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Discriminaciones

España, ese país que a lo largo de los siglos supo maravillar al mundo con gestas heroicas y en no pocas ocasiones conmovedoras, ha escrito también páginas negras que no pueden ni deben borrarse, pues, agradando las primeras y no tanto las segundas, unas y otras han de ser asumidas.

Si en algo ha revelado nuestro país una especial maestría a lo largo de la Historia es en la discriminación. Unas veces con hombres y mujeres de otras latitudes, otras entre los propios españoles.

Mas no ha de pensarse por ello que la Historia de España es más negra que la de otros países, pero en España estamos y españoles somos, debiendo reflexionar sobre nuestros antepasados y sobre nosotros mismos.

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Ha de ocupar el primer lugar la discriminación política, ideológica, por no coincidir en el pensamiento, de unos españoles frente a otros. La persecución de quienes no pensaban como los gobernantes, fueran ministros, aristócratas o reyes imbéciles, que de todo ha habido, presidió no pocos siglos de esa Historia. Asesinatos, exilios, prisiones... La nefasta manía de pensar.

La discriminación de los pobres por parte de los avariciosos opulentos ha sido dramática y constante hasta tiempos bien cercanos, manteniendo los últimos a los primeros en la ignorancia y la miseria, permitiéndolo vergonzantemente los gobernantes y la Iglesia, quienes con su silencio, cuando no con su connivencia, ayudaron a los miserables que originaban la miseria.

Por los gobernantes de entonces, no sabemos quiénes podrán hacerlo, pero la Iglesia sí sabemos que pedirá al menos perdón en el siglo XXIV, que es aproximadamente el retraso que ahora lleva.

Españoles hubo hasta el XIX que traficaron con esclavos, impidiendo su integración en la sociedad de entonces y obteniendo grandes beneficios, con conocimiento y consentimiento de nuestros gobernantes.

En lo que fueron colonias, los españoles discriminaron a los auténticos dueños de esos territorios, siendo considerados como inferiores, con honrosas y nobilísimas excepciones y sin que nunca la vergüenza, eso sí, llegara a los límites de las grandes potencias en las suyas, en pleno siglo XIX y en el XX.

Discriminación existió a lo largo del tiempo respecto a quienes tenían otras creencias religiosas, no católicas, con conocimiento previo unas veces y el consentimiento siempre de la Iglesia, en una clara connivencia con el poder, beneficiándose ambos de lo que bueno era para sus intereses, nada espirituales, despreciando los del pueblo a quienes decían servir.

Más que rubor, auténtico bochorno produce el pensar cómo la Inquisición se paseó por España a lo largo y a lo ancho de su geografía, persiguiendo, matando, torturando o encarcelando a millares de españoles, fueran gentes sencillas o personas de la relevancia del arzobispo Carranza, o de Macanaz, fiscal general del Consejo de Castilla.

Hoy en día, la sociedad española ha cambiado y las discriminaciones generalizadas presididas por la sangre han prácticamente desaparecido, pero siempre quedan ciertos tics que se aprecian en determinadas conductas individuales y, en ocasiones, colectivas, siendo un hecho probado que la hermosa solidaridad brilla por su ausencia y no deja de ser una palabra vacía de contenido. Ejemplos de la discriminación son.

Todos los días, efectivamente, nos desayunamos, a través de los medios de comunicación, con noticias que nos informan de conductas discriminatorias, sea por razón de la edad o del sexo o de pensamiento religioso, político o de cualquier otra clase, o en el mundo del trabajo o de salvajes que maltratan a mujeres o niños, siendo para ellos seres que les han de estar sometidos.

Son los tics que quedan del pasado pero que necesario es denunciar y perseguir en el presente, garantizando los derechos de los autores, aunque ellos ignoren los de sus víctimas. Alguna diferencia ha de existir entre ellos y nosotros.

Y qué decir de esos hombres, mujeres y niños que, huyendo de la miseria que les brindan sus países de origen, llegan en condiciones lamentables a España con la esperanza de sobrevivir y son envueltos en un manto de papeles que ellos no comprenden, negándoles el ejercicio de derechos fundamentales e inherentes al ser humano en una sociedad avanzada, siendo en ocasiones devueltos al país que les viera nacer para con nuevos papeles poder volver. Kafka se quedaría mudo.

Y hace unos días, lo que faltaba. La última noticia discriminatoria -y ojalá sea en verdad la última- cuando esto escribo. Se dirá que no tiene importancia al lado de lo anteriormente descrito. Tal vez así pensarán algunos, pero se trata de una discriminación, no violenta pero discriminación al fin y al cabo, y bueno es que el episodio haya saltado a la luz pública para que no volvamos a leer algo semejante.

Los que siempre defienden la igualdad, que sin duda son la mayoría de nuestro pueblo, así hemos de pensarlo, se habrán sorprendido con la noticia. Pero, además de la sorpresa, es indudable que los diabéticos españoles, que son, somos, dos millones, se han visto, nos hemos visto, ofendidos.

He aquí que un niño de 13 años, David, diabético, fue en un principio marginado en su colegio al impedírsele por los profesores que acompañara a sus compañeros en el viaje de fin de curso por la diabetes que padece, aunque ahora se trate de minimizar la cuestión, tras la denuncia a la prensa por parte de su madre y la intervención del Servicio de Inspección, diciendo que se trataba con ello de proteger al niño y evitarle riesgos innecesarios.

Pero tal noticia discriminatoria, que merece el rechazo pleno con independencia de ser o no ser uno diabético, basta con tener un mínimo de sensibilidad, ha sido acompañada con posterioridad de otras dos que deben llenarnos de alegría.

La primera es que, tras el alboroto causado, David pueda acompañar por fin a sus compañeros, cediendo los rectores del colegio siempre que su familia y los médicos que lo traten se hagan responsables, no asumiendo tal responsabilidad el colegio, pues en los Picos de Europa, lugar de la excursión, se encuentran alejados, alegan, los centros urbanos.

Es decir, se trata de una concesión por parte del colegio, a la fuerza, o esa impresión da esa actitud un tanto torpe. Pero a pesar de tanto inconveniente David puede viajar al finalizar el curso.

La segunda noticia grata que a uno le llena de optimismo es la que sigue. Los compañeros de David que habían adelantado una cantidad para el viaje, al enterarse de la exclusión de su compañero y amigo, comenzaron a retirar la señal como acto de protesta, negándose con rotundidad a emprender el viaje si David no les acompañaba.

Me llena tal noticia de optimismo porque, si todos los niños de nuestro país piensan como ellos -ellos sí que sabrán cuidar debidamente de David-, significará que el día de mañana, cuando sean adultos, los españoles, con excepciones que posiblemente no tengan importancia, serán al fin solidarios, y ésa será la gran noticia, sin que sea necesario escribir sobre discriminaciones. Sólo lo harán los historiadores sobre lo acontecido en el pasado. Una vez más, los niños nos enseñan a los mayores. Parecen maestros en vez de alumnos.

En cuanto al profesorado de ese colegio se refiere, no es mi intención echar leña al fuego. Quiero pensar que se ha tratado de un tic pasajero, si bien los tics pueden tratarse y desaparecer en lo sucesivo. Es cuestión de tener voluntad para ello y lamentar lo acaecido para que nunca vuelva a repetirse. Si la discriminación se corrige al final voluntaria y satisfactoriamente, sea bienvenida. Nunca el rencor debe presidir nuestros actos.

Todos merecemos una oportunidad y es de esperar que se haya aprendido la lección, aunque todos debamos estar atentos a lo que sucede en nuestros colegios, centros donde se está formando el futuro de nuestro país.

Que todo ello contribuya a mostrar nuestra solidaridad con todos los hombres, mujeres y niños que sufren situaciones injustas. Pero es ahora David el protagonista.

David: en nombre de la sociedad -si bien en este momento, y aun siendo fiscal, no la represento-, todos debemos pedirte perdón. Hago votos para que tú y otros niños como tú no sufráis nunca por ciertas actitudes como la que involuntariamente has protagonizado y que tan difíciles de comprender son, sobre todo por los niños, porque los mayores casi estamos ya curados de espanto.

Posiblemente nunca llegaremos a conocernos, pero te deseo lo mejor en tus estudios y que disfrutes de la naturaleza bellísima de los Picos de Europa en compañía de tus compañeros, que con tanta gallardía te han defendido. Aprovecha tus estudios y verás cómo merece la pena disfrutar la vida. Es lo que sinceramente te deseo, al tiempo de enviarte un abrazo lleno de toda la solidaridad diabética de la que soy capaz.

Juan José Martínez Zato es fiscal de sala del Tribunal Supremo y jefe de la Inspección de la Fiscalía General del Estado.

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