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CINE

Muere Anthony Quinn a los 86 años en Boston

El actor, nacido en México, obtuvo dos 'oscars' y protagonizó películas como 'Viva Zapata'

Anthony Quinn, actor de excesos dramáticos sólo comparables a los de su vida sentimental, murió ayer en un hospital de Boston. Invirtió sus 86 años en rodar más de 200 películas, entre las que destacan Zorba el Griego y Viva Zapata, y tener un número de amantes similar o superior, según la leyenda. Quinn, con sus virtudes y sus defectos, ha proporcionado a la historia del cine uno de los rostros más expresivos y versátiles; al actor se le podrá recordar como el perfecto indio, esquimal, mexicano y, por encima de todo, griego. El actor murió en la mañana del domingo en el Brigham and Women's Hospital de Boston. Había ingresado dos semanas antes para someterse a un tratamiento contra la neumonía, que le provocaba problemas respiratorios.

<font size="2"><b>Anthony Quinn fallece en Boston a los 86 años. </b></font> (Foto: Jesús Ciscar)
Anthony Quinn fallece en Boston a los 86 años. (Foto: Jesús Ciscar)

De villano a Gauguin

Su carrera cinematográfica, en la que se encuentran mas de 200 títulos, empezó de extra en La Vía láctea, 1936, de Leo McCarey. Ese mismo año realizó el papel de gánster en Los buitres del presidio, dirigida por Cecil B. DeMille.

Condicionado por sus características étnicas, pasó los primeros años de su carrera interpretando papeles secundarios de personajes latinos y ganster, participando en películas importantes como Murieron con las botas puestas (1941), de Raoul Walsh o Sangre y Arena (1941), de Rouben Mamoulian.

Poco a poco aumentó la importancia de sus papeles, aunque manteniéndose en la categoría de los villanos. La interpretación teatral en Un tranvía llamado deseo atrajo la atención de la industria cinematográfica. El reconocimiento llegó cuando obtuvo el Oscar al mejor actor secundario por ¡Viva Zapata! (1951). Quinn decidió probar fortuna en Europa. Federico Fellini le eligió para la película La Strada (1954). Vincente Minelli brindó a Quinn la segunda oportunidad de oro en su carrera al ofrecerle el papel de Gauguin en El loco del pelo rojo (1956), por el que obtuvo un nuevo Oscar al mejor actor secundario.

Después de varias películas destinadas a realzar su protagonismo, dio paso a filmes de calidad como Viento salvaje (1957), de George Cukor, y Los dientes del diablo (1959), de Nicholas Ray. En 1958 realizó su única película como director, Los bucaneros.

A partir de entonces participó en grandes superproducciones internacionales como Barrabás (1962), de Richard Fleischer; Lawrence de Arabia (1962), de David Lean o Zorba el griego (1964), de Michael Cacoyanis.

Entre los títulos más importantes cabe destacar: Aventuras de Buffalo Bill, de William A. Wellman (1944); Notre Dame de País, de Jena Delannoy (1956); Y llegó el día de la venganza, de Fred Zinneman (1964) y Las sandalias del pescador, de Michael Anderson (1968).

En los últimos años, su carrera navegó entre el cine y la televisión.

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