Madonna conquista Barcelona
La cantante inició ayer en el Palau Sant Jordi su gira mundial 'The Drowed World Tour'
El Palau de Sant Jordi no se llenó. A pesar de ello, el pistoletazo de salida de la nueva gira mundial de Madonna fue un auténtico cañonazo. Un sorprendente y sugestivo alarde de tecnología, estética y eclecticismo tanto musical como danzante de los que marcan un antes y un después. Madonna no ha escatimado medios para colocar sus mil personalidades sobre un mismo escenario, y el resultado ha sido sencillamente apabullante.
El de ayer no fue el concierto más multitudinario que ha pasado por el polideportivo olímpico barcelonés (algo más de 15.000 personas; unas 36.000 pasarán por los dos conciertos programados, en opinión de fuentes de la organización), pero, sin lugar a dudas, ha sido el más espectacular e impactante que se ha desarrollado en un escenario barcelonés en estos últimos años. Y, con toda seguridad, pasará tiempo antes de que alguien lo supere.
La diva salió a escena ataviada con una falda escocesa en honor a su marido, el director de cine Guy Ritchie
Cuando faltaban 20 minutos para las diez de la noche, es decir, con 10 minutos de retraso, el escenario comenzó a cobrar vida: un misterioso laboratorio de vieja película de ciencia-ficción (o, tal vez, una prospectiva instalación de videoarte) entró en movimiento. Sus múltiples pantallas destellaban reflejos azules sobre una música ocultada por el vocerío atronador.
Personajes extraídos de un cómic apocalíptico aparecieron como por arte de brujería y, finalmente, Madonna irrumpió en el fondo rompiendo el espeso humo sobre una lenta plataforma. Melena rubia, camisa negra y falda escocesa sobre unos pantalones de cuero negro, en honor de su marido, el director de cine Guy Ritchie. Las notas del Drowned world de su penúltimo disco sonaban con fuerza, pero el clamor del público era todavía mayor.
Locura danzante
Un inicio inquietante e impactante que inmediatamente se quedó corto. Ya en el segundo tema, esta vez tomado de su último plástico, el escenario se convirtió en una locura danzante. Topos con antenas iluminadas moviéndose agresivamente entre tuberías de malla y mangueras de humo mientras Madonna emergía como una inmaculada reina del cyberpunki. Estética pos-Blade runner algo sórdida que pronto se transformaría en un preciosista cuadro japonés (geishas, samuráis y manga incluidos), imágenes pop-art ligeramente anticuadas, danzas country-light de tonalidades rosáceas (incluido un toro mecánico de suaves movimientos, nada que ver con la estética outlaw de cualquier rodeo, ambientes hispanizantes, escenas de velas sobre un instrumental del No llores por mí, Argentina y pasos de tango) precediendo a un par de canciones cantadas en castellano y una larga lista de etcéteras entremezclándose en un espectáculo tan cambiante como fastuoso.Ya sabíamos que todo cabe en el universo personal de Madonna, pero en su nuevo espectáculo hemos comprobado que todo puede aparecer y desaparecer en un solo concierto: una y mil Madonnas, todas sobre el mismo escenario.La Madonna agresiva capaz de tirotear a un bailarín, la rockera empuñando una vieja guitarra Gibson Les Paul, la campesina rodeada de balas de heno, la geisha seductora, la folk-singer capaz de recuperar hasta un viejo tema del Oeste norteamericano, la danzarina tecno, la baladista con toques que van más alla de lo erótico... Todas unidas en menos de dos horas.Una estética fascinante que bebe en muchas fuentes y que encontró en los diseños de Jean Paul Gaultier y de los milaneses Dean y Dan Caten uno de los puntos clave.Los otros, tan importantes o más, fueron el diseño tecnológico de un escenario camaleónico capaz de convertirse en casi cualquier cosa arropado por seis pantallas gigantes de vídeo que alternaban imágenes de directo con filmaciones de estéticas muy diversas, un cuerpo de ballet que podía ir de lo más clásico al puro circo oriental (ese que ahora tanto triunfa en carpa de lujo) y una banda reducida pero sólida.
Añadamos la personalidad expansiva de Madonna sobre el escenario y un repertorio que mantiene su frescura a través de los diferentes estilos por los que atraviesa. Y nada es fruto de la improvisación porque la cantante, todo perfeccionismo, realizó un ensayo a partir de las seis de la tarde, algo inusual en ella.
En resumen: un espectáculo medido hasta el último detalle en el que no faltó ni un fuck you mother fuckers como saludo inicial, un Visca Barcelona lanzado en catalán, los inevitables pasos de flamenco en plena euforia del Isla Bonita o el estrechar la mano de los apretujados admiradores de las primeras filas.
En total fueron 23 temas extraídos en su mayoría de los dos últimos discos de Madonna con pocas excepciones (Human nature, Beautiful stranger, Mer girl, Isla Bonita, Holiday). La actuación concluyó con un apoteósico Music coronado con una lluvia de confeti dorado que inundó el polideportivo. No hubo bises; es la norma de la artista y no se rompió en esta primera noche.
A Madonna le quedan todavía 47 conciertos en los próximos meses. Tras lo visto en su estreno barcelonés esta puede ser una gira sonada, una gira en el que el todo es lo importante y hasta la música llega a quedar en segundo plano.
Babelia
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