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Columna
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Hay precedentes

Juan José Millás

Sorprende el caso de esa falsa odontóloga de Fuenlabrada que perforaba los maxilares de sus pacientes verdaderos y les implantaba prótesis que parecían clavos. Lo normal es que los médicos falsos actúen con más prudencia que los auténticos, precisamente porque están obligados a disimular. No ocurre sólo con los médicos. Los curas que no creen en Dios, por ejemplo, son más bondadosos que los que tienen fe (léase san Manuel Bueno, mártir, de Unamuno), y no hay mejores maestros que los que dudan de su sabiduría. En cuanto a los escritores, por tocar todas las áreas, los más agudos son los que no escriben. Personalmente, he vivido siempre rodeado de genios que no han dado un palo al agua, aunque continúan amenazando todavía con alumbrar una obra maestra y quién sabe.

La odontóloga de Fuenlabrada es un misterio, pues no sólo era falsa, sino que lo parecía. ¿Por qué no intentaba disimular? Quizá porque llevaba 15 años ejerciendo de esta forma atroz sin que nadie la hubiera llamado al orden. Hay criminales que vuelven al lugar del crimen para ser detenidos: necesitan que alguien los pare, puesto que ellos no pueden hacerlo. Esa mujer de Fuenlabrada regresaba a las bocas y entraba en ellas dando una patada a los dientes, como entran los geos en una vivienda rodeada. Parece que le habían cerrado un par de consultas, pero ella arrancaba los precintos judiciales y al primer niño que se presentaba le ponía una ortodoncia de hierros oxidados, le hiciera falta o no tanta ferretería. Quince años asaltando encías, oiga, sin título ni aptitudes, y no consta una sola detención en su expediente. No es raro que con controles tan ineficaces se fuera creciendo y provocara cada vez mayores destrozos para ver si salía en los periódicos. La vanidad nos pierde.

La falsa odontóloga de Fuenlabrada era un desastre, en fin, no insistamos en ello. Ahora bien, ¿es normal ejercer sin título con la impunidad con la que ella lo hacía? Pongamos, por ejemplo, que se me ocurre abrir una consulta de otorrinolaringólogo en la esquina de mi calle. ¿Es así de fácil? ¿Basta con colocar un cartel en la puerta? Lo digo porque si las autoridades sanitarias me garantizan que tardarán en darse cuenta 15 años o más, a lo mejor me animo. Llevo toda la vida estudiando el conducto faríngeo (que, digan lo que digan los médicos, aún no se sabe a dónde conduce), y a lo mejor sé más que muchos titulados. Quizá no sepa siempre lo que hay que hacer, pero sé al menos lo que no se debe hacer y jamás provocaría en mis pacientes los destrozos que la falsa odontóloga ha provocado en los suyos. Quiero decir con esto que estoy a favor de la iniciativa privada.

Muchas denuncias de intrusismo no son sino reacciones corporativas y pánico a la innovación. Convendría, no obstante, encontrar el equilibrio entre la libertad individual y las necesidades públicas. Comprendo que haya un loco que un día se levante de la cama convencido de que es cirujano. Puedo entender que abra un gabinete de cirugía en el cuarto de estar de su casa y que se anuncie en las Páginas Amarillas. Soy capaz de imaginar que se haga con una cartera de pacientes a los que acorte el intestino o ampute las orejas, porque se trata de una persona llena de iniciativa privada y todo eso. Lo que no entiendo es que las autoridades tarden más de 15 años en darse cuenta de que en la basura de ese señor aparece cada día un número excesivo de restos humanos. Vale que no sospechen con la primera docena de brazos, o con los cinco primeros pies, pero si un día aparece una cabeza, quizá deberían enviar a un inspector para investigar.

Pero que investigara con cautela. Nada perjudica más a la iniciativa privada y a la economía de un país que la injerencia continua del Estado en los chiringuitos de los electores. El Estado debe garantizar la ley de la selva. Dicho esto, todos sabemos que la libertad tiene un precio y que ese precio puede ser en unas ocasiones Gescartera y en otras la boca de su niño de usted o la propia. Son efectos colaterales del ultraliberalismo que tan buenos resultados da para los ricos allí donde se implanta. De modo que si usted un día se levanta odontólogo u oculista, no se reprima, por favor, ponga una consulta, pero actúe con más prudencia que la falsa doctora de Fuenlabrada para que tarden más de 15 años en pillarle. Lo importante es que la desregulación alcance a todas las áreas y que la iniciativa privada no decaiga. Pero como personalmente detesto el corporativismo, también le digo que si se levanta escritor, se ponga usted a escribir sin cortapisas. Pueden pasar cien años hasta que nos demos cuenta de que era usted un falso escritor. Hay precedentes.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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