Roberto Torretta establece las sobrias distancias de lo elegante
Las esmeradas hechuras de Elio Berhanyer clausuraron la primera jornada
La 34ª edición de la Pasarela Cibeles abrió ayer con una nueva ubicación dentro del recinto ferial Juan Carlos I de Madrid, presentando las propuestas para la primavera-verano de 2002. Pocas novedades, nada de riesgo y un tono convencional de vuelo rasante dirigido al mercado caracterizaron la primera jornada, en la que el mayor interés lo concentró la corrección elegante de Roberto Torretta.
En los pasillos se habla de prudencia en las compras, pero hay quien se aventura a predecir un nuevo periodo de vacas flacas tras euforias pasadas que no han dejado de ser, en el caso de la moda española, un espejismo. Las tendencias marcan sensualidad, brillo y una femineidad carente de recato.
El tacón de aguja ayuda, y éste no ha faltado en casi ningún desfile. Ese zapato-fetiche de cierta femineidad agresiva y hasta desmelenada es un buen y necesario soporte a la tónica en que son presentandas las modelos, entre vamps diurnas o dudosos ángeles nocturnos. No faltan espaldas al aire, insinuantes escotes o veladuras que poco esconden sobre el pecho o el trasero.
Ifema ha trasladado la Pasarela Cibeles al pabellón 7, situado al fondo de las instalaciones. Las razones del traslado se ocultan a la práctica, profesionales y espectadores deben desandar varios centenares de metros bajo un sol de justicia o por los soportales y en el nuevo hangar la ventilación, circulación interna e iluminación ambiental dejan mucho que desear con respecto a las pasarelas precedentes. La única ventaja del cambio es una avanzada sala de prensa patrocinada por Telefónica con abundancia de maquinaria profesional y que rápidamente se ha convertido en el punto álgido y social del evento.
Abrió otra vez Cibeles Javier Larrainzar (una jornada que apareció bajo el auspicio de la Asociación de Creadores de Moda) afianzando una línea de coherencia con sus gustos y clientela. Ampulosidad, lujosos tejidos, líneas rectas y transparencias arman una colección cuyo desvarío en el estilismo hizo aparecer a las modelos con grandes flores de tela escapadas de La Tienda de los Horrores. Camisas a rayas, pantalones de patas muy anchas, piel napada en violeta y verde y exagerados destapes en blusas, pantaloncitos cortos para lolitas y ponchos plisados transparentes fueron los dominantes, y no le han faltado estampados de heroicas orquídeas gigantes. Como la vez anterior, algunos severos problemas de confección en estos tejidos evanescentes se hicieron muy evidentes, acusando prisas y falta de pericia en la costura final.
Un detalle
Roberto Torretta se declara voluntariosamente personal ante el mercado. Para él, las tendencias son apenas un detalle. Las prendas son clásicas y perfectamente elaboradas en sastrería: trajes impecables, piel napada de canto vivo y con jarretería manual, el tejano llevado al terreno más chic, el algodón blanco calado y bordado de tradición para blusas y pantalón estival, los otros pantalones anchos y muy estructurados, con bajos vueltos ingleses y como hallazgo, la chaqueta de cuero envejecido gris plomo al que se adhiere encaje de plata en las solapas. Torretta se regodea en los blancos sucios, el negro (hay un bordado en cristal degradée que es una joya artesana) y sólo aparecen de pronto la explosión refrescante del amarillo limón y las rayas satinadas en naranja y ocre para recordar que será verano y el color manda; y un detalle vernáculo: zapatos de alto tacón y punta estilete atados con tradicionales galgas castellanas.
Modesto Lomba, de la firma Devota
Tambin desfil por la tarde Agatha Ruiz de la Prada con esa ensalada cruel de lo inocente-perverso en que haba tantos corazones postizos en bragas, bolsos y rebozos que aquello pareca un homenaje de los pitufos al recientemente fallecido doctor Christian Barnard. En un ambiente muy telva, por primera vez Agatha presentó algo de ropa de hombre, al que reduce a marinerito de tebeo. Y cerró la jornada Elio Berhanyer cantando a todos los ritos burgueses de los que depende su público, eso sí, con un esmero en la hechura que siempre merece una cierta reverencia.
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