Blair y la eurobatalla
Con su destemplado llamamiento a la guerra santa a propósito del euro, la dama de hierro puede haber hecho un flaco favor al Partido Conservador británico ante las elecciones generales del próximo 7 de junio. De hecho, el laborismo de Tony Blair, en cuyo plan de campaña estaba propagar a los cuatro vientos la boyante situación económica del reino y sus grandes proyectos para escuelas y hospitales, pero silenciando religiosamente el tema de la eventual incorporación a la moneda única, ha virado su estrategia electoral tras la furibunda intervención de Margaret Thatcher acusando al partido gobernante de venderse a los burócratas de Bruselas y traicionar la memoria de todos aquellos para quienes la libra esterlina ha representado algo más que una moneda.
La andanada de Thatcher, además, es saludable para el conjunto de la Unión Europea. Ha tenido la virtud de sacar al primer plano del debate político un tema crucial que navega tradicionalmente entre dos aguas y al que el propio Blair, al socaire de los sondeos que periódicamente certifican el euroescepticismo británico, ha mantenido durante su primer mandato encerrado en una urna de cristal: la naturaleza y alcance del compromiso del Reino Unido con la UE. Presumiblemente, a partir del 7 de junio, los socios continentales de Londres sabrán mejor a qué atenerse sobre una asociación que, más de 25 años después de producirse, sigue tratándose al otro lado del canal como una permanente amenaza a la espléndida insularidad británica.
Al asegurar que ella jamás permitiría enterrar la libra, Thatcher ha ido mucho más allá de la política oficial de su tambaleante partido, que promete a los electores mantenerse fuera de la moneda única, al menos durante otra legislatura, si los conservadores llegasen al poder. Un coro de disidentes parlamentarios tories ha jurado también, como su heroína, odio eterno a la moneda europea. Los laboristas, en este rebufo, parecen convencidos no sólo de que ganarán las elecciones, sino de que estarán en condiciones de vencer en la batalla dialéctica a propósito del euro. Blair sabe que al menos dos tercios de sus conciudadanos se oponen a liquidar la libra, pero también que, pese a su antieuropeísmo medular, los tories están en todas las encuestas al menos 20 puntos por debajo. Se han trazado, pues, los frentes de batalla para el referéndum sobre la entrada en la moneda única, una medida prometida por Blair y que ahora, por vez primera, éste confía en sacar adelante.
Este cambio de perspectiva electoral ha resultado evidente en el discurso pronunciado el viernes en Escocia por el primer ministro, en el que ha dibujado un país a la vez en el corazón de la UE y puente con Estados Unidos. Londres dejó hace mucho de ser un poder imperial, y los problemas globales, desde los compromisos militares hasta los desafíos económicos o medioambientales, sólo pueden abordarse eficazmente en unión con los países de su entorno. El líder laborista, cogiendo por fin el toro de Europa por los cuernos, ha señalado crudamente en Edimburgo que el verdadero patriotismo -frente al predicado por el partido de William Hague- está al lado del interés nacional, y que ese interés no se puede conseguir de espaldas a una Europa de la que 'dependen millones de empleos británicos'.
Nadie puede dudar de que la voz del Reino Unido cobrará mayor amplitud incorporada al euro -el proyecto más trascendental de la UE, junto con su ampliación al Este- que agazapada tras la libra esterlina. El argumento de la dama de hierro según el cual la soberanía monetaria es esencial para mantener la independencia es a estas alturas técnicamente insostenible. Que Blair haya dicho a los suyos que se puede ser patriota sin libras en el bolsillo y pedido abiertamente el fin del aislacionismo para poder compartir un papel prominente en la Unión es una buena noticia para todos, pero en gran medida hay que agradecérsela a Margaret Thatcher.
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