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LA CRÓNICA
Columna
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Tres pilotos

Jacinto Antón

'¿Cuál es su piloto favorito?' , me pregunta a bocajarro un lector que se confiesa ferviente admirador del explorador y aviador conde Almásy (¡es cierto, es cierto!). La pregunta me pone en un aprieto porque respeto mucho a todo el que se sube a un avión sin que sea absolutamente necesario.

Pero en fin, si se trata de elegir pilotos de las páginas de la historia con los que uno siente una afinidad especial, y sin despreciar en absoluto a tipos como Chuck Yeager o Hipoyoshi Nishizawa, el rey del Zero, mis preferidos son tres. El primero es el coronel Julian, llamado el Águila Negra, tenido por el primer hombre de color que recibió el carnet de piloto y que fue el individuo que estrelló -sin querer- el avión personal de Haile Selassie. El segundo es el as de caza alemán Johannes Steinhoff, considerado 'el hombre más guapo de la Luftwaffe' antes de pegársela con un reactor Messerschmitt 262 y quedar tan quemado que, en comparación, lo del paciente inglés no fue más que un bronceado fuerte. Y el tercero es, ejem, mi abuelo, piloto de la Armada en los años veinte y un auténtico Top Gun avant la lettre.

Al hilo de 'Pearl Harbor' y la Setmana de l'Aire d'Igualada, tres historias de viejos aviadores, gallardas victorias sobre el miedo y el vértigo

Viejos pilotos los tres que alzan de nuevo el vuelo en el recuerdo para revivir historias de antiguos aparatos, de hélices cortando el frío aire de olvidadas mañanas. Relatos de gallardas conquistas sobre el miedo y el vértigo.

Y, lo que son las cosas, en sintonía con la actualidad. He ahí Pearl Harbor, por ejemplo. O la Setmana de l'Aire d'Igualada.

Deploro tener que añadir la triste noticia de la reciente muerte por ancianidad de Tony Bartley (1919-2001), héroe de la RAF al que no sabemos si envidiarle más sus éxitos en la batalla de Inglaterra o que se casase (1945) con Deborah Kerr. Bartley es conocido también por haber ocultado un par de estupendas botellas de brandy en los cajones de municiones de su Spitfire -vaciándolos de balas para ello- en un vuelo de regreso de Francia en 1940 en el que escoltaba nada menos que a Churchill. Descubierto el asunto, el propio Churchill, en vez de abroncarle, le felicitó por la previsión: él mismo también llevaba dos botellas en los bolsillos del abrigo. 'No vamos a tener más oportunidades en mucho tiempo', justificó el primer ministro, vaticinando la caída de Francia.

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En fin, de mis tres pilotos favoritos, el primero, Hubert Fauntleroy Julian, el Águila Negra, fue un tipo atractivo y elegante con un aire así a lo Sidney Poitier que trabajó como paracaidista de exhibición, piloto mercenario y traficante internacional de armas, además de inmiscuirse en política en Trinidad, volando con propaganda en apoyo del activista Marcus Garvey. De origen caribeño y radicado en Harlem, a Julian se le tiene por el primer afroamericano que obtuvo la licencia de vuelo en Estados Unidos. Bautizado como 'el Lindenbergh de su raza', fue un aventurero con una gran capacidad de autopromoción que llegó a entrar en 1930 al servicio del emperador de Etiopía Haile Selassie. Éste le tomó cierta simpatía, le concedió la nacionalidad de su país y le nombró coronel de su exigua fuerza aérea de tres aviones. Desgraciadamente, Julian decidió un día probar el aeroplano personal del emperador, un De Havilland Gypsy Moth -¡como el del conde Almásy!- que Selassie se reservaba para la ceremonia de su coronación, y... se la pegó destrozando el aparato. El emperador lo puso de patitas en la calle. Julian, no obstante, demostró con su carrera que los negros podían volar, algo que un estudio oficial de 1925 del Ejército norteamericano ponía seriamente en duda. En la estela de Julian llegaron las hazañas del 332 Grupo de Caza, la primera unidad aérea compuesta íntegramente por negros -'los hombres de Tuskegee', por el nombre de la localidad de Alabama en la que se adiestraron-. En el teatro africano y europeo durante la II Guerra Mundial, esos pilotos con sus Mustang P-51 se granjearon el respeto y la admiración hasta de los alemanes, que los conocían como los Schwartze Vogelmenschen, 'los hombres pájaro negros'. Derribaron 409 aviones enemigos y perdieron 66 pilotos.

La historia del coronel Steinhoff no es tan edificante, más que nada porque volaba para los nazis. Pero es muy dramática. Era un hombre muy apuesto que utilizaba un Me-109, con el que consiguió un centenar de victorias, hasta que Adolf Galland lo incorporó a su unidad de cazas de élite dotada de los fabulosos reactores Me-262, ángeles mortíferos. El 18 de abril de 1945, Steinhoff se estrelló al despegar y sufrió horribles quemaduras. El bello que cabalgaba el más maravilloso y rutilante aparato se convirtió en un monstruo. Para mí, su historia constituye la esencia de todo lo que es la aviación militar, sus falsos sueños, su brillo condenado a la chatarra y su coraje devenido mutilación. También remacha mi absoluto convencimiento de que el cielo no es un lugar seguro.

El último piloto de mi lista but not the least -como es lógico- es mi abuelo, Carlos Antón y Palacios (1899-1931), cuyo viejo carnet de 'piloto aviador', librado el 17 de noviembre de 1923, tengo ante mis ojos. En la foto luce un aire así a lo Cary Grant en Sólo los ángeles tienen alas. Capitán de corbeta, mi abuelo formó parte de la naciente fuerza aérea de la marina y pilotó uno de los hidroaviones embarcados en el portaereonaves Dédalo, del que era oficial. Cuando se casó en Barcelona, sus compañeros de escuadrilla sobrevolaron la Rotonda, donde se celebraba el banquete, arrojando flores para la novia. Participó en el desembarco de Alhucemas y fue asesinado de un tiro por los marineros amotinados del Dédalo al proclamarse la República. Era un hombre alto y valiente, enamorado del mar y del cielo. En las largas horas que he pasado volando en mi vida, sintiéndome ajeno al aire como un torpe Calibán he pensado mucho en él. En cómo troncos de enjundia producen vástagos torcidos y alas de valor devienen torpes muñones de cobardía.

Siempre que viajo en avión llevo conmigo la memoria de mis tres aviadores y el gastado carnet de mi abuelo en el bolsillo. Y cuando las cosas se tuercen allá arriba y en cada turbulencia imagino un combate y en cada bache un derribo, me aferro a mis recuerdos robados de piloto y trato, en la medida de lo posible y entre arcadas de espanto, de serles digno.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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