consistir esta reforma?

Mientras aquí, con dinero público, fabricamos sólo humo, en Madrid, con igual forma de financiación, se han podido pagar 56 kilómetros de metro. Chapeau, Gallardón.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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