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Reportaje:

Una cinta de color azafrán

Los talibán justifican su decisión de 'marcar' a los hindúes como una forma de protegerles

Ángeles Espinosa

Kabul no se llenó ayer de ciudadanos con cintas de color azafrán. En cualquier otro lugar del mundo, la barbaridad de marcar con colores a un grupo religioso, étnico o social hubiera inundado las calles de lazos de solidaridad: todos somos hindúes, sijs, hazaras o cualquiera que fuera la minoría en el punto de mira. Pero en la capital afgana, la desesperanza y el desamparo apenas dejan resquicio para la supervivencia, y la última fetua de los ulemas talibán pidiendo que los no musulmanes se identifiquen con una cinta de color sólo sumó otra restricción a los cientos que acogotan la vida de sus habitantes.

La noticia, avanzada el día anterior por la Voz de la Sharia, ocupaba ayer la primera página de Anis (Amigo) y Hewad (El País), los dos principales diarios afganos (apenas cuatro páginas de doctrina sin fotos ni publicidad). Los dirigentes hindúes locales no habían recibido ninguna notificación oficial. Pero el color azafrán, sugerido para los ominosos distintivos, es el que tradicionalmente se asocia con el hinduismo.

A nadie le cabía duda de que el objetivo de la última fetua de los rigoristas afganos era la minúscula comunidad hindú. ¿Quién si no? Ya no quedan cristianos, ni judíos (aunque algunas fuentes recuerdan a un viejo hijo de Yahvé que se negó a abandonar Kabul en lo peor de los bombardeos). Mucho antes ya habían desaparecido de este país de montañas inmensas los seguidores de Buda que veneraban las estatuas gigantes de Bamiyán, destruidas el pasado marzo en virtud de otro polémico decreto. Sólo un puñado de hindúes y sijs han aguantado 22 años de guerra, de privaciones y de sinsentidos. Y los sijs, como recordaba el ministro responsable de la policía religiosa, Abdul Wali, 'ya se distinguen por su turbante'.

En un país que incluso antes de la guerra carecía de estadísticas fiables, resulta difícil saber cuántos son los afectados por el edicto. En 1979, antes de que el conflicto armado expulsara a entre cuatro y seis millones de personas, se estimaba que un 85% de los afganos era musulmán suní, un 14% shií y el 1% restante se repartía entre otras confesiones. Afganistán tenía entonces 16 millones de habitantes. Hoy se calcula que hay entre 22 y 25 millones, pero las minorías han escapado en mayor proporción. Las estimaciones sobre el número de hindúes y sijs afganos varían entre varios cientos y varios miles, la mayoría de ellos residentes en Kabul y Jalalabad, y dedicados al comercio.

'Los hindúes no deben parecer como los musulmanes para su propia protección, de forma que no sean molestados por la policía religiosa', justificó ayer un portavoz de los talibán. Pero esta versión no tranquiliza a la comunidad internacional, que, con India (82% hindú) a la cabeza, ve en la medida ecos de la actitud nazi hacia los judíos.

Ante la duda, prudencia. La mayoría de los hindúes afganos permaneció ayer en su casa. Tampoco con anterioridad se prodigaban mucho. Durante una reciente visita a la capital afgana, un portavoz talibán hizo gala de tolerancia religiosa ante esta informadora señalando un templo hindú. El edificio carecía de cualquier signo externo que lo asociara con ese culto. En la calle era más fácil cruzarse con un árabe o con un checheno que con un hindú o un sij.

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Varios sijs afganos en sus puestos de venta, ayer en Kabul.
Varios sijs afganos en sus puestos de venta, ayer en Kabul.AP

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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