El chigre absoluto
En Oviedo, salí de la plaza de la Escandalera, me dirigí hacia el teatro Campoamor y, cuando di media vuelta para buscarla, no pude dar crédito a lo que tenía ante los ojos: un hueco vacío entre dos edificios, un hueco a cuyo pie estaba -mejor dicho: había estado- uno de los chigres más genuinos, con más pátina y más hermosos del Principado de Asturias: La Perla.
El chigre es una palabra asturiana que se refiere, en principio, a la tienda o bar donde se vende sidra al por mayor. Pero en realidad su definición más adecuada sería la de taberna donde se despacha sidra. La sidra la tiran, bien el experto chigrero, bien el experto cliente, y en la actualidad son bares convencionales de suelo embaldosado donde rezuma la sidra y un característico olor ácido.
La Perla trabajaba más el vino, si no recuerdo mal; tenía un mostrador de zinc, con el seno del lavadero incluido, por donde corría el agua de continuo; unos pellejos de vino de donde salía el que llenaba los cuartillos que cada parroquiano pagaba religiosamente y se llevaba con su vaso a alguna de las amplias mesas de bancos corridos donde había silencio, expectación o tertulia; un suelo de piedra gastada y unos interiores misteriosamente oscuros, pero a la vista, completaban el ambiente. Allí recordé una vez la hermosa y abarrocada admiración de Miguel Hernández por las tabernas: 'Para cantar ¡qué rama terminante / qué espeso aparte de escogida selva / qué nido de botellas, pez y mimbres / con qué sensibles ecos, la taberna!'.
Pues se la ha llevado la especulación inmobiliaria. Se ha llevado el testimonio de un modo de vida del que quedan muy pocas muestras. Este lugar recóndito a media luz me recordaba en cierto modo a las cavernas de los primitivos, poseía esa ingenuidad, esa intimidad y esa gracia del refugio habitado y agradecido. Y yo me pregunto: si se conservan las cuevas, su hábitat y el recuerdo de sus modos de vida: ¿por qué desaparece La Perla? En ella había una parte de la historia de Oviedo y de Asturias; no era una tasca más, o un bar, o una cafetería estúpida; no: era un monumento a la vida y a la convivencia de una región, un monumento ancestral. Y que nadie diga que eso sería como estimular el alcoholismo porque una cosa es beber y otra emborracharse, una cosa es convivir y otra alborotar, una cosa es estimular el cuerpo y otra buscarse una cirrosis. En La Perla había penumbra, quietud, paciencia y tranquilidad; era el escondrijo perfecto para hacer un alto y un aparte en medio del trajín de la vida metropolitana; lo cual le daba un valor simbólico añadido.
La cultura del vino es tan antigua como el hombre y aquí seguimos. Pero un chigre no es sólo vino o sidra, como no lo son muchas otras tabernas de España entera, sino lugar de encuentro, un escenario clásico de convivencia. No propongo entronizarlas, pero no sería malo guardar algunas de ellas para el conocimiento de los que nos sigan, aquellas que son pedazos de historia. ¿No se conserva una iglesia mozárabe o el toro de Osborne, por irnos a dos extremos? Oviedo, Asturias, España seguirán llenas de locales tan feos, globalizados, maltratados e importados que hacen daño a los ojos uniforme e indistintamente, eso le parece bien a todo el mundo; pero La Perla era único y ha desaparecido. Estoy seguro de que muchos lectores están pensando ahora en algunos locales tan singulares y merecedores de no perecer en el olvido mercenario como éste; locales de las zonas donde viven.
Una vez Juan Benet apareció por Oviedo y, recogido por unos amigos comunes, se fueron juntos a tomar unos vinos por ahí. En esto, llegaron a un local legendario (hoy mal remozado) conocido con el nombre de El Gato Negro. Y nada más entrar en él, Don Juan quedó clavado a su vista y dijo, sin poder contenerse: 'Pero éste... ¡es el chigre absoluto!'. Un chigre absoluto pertenece a la cultura de su sociedad y ella debe protegerlo. No todos los monumentos tienen que ser iglesias (donde también se conoce el vino, por cierto).
Babelia
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