Que sea para bien
Felicito a esos padres cuyos hijos podrán estar escolarizados de ocho de la mañana a ocho de la noche, además de los fines de semana y las vacaciones de Navidad. La incompatibilidad entre ganarse la vida y tener hijos ha llegado al punto de que medio centenar de colegios públicos van a acometer esta experiencia carcelaria que pronto se extenderá a otros centros. Las actividades, ha dicho Villapalos, serán gratuitas porque no quiere que le acusen de 'carcelero'. En las bromas se deslizan con frecuencia cosas muy serias. Una maquinaria social que es incapaz de acomodarse al hecho evidente de que el ser humano se reproduce, es una porquería de maquinaria. Lo lógico, piensa uno, es que los hábitos laborales se adaptaran a las necesidades biológicas y afectivas de las personas, y no al revés. Pues no. Habrá niños 'encarcelados' de ocho a ocho, doce horas, y muchos de ellos tendrán que pasar entre rejas los fines de semana y la Navidad.
Mi enhorabuena no es retórica, pero mi malestar tampoco. Quizá esta facilidad para aparcar al niño en algún sitio donde no corra peligro físico rebaje la ansiedad inmediata, pero a la larga no puede dar buenos resultados. Los niños son muy defectuosos y necesitan atención, cariño, cuidados que vayan más allá de la mera seguridad orgánica. Pero, sobre todo, necesitan estar en su casa. Un niño de 3 años (las víctimas de esta estupenda medida estarán comprendidas entre los 3 y los 11 años) que llegue a su casa a las ocho y media o nueve de la noche y se acueste a las nueve y media o diez para levantarse a las siete y ser internado a las ocho, no es un niño, sino un preso con permiso de pernocta. Algunos, tiempo al tiempo, pasarán del patio del colegio al de la cárcel (que quizá no sean tan distintos), porque si no has conocido más afecto que el que te da el cemento, lo lógico es que te entregues a él.
Insisto: no se me entienda mal. Me congratulo de que las autoridades académicas sean sensibles a un problema real, pues nadie ignora que han desaparecido los horarios de trabajo y que la crueldad laboral está llegando al punto de que hasta la Iglesia funciona en la práctica como una ETT (te proporciona trabajo a cambio de una comisión sobre tu salario). Me hago cargo también del desahogo inmediato que para muchas familias supondrán estos horarios, pero lamento que las autoridades académicas, y las ONG, y el sursum corda no den la batalla en el otro terreno. Hay que denunciar, en fin, donde haga falta que somos mamíferos y que nos reproducimos, y que nuestras crías necesitan cuidados afectivos continuos. Y esto, que parece evidente, no lo debe ser tanto si pensamos que la vida cotidiana está montada para que nuestros hijos no puedan mirarse en nuestros ojos más de 15 minutos diarios.
Yo levanto la mano para llamar la atención sobre este asunto. Ya sé que no me harán caso, pero la levanto. Precisamente, el otro día, en el contestador automático de EL PAÍS Madrid, una anciana dejaba un mensaje que daba idea del mundo en el que vivimos. Decía así: 'Quisiéramos hacer mención a un problema que nos afecta a las personas mayores, y es que algunos taxistas, cuando nos acercamos a las aceras para pararlos levantando la mano, no nos ven por distracción o no nos quieren ver'. Efectivamente, señora, no es que esos taxistas carezcan de la visión periférica común al resto de los mamíferos, sino que les resulta un incordio ayudar a una vieja de mierda a subir al automóvil. Los viejos y los niños lo tienen mal con el ultraliberalismo campante, y es que no producen ustedes más que gastos y molestias. A los niños los vamos a encerrar de ocho a ocho y los fines de semana, para que no levanten la mano, y los viejos que se pudran en la acera, no te digo.
Nunca fue tan inútil levantar la mano como ahora. Por lo visto, hubo un tiempo en el que levantabas la mano y se detenía el tráfico para que pasara una anciana. Las muertes por atropello, en cambio, han aumentado en Madrid un 40% durante el primer trimestre de este año. Se dice pronto: un 40%. Según el concejal socialista Eugenio Morales, se debe en parte al poco tiempo que los semáforos dan a los peatones para cruzar la calle. Yo ya había notado que la presión para cruzar era mayor, pero, como tengo complejo de inferioridad, le había echado la culpa a mis reflejos. La gente cruza corriendo porque llega tarde a recoger al niño del colegio y la atropellan. Pues nada, no se apuren, que el niño, a partir de ahora, ya no tendrá horario de salida. Bastará con enviarle por Navidad unos turrones que compartirá con sus compañeros de celda. Lo que hace falta es que sea para bien.
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