Receta
La Junta de Andalucía ha resuelto proporcionar gratuitamente en los centros de salud y en los servicios de urgencia de los hospitales la llamada píldora del día siguiente. Supongo que ser de izquierdas hoy no es otra cosa que estar atento a los pequeños sufrimientos de la gente por encima de los grandes principios. Como era de esperar, contra la medida ya se han alzado las voces de quienes colocan los grandes principios por encima de los pequeños sufrimientos. Hablan con grandilocuencia de la dignidad humana y del derecho a la vida, pero son incapaces de sentir compasión por la adolescente que ha seguido el dictado de los poetas latinos -carpe diem- y no ha tenido tiempo de tomar precauciones, o no ha sabido tomarlas, o se rompieron las que tomó.
Ustedes me perdonarán que no me moleste en rebatir las posiciones ideológicas de la Iglesia, esa institución demasiado obsesionada por el sexo como para percibir estos pequeños sufrimientos de la población, capaz de cifrar la pureza de un ser humano en la existencia de un repliegue membranoso y de convertir el condón en una cuestión teológica. Prefiero referirme, porque lo considero más peligroso y perverso, al reciente comunicado del Colegio de Médicos de Sevilla, que recuerda la pluralidad de pensamiento de los facultativos andaluces y reivindica 'el derecho a la objeción de conciencia de aquellos profesionales que se nieguen a suministrar (la píldora del día siguiente) alegando razones morales'.
Que yo sepa, los médicos no suministran nada. Por lo que he leído, la píldora del día siguiente se la suministra a sí misma la interesada con un poquito de agua. La receta, ese nefasto papelito que los médicos han convertido en instrumento paternalista de poder, no es una obligación que el médico imponga al paciente, y mucho menos una autorización moral, una bula laica para el consumo de sustancias químicas. Una receta es una certificación científica de que el paciente necesita la medicina, de que el medicamento puede subvencionarse con dinero público, y de que su administración no supone riesgo alguno para la salud. Punto. Pasar de ahí es atribuir a los médicos competencias que no les corresponden y constreñir la libertad de los pacientes con la ideología de aquellos, exactamente el mismo abuso que denuncia el Colegio sevillano.
En principio me parece bien que el individuo pueda negarse a prestar servicios públicos contrarios a su moral y religión. Pero sólo en principio. Como todos los derechos, el de objeción de conciencia también está sujeto a limitaciones dentro de la sociedad. Al contrario de lo que sucede con la objeción de los soldados, la de los médicos tiene efectos muy graves sobre terceros. ¿Toleraríamos que un médico, testigo de Jehová, se negara a realizar una transfusión de sangre? ¿Y qué diríamos de un maestro que se negara por razones religiosas a explicar la evolución según Darwin?
Si las exigencias profesionales de los médicos sevillanos violentan sus principios morales, que dejen su plaza en la sanidad pública o que abrenuncien a sus creencias, pero que no abusen de la inofensiva y benemérita objeción de conciencia para justificar la imposición de sus ideas medievales.
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