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Reportaje:

El sabor de una época

Las fotos de Malick Sidibé sobre los años de libertad que siguieron a la descolonización de Malí se exponen en Cartagena dentro del festival La Mar de Músicas

Amelia Castilla

Sin las fotos de Malick Sidibé (Soloba, 1936), los años que siguieron a la descolonización de la antigua Sudán francesa (el Estado independiente de Malí se formó en 1960) no existirían en la memoria de este país subsahariano de seis millones de habitantes. Las imágenes captadas por Sidibé, rescatadas del olvido por André Magnin, uno de los grandes especialistas en arte africano contemporáneo, se exponen desde ayer en Cartagena con motivo del festival La Mar de Músicas, en el Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy. 'El color refleja muy bien los paisajes y la arquitectura, pero para captar al ser humano es mejor el blanco y negro', asegura el artista.

Las fotografías de Sidibé nada tienen que ver con el paisaje típico africano. No hay hambre, ni dolor ni animales salvajes en los negativos realizados por este artista de 65 años. En sus retratos, los hijos de la burguesía, de un país que acababa de ganar la independencia, mueven sus caderas al ritmo del twist o del rock and roll, vestidos con pantalones campana, inspirados en las películas y en la música que llegaba de América. No había party ni sarao que se preciara al que no fuera invitado. Todos querían estar bajo la cámara de Malick. 'Me hacía anunciar con dos golpes de flash', recuerda Sidibé. Entonces tenía una mesa reservada en cada local donde hubiera marcha. 'Las chicas salían de casa con las ropas de fiesta ocultas bajo vestidos amplios y los chicos se portaban como caballeros pagando la entrada de las damas. Nadie tomaba alcohol'. Aquella fiebre duró casi veinte años.

Malick Sidibé, uno de los fotógrafos más importantes del África subsahariana, tiene su estudio en la calle 30 ángulo 19, una más de las muchas avenidas de Bamako, la capital maliense, apenas iluminadas y sin asfaltar. Su mítico estudio parece una chatarrería. Máquinas de fotos, o lo que queda de ellas, llegadas desde distintos puntos del continente, se almacenan en estanterías, vitrinas y mostradores, esperando ser reparadas. En baldas de madera se distinguen carpetas y cajas de cartón, todas perfectamente numeradas, donde guarda miles de negativos. Vestido con un bubu azul claro (una chilaba típica del país) y un gorro del mismo color, Sidibé comparte un té con un grupo de fotógrafos jóvenes en la puerta de su estudio. Antes, cuando el almuecín llamó a la oración, Malick, como buen musulmán, tocó con su frente el suelo en dirección a La Meca.

'Hay dos maneras de estar mal; una, cuando tienes la casa llena de gente todo el tiempo impidiendo que descanses, y, otra, cuando la tienes vacía porque no viene nadie', cuenta el fotógrafo para resumir lo que fue su vida en los días en que los africanos creyeron ser capaces de cambiar su destino y en cómo han evolucionado las cosas con el paso del tiempo, de un tiempo que empezó a declinar cuando el color se adueñó del mercado de la fotografía. Ahora trabaja, sobre todo, en color -'¡qué remedio!'-, pero ya no asiste a fiestas particulares ni frecuenta los clubes donde cada día nacen nuevos cantantes. No le interesa ni la música que se escucha en su país, donde destacan cantantes como Salif Keita o Kandia Kouyate, ni la de ningún otro sitio. 'Actualmente todo es muy estático y el protagonismo está centrado en el escenario y el público se limita a levantar sus brazos sobre la cabeza y batir las palmas al tiempo que gritan '¡yeah!'. La música maliense no sirve para bailar; no hay movimiento de parejas, la gente no se toca', dice. Su idea es que si el rock triunfó en aquellos años fue porque permitía que chicos y chicas estuvieran cerca.

'Siempre centré mi atención en la gente. Los chicos reclamaban mi atención llamándome: 'Malick, Malick' y yo hacía la foto; no había poses ni posturas fingidas. En estos momentos todos los jóvenes se comportan igual, parecen cortados por el mismo patrón'.

Cuando no está de viaje, saca dinero para vivir haciendo fotos de carné que revela él mismo, en la parte trasera de su estudio. De vez en cuando hace fotos por encargo. Sus cámaras reflejan para las revistas internacionales el África rural. 'El color refleja muy bien los paisajes y la arquitectura, pero para captar al ser humano es mejor el blanco y negro'.

El tiempo que le queda libre, Malick lo dedica a trabajar en la reparación de máquinas fotográficas. Todo el material almacenado en su estudio procede de distintos países africanos. Aprendió la técnica cuando se le estropeó la primera máquina 'en 1950, con la que había hecho mis primeros reportajes'. Arreglar la cámara en Francia era demasiado caro, imposible para su humilde bolsillo, así que empezó a darle vueltas a la cabeza: 'Yo soy un hombre y ésta es una máquina fabricada por un hombre. Tengo que ser capaz de arreglarla'. La desmontó y buscó entre sus tripas hasta encontrar el fallo.

Todavía hoy los niños le gritan por la calle: 'Malick, Malick'.

Una de las imágenes de Malick Sidibé expuestas en el Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy de Cartagena.
Una de las imágenes de Malick Sidibé expuestas en el Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy de Cartagena.MALICK SIDIBÉ

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