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CUMBRE DEL GRUPO DE LOS OCHO
Columna
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'Kale borroka' global

La violencia en Génova estaba anunciada, organizada y comprendida de antemano por tantos escribidores e intelectuales antiglobalizantes que, desde los disturbios de Seattle, ven como se les abre una última oportunidad de recuperarse de las miserias ideológicas en que se embarcaron en décadas pasadas. Y muchos grupos de activistas que con toda legitimidad global de criticar o condenar a la globalización o al Fondo Monetario, al Banco Mundial, a las semillas transgénicas, al rayo láser, a la cirugía o a todos a una vez, sabían que su presencia en Génova iba a ser utilizada para una orgía de violencia en contra de una reunión de representantes democráticamente elegidos.

Sin embargo, han acudido, aunque no todos. Ha habido algunos grupos que no están en el puerto italiano porque no quieren hacer de comparsas de estos nuevos grupos de terrorismo de baja intensidad -de momento- que han generado el miedo a la globalización, la arrogancia de los poderosos -a su cabeza la administración norteamericana- y otros muchos factores.

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Las preocupaciones de los manifestantes son comprensibles y todas las democracias les dan oportunidad de expresarlas cuando les venga en gana, coincidiendo o no con reuniones de instituciones. Pero la simpatía y la cobertura logística, informativa e ideológica que tantos están dando últimamente a esta nueva generación de kale borroka global que pronto puede generar terroristas full time es absolutamente insensata.

Nadie diga que se quiere criminalizar a todos con el pretexto de la actuación de una minoría. Todos sabían que la minoría violenta obtendría el protagonismo. Y quienes no perteneciendo a la misma han acudido a Génova, pese a ello tienen parte de la responsabilidad de lo que ocurra. Está claro que algunos están buscando los primeros muertos del llamado movimiento antiglobalización, sean los llamados Monos blancos o los chicos de Haika, tan activos ahora por el norte de Italia. Mientras, por discutibles, condenables por egoístas, cicateras o implacables que sean muchas propuestas del G-7 o G-8, el hecho es que los líderes democráticos de los países miembros sufren un asedio medieval en pleno centro de Europa por parte de gente que no quiere exponer opiniones sino agredirlos físicamente, a ellos y a quienes les protegen.

Debería hacer recapacitar a más de uno de los participantes, pero desde luego debería hacer saltar la voz de alarma en las democracias y opiniones públicas de las sociedades libres. En España, donde conocemos a estas camadas de supuestos alborotadores callejeros y su posterior evolución hacia el terrorismo más brutal, resulta un perfecto sarcasmo el gozo que algunos demuestran ante esta nueva cultura del asedio bárbaro.

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