Carlos Monsiváis define a Chavela Vargas como la voz de la desolación
Una charla con el ensayista mexicano cierra el homenaje a la cantante
'Y si quieren saber de mi pasado, es preciso decir otra mentira. Les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado'. Nadie ha sabido interpretar los versos de la canción de José Alfredo Jiménez con el desgarro con que Chavela Vargas los ha cantado. 'Son ellos dos los que mejor han sabido transmitir que las rancheras son, al fin y al cabo, canciones hechas en los márgenes y que dan siempre cuenta de una derrota, de un fracaso', comenta Carlos Monsiváis (México, 1938).
El autor de Aires de familia, entre otros títulos, y uno de los pensadores más lúcidos para analizar los derroteros de la cultura en la sociedad actual, conversó en la tarde de ayer con Chavela Vargas, que nació en 1919 en Costa Rica y convirtió México en su hogar definitivo desde que se trasladó a vivir allí a los 17 años. El encuentro cerró el homenaje que la Casa de América ha rendido esta semana a una de las voces más intensas de la canción popular.
'Cuando Chavela Vargas empezó a cantar a finales de los cincuenta, sorprendió por su actitud desafiante y su apuesta radical', explica Monsiváis. 'No sólo fue su apariencia la que se saltaba las reglas establecidas, sino que musicalmente prescindió del mariachi, con lo que eliminó de las rancheras su carácter de fiesta y mostró al desnudo su profunda desolación'.
Durante estos días, Chavela Vargas ha hablado con Miguel Bosé, Marisa Paredes y Monsiváis de ese sinfín de anécdotas que han terminado por hacer de su vida una leyenda borrascosa. Su amistad con Frida Kahlo o su larga temporada en las redes del alcohol, pero también la música o el cine, fueron cuestiones de las que se habló. Chavela Vargas tarareó alguna vez unos cuantos versos perdidos, pero sobre todo contó de su historia, que la ha llevado de los tugurios más lóbregos a lo que ahora le parecen palacios.
Después de una larga época errática, Chavela Vargas volvió a cantar a principios de los noventa. Manolo Arroyo la redescubrió en El Hábito, en Coyoacán, donde cantaba, y la trajo a España. A partir de ahí, el éxito. 'También en México, donde se entendió ya mucho mejor su heterodoxia', cuenta Monsiváis. 'El país es hoy un mundo caótico, donde las señas de identidad sólo las recupera el mariachi y la selección de fútbol y, por tanto, la gente se concentra mucho más en la letra. Esos versos que hablan de dolor y de derrota y de marginalidad cuadran a la perfección con una sociedad donde todo gira ya en torno a la supervivencia'. En este mundo globalizado, además, Monsiváis señala cómo Chavela Vargas 'ha sabido expresar la desolación de las rancheras con la radical desnudez del blues'.
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