'Los músicos estamos muy bien valorados en el mundo'
Nada más bajarse del avión que le llevaba el jueves pasado de Helsinki a San Juan de Puerto Rico se lo contó su esposa: 'Has ganado el Premio Príncipe de Asturias de las Artes', le dijo. Y aquella música no le fue ajena a Krysztof Penderecki, nacido en Debica (Polonia) hace 67 años, director, compositor, autor de más de 50 obras, entre ellas cuatro óperas, siete sinfonías y todo tipo de música religiosa. Sabía lo que significaba ese reconocimiento, su peso. En parte, por los vínculos que Penderecki mantiene con España desde hace más de 30 años ('voy tres o cuatro veces por temporada', cuenta) y, en parte también, porque previamente lo han recibido músicos eminentes amigos suyos, como el violonchelista Mstislav Rostropóvich o el gran Yehudi Menuhin. 'Sí, lo sé y lo conozco. Es un premio muy prestigioso, y estoy en buena compañía con ellos dos', aseguró en conversación telefónica con EL PAÍS desde Puerto Rico. En todo caso, su concesión reafirma a Penderecki en una teoría optimista: 'Los músicos estamos muy bien valorados en todo el mundo'.
Pregunta. ¿Y qué hace usted en Puerto Rico?
Respuesta. Soy director artístico del Festival Pau Casals desde hace nueve años. Empezó hace 45, lo creó él y fue el primero que lo dirigió. Después también lo ha organizado Rostropóvich. Es uno de los más importantes de América y tratamos de seguir con el espíritu que Casals le dio, aunque en sus comienzos estaba dedicado a la música de cámara y ahora hay todo tipo de géneros, desde la música sinfónica hasta las óperas. También he tratado de introducir progresivamente música y obras del siglo XX, porque los programas estaban muy anclados en el clasicismo y el romanticismo.
P. Así puede seguir cumpliendo ante el público su compromiso con lo más contemporáneo.
R. Es mi intención. Los caminos de la música este siglo van unidos a los deseos de romper. A la búsqueda de algo nuevo, diferente. Desde hace 40 años, todo ha cambiado de manera radical. Fueron muy importantes los años sesenta. Empujamos muy fuerte y en poco tiempo, en tres o cuatro años, se crearon formas que todavía se siguen utilizando ahora.
P. Pero formas que despreciaron algunas vías consideradas agotadas, como el sinfonismo. Usted, sin embargo, lo ha reivindicado siempre. ¿Cuál es la actitud de los músicos ante las sinfonías hoy?
R. Ningún músico vanguardista ha continuado con ellas. Desde Bruckner, Mahler, Sostakóvich y Prokofiev no ha habido grandes aportaciones. Yo defiendo la sinfonía. He compuesto siete; la última, Las siete puertas de Jerusalén. Para mí, la sinfonía es la forma músical más importante que existe. Aunque también confieso mi debilidad por otras, por el oratorio para la música religiosa. En todo caso, hoy creo que para crear cosas nuevas hay que ser respetuoso con la tradición, con el barroco, el Renacimiento, donde están las raíces del lenguaje musical de Europa hoy en día.
P. Unas raíces unidas a unos instrumentos que usted defiende que hay que renovar. ¿Sigue empeñado en sus inventos nuevos?
R. Lo que se utiliza hoy data de hace 400 años. El futuro de la música depende de que creemos instrumentos nuevos. De explorar nuevos sonidos que no hemos inventado. Quizás los tiempos que vienen están muy unidos a los inventos electrónicos, pero también a las investigaciones en la percusión de cosas que se utilizan en Suramérica, en el Lejano Oriente, en China, Japón y en África.
P. Mientras, predica con el ejemplo. ¿Cuáles son las piezas que ha inventado de las que se siente más orgulloso?
R. Siempre he introducido algo. Mis preferidos son el booboobs, que es una pieza de percusión; la ocarina, de viento, y el tubáfono, que utilicé para Las siete puertas de Jerusalén y que es un instrumento fabricado con PVC y ese material que se usa en los conductores de gas. Es viento, pero alcanza notas más bajas que la percusión.
P. Usted es un hombre muy comprometido con su país. ¿Cómo ve la situación de Polonia?
R. Yo viví los tiempos más difíciles en Polonia. Me comprometí con la oposición al régimen comunista, compuse obras religiosas precisamente como forma de protesta, el Réquiem polaco, sobre todo. Ahora veo que mi país está más preocupado por el desarrollo del capitalismo que por el de la cultura. Me gustaría que se respetara la música como en España. Es un placer ir a su país, tocar en esos nuevos auditorios, dirigir sus orquestas. Aunque muchas se han formado con músicos extranjeros, de países del Este, principalmente, contribuyen a la educación de jóvenes; ése es el paso adelante. Antes, en España había muchos guitarristas y con eso sólo no se pueden hacer orquestas. Estos músicos de otros países alientan la formación de jóvenes violinistas de mucha calidad, se lo aseguro.
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