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LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO
Columna
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Rectificar

Enrique Gil Calvo

Mientras ETA se encarniza con sus crímenes de guerra, prosigue la amarga resaca dejada por el decepcionante resultado de las elecciones vascas. Ciertas voces, como Juan Luis Cebrián desde estas páginas o el presidente González durante el homenaje a Lluch en Barcelona, denuncian la campaña de los aliados constitucionales, a los que se culpa por su cruzada antinacionalista y se les exige rectificar. Y su enfado resulta ciertamente comprensible, dadas las desmedidas esperanzas depositadas en aquellos comicios, de los que se deseaba una solución para la cuestión vasca.

¿Era demasiado esperar? Quizá, pues de haber vencido, los constitucionales lo habrían hecho por los pelos, quedando cautivos de una oposición mixta que incentivaría el entendimiento entre nacionalistas moderados y radicales. Y frente a ello, las urnas han arrojado un resultado viable en términos de gobernabilidad, dejando a Ibarretxe las manos libres para poder rectificar. Así podría darse la paradoja de que el fracaso de los constitucionales termine por salir bien, en contra de cuanto cabía esperar.

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Por lo demás, sobran los reproches contra Savater o Aznar, quienes tienen perfecto derecho a emprender una cruzada antinacional, con tal de que sea incruenta y respete los derechos de los demás. También el nacionalismo vasco, con Arzalluz en cabeza, emprendió hace más tiempo una cruzada antiespañola, a lo que tenía legítimo derecho. Lo malo es que, en el caso del PNV, su cruzada antiespañola convergió con la que acometía en paralelo el nacionalismo radical: y esta última era cruenta y criminal, violando los derechos ajenos. Semejante convergencia de cruzadas nacionalistas dio lugar al acuerdo de Lizarra, que no sólo era anticonstitucional, lo que resultaría legítimo, sino incivil, antidemocrático y contra natura. Por tanto, si alguien debe rectificar, no es tanto Aznar, apaciguando su cruzada antivasca, como sobre todo el PNV, corrigiendo el error Lizarra.

Por desgracia, la cultura política del catolicismo no facilita la virtud de rectificar, sino que exige sostenella y no enmendalla. Por eso, ante el trágico fracaso de Lizarra, y al verse acosados por la campaña constitucional, Ibarretxe y Arzalluz, como ayer González y hoy Aznar, se negaron en redondo a rectificar. Ahora bien, esa misma ética barroca que tensa las escenas políticas española y vasca (imponiendo en aquélla la honra calderoniana y en ésta la ignaciana), y que impide rectificar cuando se está perdiendo, es también la que permite hacerlo, y aun anima a ello, cuando se está ganando o se acaba de triunfar. Es lo que cabe esperar de Ibarretxe, cuya incontestable victoria le permitiría rectificar con la cabeza bien alta, sin temor a parecer débil y sin tener que avergonzarse ante nadie por ello.

Pero ¿le dejarán hacerlo? Es evidente que el PNV debería rectificar su error de Lizarra, que le sometió al arbitrio de un socio criminal e incontrolable. Pero otra cuestión muy distinta es si puede hacerlo. ¿Está el PNV a tiempo todavía de rectificar, o ya no podría ni aunque quisiera, por haber avanzado demasiado por una senda sin posible retorno? Como soy optimista, creo que las instituciones, lo mismo que las personas, son capaces de aprender de su propia experiencia, corrigiendo sus errores y enderezando su camino. Y por eso confío que el PNV sepa hacerlo, aprendiendo la lección que debiera extraer de sus dos recientes errores históricos.

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El primer error fue oponerse al espíritu de Ermua. Se recordará que Ardanza lo encabezó en un comienzo, liderando la resistencia civil contra ETA. Pero la dirección del PNV se asustó, temiendo por el futuro del nacionalismo, y desautorizó a Ardanza. Y, contra Ermua, pactó el espíritu de Liza-rra. Éste fue su segundo error, pues le hizo quedar como rehén de un organismo autista, que sólo busca su sobrevivencia darwiniana. Por eso ETA jugó con el PNV, engañándole sin que éste supiera evitarlo. Es verdad que ahora los electores vascos le han perdonado al PNV su error al dejarse engañar, disculpando su intención pacificadora. Pero ese perdón incluye la penitencia de tener que reparar los errores cometidos. Es lo que debe hacer Ibarretxe, rompiendo el lazo de Lizarra que aún le ata a ETA, ahora ya sin necesidad, y reanundando su compromiso cívico con todos los demócratas, para abrir una nueva Mesa de Ajuria Enea.

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