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Columna
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Miedo a un mundo peor

Andrés Ortega

Los terroristas lo han logrado: el miedo se ha apoderado del mundo. Miedo ante lo que ha ocurrido: lo que sólo contemplaban algunas novelas ha pasado delante de nuestros ojos, pues la televisión, en directo, se ha convertido ya en una extensión de nuestra vista, y los terroristas lo saben. Miedo ante posibles nuevos atentados que estos terroristas, sean quienes sean, hayan podido preparar hace tiempo para cometerlos después. Miedo ante cómo reaccione la economía a lo que ya ha ocurrido y a lo que pueda ocurrir. También hay miedo no tanto ante la respuesta 'arrolladora' que, justificadamente, promete Bush, sino a las consecuencias no buscadas ni previstas, de todo orden, de tal respuesta. No es que lo que pase es que no sabemos lo que nos pasa, sino que estamos en esa situación que describiera Octavio Paz tras la caída del muro del Berlín, una crisis de futuro agudizada por el derrumbe de otro símbolo de signo contrario, las Torres Gemelas de Nueva York, aunque, más que el símbolo, lo que entristece y angustia es la suerte de las personas que han quedado sepultadas. Y ello cuando la calidad del liderazgo político en el mundo ha bajado.

Pronto veremos cómo empieza, pero el combate monumental del 'bien contra el mal' que promete Bush no se sabe cómo acabará, si es que tiene algún final. ¿Se va a lanzar una guerra mundial contra el terrorismo? Como señala Moises Naim, director de Foreign Policy, ésa es una guerra, si guerra es, pues puede no tener un frente claro, que no se puede ganar así como así, pues 'será permanente, con enemigos escurridizos y cambiantes, e incluso victorias importantes no asegurarán que el enemigo quede derrotado'. De eso, en España sabemos algo.

Si se confirma que Osama Bin Laden está detrás, EE UU va a ir a por él y a por el régimen en Afganistán. Pocos llorarán por los talibán, aunque el régimen fundamentalista extremo sea el resultado de una equivocada política de EE UU, que fomentó este tipo de movimientos tras la invasión soviética, y que de allí se expandieron con buen apoyo saudí. Pero, aunque sea barro de aquellos lodos, Osama Bin Laden es un héroe para muchos. Al ver algunas manifestaciones de júbilo tras el atentado, cabe pensar que el golpe a EE UU ha alegrado a los que más perjudica y beneficiado a sus oponentes. Israel, de cuyos servicios secretos, junto con los rusos, ahora necesita EE UU, es el que ha salido, de momento, ganando. No puede sorprender que Arafat, que sí entiende de esto, saliera temblando a donar sangre. Pero Washington cometería un error de bulto si dejara hacer libremente a Sharon. De la guerra del Golfo salió un proceso de paz. De ésta, y mejor antes, debe salir otro, o EE UU acabará perdiendo la legitimidad que ha ganado para actuar.

De momento, Bush intenta buscar los más amplios apoyos posibles, también en el mundo musulmán. Pero está por ver si estas sociedades, tanto tiempo maltratadas, seguirán a sus Gobiernos, pues incluso en estos regímenes cerrados hay opinión pública. Es más, son las sociedades las correas de transmisión de estas opiniones, por encima incluso de los medios de comunicación. Bush ha insistido una y otra vez en la necesidad de tolerancia, pues las comunidades musulmanas en Occidente también están asustadas ante la ola de xenofobia que se puede desatar si se confunde islam, incluso fundamentalista, y terrorismo. Y fuera, una mala reacción frente a un país como Irán puede echar a pique los esfuerzos de apertura del presidente Jatamí. El ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York no responde a un choque de culturas a la Huntington, pero si se gestiona mal la reacción se puede convertir en eso, con la agravante de que el conflicto no lo tendríamos sólo fuera, sino dentro, pues nuestras sociedades son ya multiculturales.

¿Se ha abierto un nueva era? La tentación de afirmarlo es fácil. Soy de los que vienen considerando que estamos en una transición que empezó con la caída del muro de Berlín en 1989, y que aún no ha llegado a la mitad. Esta nueva versión de pax americana no tiene grandes posibilidades de funcionar en un mundo desbocado, que requiere de más política y más justicia. Que el desastre de las Torres Gemelas impulse esa reflexión de cómo mejorar el mundo sería positivo. Pero es de temer que queden otros años, bastantes más, de desorden. Éste ha sido un brusco despertar al siglo XXI. Y el miedo, al cabo, no está causado sólo por la incertidumbre, estado natural del ser humano. Es miedo a un mundo peor.

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